martes, 21 de noviembre de 2023

Distopías


“1984” es un libro que, leído de joven, te marca de por vida. Lo curioso de esta novela es que, cada vez que se lee, uno no deja de pensar en el momento presente, queriendo ver similitudes con la política actual. Quizá esa sea la mayor virtud de Orwell, por más que la escribió teniendo como modelos los estados totalitarios de su época. Sin embargo, uno nunca puede dejar de pensar en el presente cuando la lee. Y, evidentemente, si se buscan paralelismos, se encuentran. La vez que más fuerte sentí esos paralelismos fue durante la pandemia y los correspondientes confinamientos. La vigilancia constante del Estado, los vecinos espías y los numerosos cambios de opinión mostraban una terrible semejanza con la obra de Orwell. Pero claro, Orwell vivió en la era del imperialismo, el comunismo y los fascismos, lo que también nos puede llevar a pensar que el ser humano tiende a comportarse de manera similar con indiferencia de quién le gobierne. 


Si bien “1984” es la más popular de las distopías modernas, antes de su publicación ya existían muchas. Se ha tratado de averiguar si Orwell se inspiró en ellas. Orwell conocía perfectamente a Huxley y a Zamiatin. Y todos ellos conocían al gurú de las utopías, H.G. Wells. La novela donde mejor expone Wells su pensamiento es “Los hombres dioses”. Conviene leerla para comprender que Huxley se basó en ella para “Un mundo feliz”. 



La eterna discusión sobre quién acertó más en sus predicciones, Orwell o Huxley, me parece que no tiene mucho sentido. Ambas novelas, si bien complementarias, presentan más diferencias que similitudes. La novela de Orwell está mejor escrita, es más densa, más desarrollada, presenta mejores descripciones, mientras que la de Huxley es más superficial, aunque no carente de interés. Un aspecto que las une es quizá la preponderancia que ambas dan a Occidente como potencia, no contemplando que quizá Occidente desaparezca de las civilizaciones, en favor sobre todo, de civilizaciones que continúen amarradas a la religión, como es evidente que observamos en la actualidad. En la actualidad parece bastante claro que el futuro pertenece a las civilizaciones religiosas. Occidente, ya instalado en el nihilismo, ha apartado la religión, el cristianismo, siendo sustituido por diferentes somas que les son suministrados a la población como sustituto. Y estos somas no parecen tener ningún futuro, entre otros aspectos, porque la población occidental se ha decantado por el individualismo propio de las sociedades decadentes. Occidente hace tiempo que ha dejado de tener futuro. Si bien el capitalismo sigue sosteniendo a nuestra civilización, es evidente que con el tiempo dejaremos de existir. En “Un mundo feliz” los habitantes se mofan del cristianismo, presentándolo como una pieza de museo, pero a su vez es sustituido por otra religión, el fordismo, inspirada en Henry Ford. 


Precisamente uno de los aspectos que menos me gusta de “1984” es lo relacionado con la religión. Toda la crítica que hace Orwell al respecto es contra el catolicismo, haciendo hincapié en la Inquisición. Orwell, que tenía una agudeza tremenda para denunciar el mal y el imperialismo británico, solo denuncia a la Inquisición católica. En ese sentido Orwell recrea los tópicos que el protestantismo creó contra el Imperio Español. O’Brien le dice a Winston:


- Habrás leído acerca de las persecuciones religiosas del pasado. En la Edad Media estaba la Inquisición. Fue un fracaso. Pretendía erradicar la herejía y solo sirvió para perpetuarla. Por cada hereje quemado en la pira, se alzaron miles. ¿Y por qué? Porque la Inquisición mataba a sus enemigos públicamente cuando aún no se habían arrepentido: de hecho los mataba porque no se habían arrepentido. La gente moría porque se negaba a abandonar sus creencias. Como es natural, toda la gloria era para la víctima y toda la deshonra para el inquisidor.


