jueves, 7 de noviembre de 2019

Alemania , Leyenda Negra y Elvira Roca Barea



Alemania , Leyenda Negra y Elvira Roca Barea

La propaganda contra el enemigo es una forma de lucha tan valiosa como el campo de batalla. Quizá más porque sus efectos se dejan sentir también durante los periodos de paz. Azuzar a la masa es bien sencillo. Durante la Primera Guerra Mundial, Inglaterra utilizó una feroz propaganda contra Alemania. En ella, los alemanes aparecían como asesinos de niños, cocinaban los cadáveres de sus enemigos o asesinaban a curas en sus propios campanarios. Lo importante no es la veracidad de los hechos, sino que cumpla el objetivo para el que ha sido creada la mentira. Cuando se lee historia, o cualquier artículo de periódico, es importante tener un espíritu crítico. Todo esto es bien conocido por la historiadora María Elvira Roca Barea, cuyo libro, “Imperiofobia y Leyenda Negra” ha tenido un éxito espectacular. El libro trata sobre las leyendas negras de los imperios de Roma, Rusia, Estados Unidos y España. 

La historiadora hace mención en varias ocasiones a la equiparación del Imperio Español con la Alemania Nacionalsocialista. Se menciona un libro titulado “Ni una gota impura. La España inquisitorial y la Alemania nazi”, de la belga Christiane Stallaert. Roca Barea lo incluye como ejemplo de despropósito, por supuesto. Pero ilustra perfectamente la utilización de la difamación moderna contra Alemania, que tantos ríos de tinta ha generado desde la Segunda Guerra Mundial. 

Sobre el antiamericanismo en España, Elvira Roca nos recuerda que “es sorprendente la cantidad de españoles con un título universitario que ignoran hoy día que hubo una guerra con Estados Unidos y achaca ese antiamericanismo a la influencia de la izquierda y lo resume de forma magistral:

“La larga dictadura explica la buena salud de que disfruta hoy la mentalidad de izquierdas en España. No solo en el hecho del voto, aunque también. Aquí la derecha no gana las elecciones, las pierde la izquierda. Poquísimos españoles tienen el coraje de decir en voz alta que son de derechas. Son de centro. Algún sociólogo debería hacer una interpretación de profundis sobre el hecho reiterado de que en las encuestas que se elaboran cuando va a haber elecciones, las derechas nunca ganan, aunque luego ganen. Y si ganan en las encuestas, es por un porcentaje muy inferior al que luego se da en la realidad. A los encuestados no les gusta decir que van a votar a la derecha, que en España existe como una especie de realidad virtual.”

Y aquí tenemos de nuevo otra contradicción de la izquierda patria. El antiamericanismo surge en España, primero como consecuencia de la guerra de Cuba de 1898. Más adelante con motivo del apoyo de Estados Unidos a la España de Franco. Es decir, como el progre español detesta enfermizamente a la España de Franco, la conclusión que obtiene es que los Estados Unidos apoyan siempre a las dictaduras de derechas. Por supuesto, se olvidan de que los Estados Unidos fueron enemigos nuestros y de que Franco tuvo que sudar la gota gorda para que los Estados Unidos no le borraran de la faz de la tierra. Cuando un progre ve una foto de Franco junto a Eisenhower se legitima, pero se bloquea cuando ve otra de Fidel Castro junto a Manuel Fraga. No tiene sentido ser antiamericano porque Franco pactó con ellos cuando fue el PSOE quien nos metió en la OTAN, a pesar de que nadie en España quería entrar. ¿No mantuvo también el PSOE las bases americanas y las sigue manteniendo?

Seguidamente Roca Barea hace unas reflexiones que son oro puro:

“Pero lo fundamental es que la mentalidad social aceptada y compartida por la mayoría, la opinión pública, la vox populi, es la que determina la izquierda que hay hoy en España y Europa, ya sin tierra prometida y sin dictadura del proletariado, pero con el patrimonio de la brújula moral intacto. El ciudadano de clase media que quiere ser bueno y progresista necesita esa brújula, y por eso la brújula existe. La moral siempre la administra alguien. Esto sucede en España como en Francia, como en el desierto del Gobi. Los vínculos de la izquierda española con la francesa son grandísimos. En realidad, la izquierda española viene de allí. El sistema usado por una y otra para conducir la opinión pública es casi idéntico. Consiste básicamente en apropiarse del mundo de la cultura por medio de subvenciones, premios, cargos y otras sinecuras, y controlar los principales medios de comunicación. Es un procedimiento diseñado por Lenin que Willi Münzenberg llevó a la perfección y resulta de una eficacia arrolladora. Lo explica magníficamente bien Muñoz Molina en su novela-ensayo Sepharad.”