Orwell nunca menciona a la Iglesia anglicana ni al protestantismo en su obra. “Incluso la Iglesia católica en la Edad Media era tolerante según los patrones modernos”, se dice en la “Teoría y práctica del Colectivismo Oligárquico”. 


Al parecer, Orwell nunca encontró motivos para criticar las injusticias del anglicanismo o del protestantismo. Orwell fue siempre un enconado enemigo del catolicismo. Sin embargo, no fue capaz de establecer la conexión entre el protestantismo y las guerras de su tiempo. No fueron los países católicos los que provocaron las dos terribles guerras del siglo veinte. 


Uno de los capítulos más interesantes de “1984” es el dedicado a la “Teoría y práctica del Colectivismo Oligárquico”, el famoso libro prohibido, en realidad escrito por el propio régimen. Orwell menciona la disputa de las potencias por el control de minerales y otros productos que se obtienen en África, Oriente Medio o la India. “Las masas nunca se rebelan por decisión propia ni solo porque estén oprimidas. De hecho, si no se les permite tener nada con lo que compararse, ni siquiera llegan a saber que lo están”. Huxley, en el prólogo de “Un mundo feliz” escribió su famoso aserto: “Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre”.


La alteración del pasado es una constante en “1984”. En “Un mundo feliz” también se suprimen los libros. En la actualidad, ambas posibilidades son reales, a medias, porque si bien los poderes intentan alterar el pasado y censurar libros, mientras haya personas con capacidad de reflexión, estas tareas se hacen imposibles. Si bien es cierto que los jóvenes nunca se han interesado en el pasado, cualquier persona que se lo proponga puede acercarse a vías alternativas a las versiones oficiales. Claro, que el esfuerzo no es preponderante en la actualidad, conformándose la masa con las meras consignas oficiales que reciben en sus terminales. 


Un aspecto diferenciador de “1984” y “Un mundo feliz” es el relativo al sexo. Mientras que Huxley imagina un futuro en donde el sexo sea algo accesible, Orwell presenta una sociedad en donde el sexo ha de ser erradicado. La sexualidad en “Un mundo feliz” es más parecida a la propuesta por Zamiatin en “Nosotros”, en donde los ciudadanos tienen “días sexuales”. El Estado imaginado por Zamiatin combate también la vida sexual sin control alguno, algo digno de fieras. Sin embargo, tanto Huxley como Zamiatin no prescinden del sexo, como sí hace Orwell. “Todo número tiene derecho, en tanto que producto sexual, a tener relaciones con cualquier otro número”, se explica en “Nosotros”. Todo lo que debe hacer el ciudadano-número es apuntarse en talonario de color rosa para poder acceder a los encuentros sexuales. En “Un mundo feliz” la promiscuidad está bien vista. El sexo parece al alcance de todos, siendo las mujeres las que toman la iniciativa. Las medidas anticonceptivas propuestas por Huxley se adelantaron a nuestra época. Sin embargo, Orwell corta toda relación con el sexo y el fin es la erradicación del orgasmo. De hecho, la relación entre Winston y Julia es en sí misma una declaración de rebeldía absoluta contra el Estado y, a la postre, lo que les llevará a al desastre. Todo esto nos lleva a repensar lo que significa el sexo en la sociedad. Somos seres sexuales, animales, al fin y al cabo. No se nos escapa que internet es un coladero de pornografía. Desde que el adolescente, o niño, dispone de un terminal, tiene acceso a la pornografía. Ello conlleva no pocos peligros. 


Huxley prescinde totalmente de la reproducción “tradicional”, haciendo desaparecer las figuras del padre y la madre. Eso aleja al ser humano del vínculo afectivo principal. En “1984” Winston recuerda un padecimiento terrible el mero hecho de intentar concebir un bebe en su mujer frígida. También en la novela de Orwell se elimina el vínculo familiar. O’Brian se lo deja claro a Winston: “Separaremos a los niños de sus madres al nacer, igual que se recogen los huevos de una gallina. El instinto sexual será erradicado. La procreación se convertirá en una formalidad anual como la renovación de una cartilla de racionamiento. Aboliremos el orgasmo”. 


El arquetipo de ciudadano modelo en “1984” es Parson, que siempre está feliz con las engañosas consignas del Estado. Se lo traga todo satisfecho, incluso la asquerosa comida. El arquetipo en “Un mundo feliz” podría ser Lenina, que toma soma cada vez que se ve en peligro. “Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz”, afirma satisfecha Lenina. 


Otro elemento común en “Un Mundo feliz” y “1984” es la población apartada de la civilización y el control del Estado. En la obra de Huxley son los salvajes de Malpaís y en “1984” los “proles”. Según Dorian Lynskey en su obra “El ministerio de la verdad” la descripción que hace Orwell de los proles “es el elemento menos convincente de 1984”. En la obra de Orwell los proles representan el ochenta y cinco por ciento de la población, y resulta poco creíble que vivan fuera del alcance de la Policía del Pensamiento y las telepantallas. Pero por eso Winston pensaba que había esperanza en los proles. Sin embargo, O’Brian se lo deja claro a Winston: “La gente es infinitamente maleable. O tal vez hayas vuelto a tu antigua idea de los proletarios o los esclavos se alzarán y acabarán derrotándonos. Quítatelo de la cabeza. Son inofensivos, como los animales. La humanidad es el Partido. Los demás están fuera, son irrelevantes”. 


Esa despreocupación por los proles que manifiesta O’Brian es fundamental para comprender “1984”. Es la seguridad que tiene el Estado en saber que nunca se rebelarán. Ocurre claramente en nuestra sociedad. Por mucho que el ciudadano tenga derecho a voto, al libre albedrío, nunca se rebela. Huxley, en el prólogo de su obra lo deja bien claro: “Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre”. 


Huxley ya observó una de las grandes diferencias de su obra con la de Orwell: “La sociedad descrita en 1984 es una sociedad regulada casi exclusivamente por el castigo y el miedo que al castigo”. De hecho, la represión en “Un mundo feliz” se basa en lanzar dosis de soma al aire, en vez de gases lacrimógenos o porras. En ese sentido, probablemente Huxley fue más certero. Pero hay que tener en cuenta que Orwell basaba sus advertencias en lo que representaba el comunismo en su momento. Los fascismos habían sido derrotados cuando Orwell escribió su obra. Pero incluso cuando estaban vivos sus advertencias iban más dirigidas contra el comunismo. En ese sentido es preciso destacar que Orwell siempre fue un escritor al que le gustaba experimentar lo que escribía. Tuvo en la Guerra Civil Española una escuela superior. Federico Jiménez Losantos, en su libro “Memoria del comunismo”, dedica un capítulo a Orwell, no dejándolo bien parado: “(Orwell) venía a implantar el comunismo, y seguía las consignas del antifascismo del Kremlin”. 


Orwell vino a España a luchar contra el fascismo pero no conocía nada de España. De hecho, nunca hizo el más mínimo esfuerzo por lograrlo. Jiménez Losantos acierta cuando afirma: “He aquí al típico comunista inglés enarbolando la Leyenda Negra como si de Enrique VIII se tratara”. Ya he mencionado que lo que menos me gusta de “1984” es su anticatolicismo típicamente inglés, hecho este que llevó a los censores españoles a suprimir del libro los pasajes anticatólicos. Otro error de Orwell es la crítica que hace de Franco y la manida afirmación de que el Generalísimo se levantó contra una República legítima con un gobierno “moderado de izquierdas”. Según Jiménez Losantos “toda la propaganda buenista de izquierdas sobre nuestra Guerra Civil, que parte de Orwell y desemboca en Ken Loach, presenta a Cataluña como un caótico crisol de utopías rojas”. 