Curiosamente, apenas hay información sobre Münzenberg en la amplia bibliografía sobre el III Reich, por no decir nada. Por más que he buscado no he encontrado nada. Así que hay que acudir a la novela de Muñoz Molina:

“Willi Münzenberg inventó el halago político a los intelectuales acomodados, la manipulación adecuada de su egolatría, de su poco interés por el mundo real. Con cierto desdén se refería a ellos llamándoles el Club de los Inocentes. Buscaba a gente templada, con inclinaciones humanitarias, con cierta solidez burguesa, a ser posible con un resplandor de dinero y de cosmpolitismo: André Gide, H.G. Wells, Romain Rolland, Hemingway, Albert Einstein. A esa clase de intelectuales Lenin los habría fusilado de inmediato, o los habría enviado a un sótano de la Lubianza o a Siberia. Münzenberg descubrió lo inmensamente útiles que podían ser para volver atractivo un sistema que a él, en el fondo incorruptible de su inteligencia, debía de parecerle aterrador en su incompetencia  y su crueldad, incluso en los años en que aún lo consideraba legítimo.”

El hallazgo es interesante. Münzenberg fue también el ideólogo de la culpabilidad de los nacionalsocialistas en el incendio del Reichstag. Es decir, que todas las mentiras sobre dicho incendio, tienen su origen en Münzenberg. A él debemos también, por tanto, el lucrativo invento de reclutar intelectuales que legitimen el marxismo y el comunismo. El invento aun lo sufrimos. Muñoz Molina sitúa la campaña internacional a favor de Dimitrov y de otros acusados del incendio, como el mayor éxito de Münzenberg. 

“La clave del antiamericanismo español resulta de la conjunción de dos factores: la buena salud de la izquierda moral y la influencia francesa, tanto en las izquierdas como de manera general en la vida cultural y social española”, escribe Roca Barea. 

Al final de su exposición sobre antiamericanismo, Elvira Roca menciona “la colisión con el islam” que culmina con el ataque terrorista de septiembre de 2001. Menciona de pasada el contexto del islamismo en la Guerra Fría pero no menciona una de las claves para entenderlo, como fue la creación del estado de Israel. De hecho, nada de lo ocurrido en el contexto internacional se puede entender sin ese hecho. Por supuesto, entiendo que un historiador no quiera meterse en semejante fregado. Sin embargo, acierta la historiadora cuando afirma que la figura de Hitler está maldita, pero que no lo están en absoluto personajes como Voltaire, Rousseau, Goethe, Fichte o Hegel, que también fueron antisemitas y que “su prestigio y su extraordinaria posición sociointelectual contribuyeron a legitimar ideas perversas, a hacerlas populares y creíbles.”

Para Roca Barea no hay “en esencia” diferencia entre la imperiofobia y el antisemitismo o cualquier otra forma de racismo. Simplifica un poco la definición de racismo cuando asegura que “el racismo tradicionalmente afirma que la etnia que tiene tal o cual color o religión es inferior a otra”.

La segunda parte de la obra comienza con una cita de Orwell:

“Buena parte de los escritos propagandistas son simple falsificación. Los hechos materiales son suprimidos, las fechas alteradas y las citas, sacadas de contexto y manipuladas para cambiar su significado”. 

La cita, sacada de contexto, es excelente. Conocido es que Orwell luchó contra los regímenes dictatoriales de su época, esto es, el fascismo y el comunismo de Stalin. Pero, ¿no sirve también la cita de Orwell para comprender la historia oficial de Alemania durante el siglo XX? Alemania, derrotada absolutamente en dos ocasiones, ha sufrido más que ningún otro país ríos de tinta de engaños y mentiras. La cuestión, por supuesto, es si escribir mentiras sobre un tirano es un sano ejercicio. O si tener dudas y exponerlo públicamente te puede llevar a la ignominia como historiador. 

Elvira Roca defiende que la Leyenda Negra sobre España está cargada de racismo. Aclara al lector que una cosa es el “racismo” a secas, y otra muy diferente el “racismo científico”. Después del nacionalsocialismo, hablar de racismo es una cuestión peliaguda. Puesto que la sangre de los españoles tenía una contaminación semítica y  mora, el rechazo a los españoles fue básicamente racista: “El racismo necesita de alguna sangre innoble y la sangre semita de los españoles viene muy oportunamente a servir de proyectil a la hispanofobia en Italia”, escribe Elvira Roca, “el calificativo de ‘marrano’, que iba directamente a lo básico, esto es, a excitar el prejuicio antisemita”. Por eso, Elvira Roca utiliza a menudo el término “hispanofobia”: “El Humanismo puso a la hispanofobia ese sello de respetabilidad que todavía perdura.”

“La identidad colectiva de los pueblos protestantes está levantada sobre la denigración de los católicos y, entre estos, España ocupa un lugar de honor.”

“Cuando un niño protestante se cristianiza y aprende los fundamentos de su religión, aprende también cómo nació esta y contra qué monstruosa nación tuvieron que batirse para que existiera.”

Elvira Roca insiste en la xenofobia para demostrar su tesis. Y me parece bien. Muchos grupos étnicos la siguen empleando y les va bien, por ejemplo, los judíos. En casi todos los países occidentales existen leyes que prohíben el antisemitismo. Así que me parece un hallazgo excelente:

“Cuando los españoles aparecieron en el horizonte alemán fueron inmediatamente incorporados al mundo welsch, de manera que poco tuvieron que hacer para que cayera sobre ellos la condenación y la xenofobia más profundas.”

“El Humanismo alemán había aprendido del italiano que los españoles eran racialmente impuros por su contaminación semita, y esta es la primera acusación que se les hace cuando en los años veinte del siglo XVI comienza a aparecer propaganda antiespañola mezclada con la anticatólica.”

Elvira Roca vuelve a insistir en el racismo:

“En el mundo de la alta cultura, el racismo contra los españoles se esparció sin dificultad.”

Recuerda el antisemitismo de Lutero:

“Lutero era profundamente antisemita y encontró en este punto uno de sus temas favoritos: ¿Qué debemos hacer nosotros, los cristianos, con los judíos, esa gente rechazada y condenada? Dado que viven con nosotros, no debemos soportar su comportamiento, ya que conocemos sus mentiras, sus calumnias y sus blasfemias… Debemos primeramente prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura todo aquello a lo que no prendamos fuego para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza.” (Sobre los judíos y sus mentiras, 1543).

Para Elvira Roca, existe una conexión directa entre Lutero y el nazismo. Naturalmente, Elvira Roca hace menciones generalistas  del nacionalsocialismo. Lo que la sociedad conoce del nacionalsocialismo es lo que ha visto en las películas y leído en los muchos bestsellers que existen al respecto. Entiendo que el tema sería suficiente para otro ensayo que no entra en el libro de Elvira Roca. 

Manuel P. Villatoro ha escrito varios artículos en los que presenta a Hitler como propagador de las falacias sobre la Inquisición. En un artículo publicado en ABC en julio de 2018, Villatoro afirma que la noche del 3 de febrero de 1942 Hitler cargó contra la Inquisición mediante argumentos “manidos y falsos como que en la Península habían sido perseguidas y quemadas miles de brujas.” Sin embargo, en las dos ediciones que tengo de las “Conversaciones” de Hitler, éste solo menciona las matanzas de brujas de Würzburg: “Se sabe de jueces del tribunal de la Inquisición que tenían a gloria haber hecho quemar veinte o treinta mil ‘hechiceras’. La larga experiencia de tales horrores tiene que dejar huellas indelebles en un pueblo”.  También a mí me pareció bien curiosa la afirmación. Se deben leer las conversaciones de Hitler con mucha cautela ya que fueron recogidas por dos taquígrafos y tuvieron después de la guerra mucho trasiego y sufrieron pésimas traducciones. Por otra parte, las conversaciones de Hitler se dieron en un entorno relajado y no son sino una simple curiosidad. No deben de servir para sentar tesis sobre Hitler. Semejantes declaraciones no aparecen en Mi Lucha, que es el libro que Hitler publicó. Hitler apenas hace mención de la Edad Media en su libro. En el capítulo 2 se refiere a ese periodo: “Me afligía el recuerdo de ciertos hechos de la Edad Media que no me habría agradado ver repetirse”, en referencia a las guerras de religión. En otros pasajes del libro Hitler se refiere a la Edad Media para admirar las catedrales góticas. A Hitler le disgustaban las guerras de religión. En Mi Lucha se queja de que “la situación de la Iglesia en Alemania no permite comparación alguna con Francia, España o Italia. En todos estos países se puede propagar, por ejemplo, la lucha contra el clericalismo o contra el ultramontanismo, sin correr el riesgo de que tal empeño resulte una disociación en el seno del pueblo francés, español o italiano. Cosa semejante sería imposible en Alemania, porque seguramente los protestantes no tardarían en inmiscuirse en la lucha. Una crítica que en otros países sería sustentada exclusivamente por católicos frente a intromisiones de índole política cometidas por los dignatarios de su propia Iglesia, en Alemania asumiría de hecho el carácter de una agresión del protestantismo contra el catolicismo”. No hay que olvidar que Hitler fue católico y que nunca renunció a ello. Llegó a firmar un concordato con el Vaticano. 

Elvira Roca no necesita desacreditar a Alemania porque  Alemania ya está desacreditada hace mucho tiempo. Apenas tiene necesidad de explicar lo que fue el nacionalsocialismo. Con poner una frase tipo “ya sabemos lo que ocurrió en Alemania…” le es más que suficiente. 

Sin embargo, los soldados españoles que combatieron en Rusia fueron movidos por el ideal de la salvación de la civilización cristiana, en su caso católica, y nada más. No fueron movidos por el odio racista:

Europa necesitaba crear una conciencia común que justificase una política solidaria, y esa conciencia solo podía ser fruto de la tradición cultural compartida, de esa unidad cultural que suponía el cristianismo. La construcción de Europa dependía de recuperar aquella comunidad cultural perdida. Desde esta perspectiva, la contribución española a la idea de Europa debía de hacerse desde su propia tradición cultural y política, genuina del pensamiento conservador: el universalismo cristiano del antiguo Imperio español.” (Revista de Estudios Políticos)

Carlos Caballero Jurado, en su libro sobre la División Azul explica que ese fue el planteamiento con el que fueron los españoles a luchar a Rusia contra el comunismo “ajeno a dogmas racistas, y escapando a los planteamientos puramente económicos, afirmó que a Europa solo se la podría construir desde los valores culturales forjados por la España del Siglo de Oro. Nada de acatamiento a las consignas alemanas, sino reivindicación del papel histórico de España. Unos puntos de vista cercanos a la Universitas Christiana de Carlos V, y alejados de los planteamientos biologicistas del Tercer Reich.”

Caballero Jurado incluye en su ensayo una conferencia de Castro-Rial en donde afirmó:

En estos instantes de conmoción y grandeza internacionales, en que combatimos alegremente por el Nuevo Orden de Europa, no nos es lícito desde el frente más que esculpir, con la sangre y la actitud operante de la milicia, el magnifico gesto de la nueva juventud española. España brinda, de nuevo, su presencia a Europa… Todos los pueblos de Europa se encuentran hermanados en un pasado y necesitan entrelazarse para el porvenir en una comunidad graduada jerárquicamente hacia un fin distributivo y justo… Esta idea de “comunitas perfecta”, entrevista sagazmente por las geniales concepciones de los fundadores del Derecho Internacional, Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, mentes claras y penetrantes, que vivieron en días en que estuvo a punto de cuajar prácticamente la orgánica jerarquización de Europa, intuyó sutilmente la ineludible necesidad de supeditar las desordenadas apetencias nacionales al mayor ideal de una comunidad equitativa… España no solo ha ofrecido y aportado a la Cultura europea unas perennes construcciones científicas, sino que en la larga proyección de su Historia continental ha sacrificado a la idea política de la comunidad europea muchas de sus energías e intereses nacionales. No solo defendimos a Europa cuando las irrupciones orientales amenazaban a Viena, o procedentes de África nos invadían la Península Ibérica, o cuando fue asolada la quietud apacible del Mediterráneo, sino que también ofrendamos nuestros intereses concretos a la unidad continental cuando Carlos V aspiraba a ella por una Comunidad de Príncipes europeos en la que las ambiciones nacionales no pusieran en peligro la armonía de los Pueblos… La idea de una Europa en marcha expresa la realización de una misión específica de cada entidad nacional que vive en su seno. La juventud española que combate en Rusia representa el anhelo de toda una generación que en nuestra Patria exige para España una tarea concreta en el Mundo.”

Es decir, que la reivindicación de Elvira Roca de los logros españoles ya se encontraba en el espíritu de la División Azul y de gran parte del sentir español de la época. No era el racismo alemán lo que motivó el alistamiento de miles de voluntarios, sino la defensa de la civilización cristiana. 

Elvira Roca afirma que en la Edad Moderna fueron quemadas unas 50.000 brujas, la mitad en Alemania y atribuibles a la Inquisición, 27. “La caza de brujas fue mucho más intensa en los territorios protestantes que en los católicos. Lutero defendió el exterminio de las brujas con el argumento de que esto era cumplir con el precepto bíblico… Él, Calvino y otros reformadores alimentaron las creencias populares en las actividades demoniacas y en la práctica de la brujería. La caza de brujas fue usada por las distintas confesiones protestantes como una herramienta para acrecentar el poder de las nuevas autoridades religiosas que adquirían así una mayor capacidad para controlar a la población.”

De hecho, la demonización de España empieza en Alemania con Martin Lutero y alcanza con Orange cotas insuperables”, afirma Elvira Roca. Aunque la historiadora apenas alude al Tercer Reich en su obra, las veces que lo hace son suficientes para demostrar a qué ha conducido el protestantismo. Sus conclusiones son ciertamente demoledoras:

“En el Parque de los Bastiones en Ginebra se levantó en 1909, con motivo del cuatrocientos aniversario del nacimiento de Calvino, un monumento que tiene varios cientos de metros y que representa las imponentes figuras de Gillaume Farel, Calvino, Teodoro de Beza y John Knox. Habría que preguntarse qué pasaría si a alguien se le ocurriera hacerle un monumento a Torquemada, que, comparado con Calvino, parece una mascota.”

Elvira Roca repasa la historia de la persecución hacia los católicos. Explica que la población católica “vivía segregada normalmente en distritos rurales o en barrios periféricos de ciudades grandes y su nivel económico era más bajo que el de los protestantes. La mayor parte eran campesinos obreros no cualificados o semicualificados. En 1870 formaron el partido Zentrum, y aunque apoyaban la unificación y la mayor parte de las políticas de Bismarck, este estaba convencido de que los católicos constituían un obstáculo para la unificación y el engrandecimiento de Alemania. Durante el siglo XIX el catolicismo se había revitalizado en los territorios alemanes gracias al trabajo de los jesuitas y otras órdenes religiosas, aunque estaba expresamente prohibida cualquier forma de proselitismo. Muchos protestantes frecuentaban las iglesias católicas, y hasta el heredero del trono, Federico III, con el beneplácito de su padre, gustaba de ir al templo católico y asistir a la misa, aunque sin cambiar oficialmente de religión. La respuesta protestante a este reavivarse del catolicismo fue contundente.”

Recuerda Elvira Roca que en 2009, por primera vez el número de católicos sobrepasó al de protestantes en Alemania. Dato interesante. 

La historiadora reparte bofetadas a cierta intelectualidad que creíamos intocable. Comienza por Dostoievski y su famoso Gran Inquisidor, Umberto Eco y El nombre de la rosa y, especialmente a Arturo Pérez Reverte: “El inquisidor de Reverte se parece al de Schiller, al de Dostoievski, y al pavoroso Jorge de Burgos de Umberto Eco, como una gota de agua a otra… Los personajes de Reverte se mueven por un Madrid corrupto y decadente, podrido hasta los cimentos…”

En su reciente ensayo, Fracasología, Elvira Roca asegura que “Murieron en las cámaras de gas seis millones de seres humanos y no ha caído sobre Alemania la condenación eterna”. No es cierto. Alemania nunca será la misma desde 1945. El sentimiento de culpa la acompañará de por vida, a no ser que cese la llamada “Industria del Holocausto”, que tan magníficamente describió Norman G. Finkelstein. Los turistas que visitan Alemania siempre son llevados a lugares donde se les recuerdan esos tristes acontecimientos. No digamos ya la ingente cantidad de dinero que Alemania ha pagado y paga por ello. No sé exactamente en qué contexto pone Elvira Roca su frase. Me resulta incomprensible. También asegura la historiadora que “Nadie entra a historiar en Alemania o Inglaterra, para juzgar, para emitir un juicio moral sobre su ser, sobre su propia existencia”. De nuevo me cuesta entenderla. La historia de Alemania, por lo menos la historia contemporánea de Alemania, ha sido escrita casi exclusivamente por historiadores extranjeros. Probablemente se haya escrito más sobre el nacionalsocialismo en casi todos los países que sobre otro hecho histórico. En España mismo existen cientos de historiadores y aficionados que lo hacen. Nunca un hecho histórico (el III Reich) ha sido escrito con más frivolidad, falta de rigor e interés político. 

Por supuesto, solo me queda agradecer la existencia de Elvira Roca Barea. Es una mujer valiente e inteligente. Gracias a ella muchos españoles estamos empezando a despertar. Hay que leerla y propagarla. Ella es la verdadera bofetada que necesitan nuestros políticos e intelectuales analfabetos.