Se ha dicho en muchas ocasiones que Orwell se inspiró en la novela de Zamiatin “Nosotros” para su “1984”. Probablemente no sea cierto, aunque existen muchas semejanzas en ambas novelas. Los encuentros sexuales del protagonista  D-503 con I-330 tienen lugar en una casa antigua que recuerda a los encuentros sexuales de Winston con Julia en la habitación alquilada. Son lugares que conservan un estilo de vida perdido. También el hecho de esos furtivos encuentros sexuales, como acto de rebeldía, son similares en las dos novelas. Tanto Zamiatin, como Huxley y Orwell eliminan la religión de los Estados. El aviso realizado por Robert Hugh Benson en su novela de 1907 “Señor del mundo” cobra realidad en Zamiatin, Huxley y Orwell. Cabe destacar que la eliminación de la religión tan solo se ha conseguido en nuestros días en Occidente, siendo en la actualidad muy pujante el islamismo, algo que ninguno de esos escritores pudo ver o advertir. 


Zamiatin sustituye a Dios por el Estado Único. En Huxley es el “fordismo” y en Orwell por la figura del Gran Hermano. Al igual que Orwell, Zamiatin también menciona a la Inquisición española en su novela. En “Nosotros” hay un pasaje del descenso de los cielos del Benefactor que recuerda mucho al descenso de Felsenburgh, el Señor del Mundo  de la novela de  Hugh Benson, escrita en 1907. La novela de Benson, la más acertada en cuanto a predicciones, no es tan conocida, quizá porque es una novela anti masónica. 



Otra novela distópica escrita en 1909 por un autor poco dado a la distopía, y también muy desapercibida, es “La Máquina se para” de E.M. Forster. Se le adjudica a Forster la premonición de YouTube, Facebook y las redes sociales al presentar una sociedad en donde las personas viven aisladas en habitaciones donde disponen de todas sus necesidades con solo apretar un botón. Ya no viajan porque todos los lugares del mundo son iguales. Incluso las personas son iguales en todo el mundo. No se tocan. Al igual que Wells y Hugh Benson, Forster incluye la eutanasia como medio de control de la población. Puesto que la sociedad de la novela depende exclusivamente de la “Maquina”, cuando esta se para, la sociedad colapsa, lo que nos hace meditar sobre qué ocurriría si internet llegara a colapsar en nuestra sociedad: “ llegó un día en que, sin el menor aviso, sin ningún signo previo de debilidad, el sistema de comunicaciones se colapsó íntegramente en todo el mundo; y el mundo, tal como lo habían entendido, llegó a su fin”. 



“Himno”, es otro relato de la disidente Ayn Rand que denuncia la deriva de la Unión Soviética. Rand sitúa los cuarenta años el límite en el que deben vivir todos los hombres. A esa edad ya son viejos y si llegan a los cuarenta y cinco, ancianos. Otro rasgo común es que los hombres no deben pensar en las mujeres, salvo en el apareamiento. Tampoco las mujeres ven a sus hijos ni conocen a sus padres. Con cierto paralelismo con Huxley, Rand ve la felicidad como algo impuesto: “Está prohibido no ser feliz”. Eso sí, es una felicidad con matices, “no es bueno sentir demasiada alegría ni alegrarse de que nuestro cuerpo viva”. Al igual que “1984”, “Un mundo feliz” y “Fahrenheit 451”, los textos de “Los Malvados” fueron incinerados. De la quema surge el “Gran Renacimiento”. No solo arden los libros y las ciudades, los disidentes también son quemados ante la algarabía del populacho. 


Finalmente menciono una novela distópica, curiosamente muy poco conocida, como es “Limbo” de Bernard Wolfe. Digo curiosamente porque el transhumanismo ha cobrado relevancia y la novela de Wolfe tiene como eje central la amputación voluntaria de brazos y piernas, siendo sustituidas por prótesis artificiales más eficientes. “Por fin el hombre ha dejado a la máquina fuera de combate ¡incorporando la máquina a su organismo!”. La mujer o los negros no acceden a la amputación: “Los que hacían los trabajos más serviles -subir y bajar los toldos de las terrazas de los restaurantes, servir en mostradores, atender los ascensores, conducir autobuses y taxis- eran noamps, casi todos mujeres, y no pocos negros”. Por eso mismo Wolfe describe también una “Liga por la emancipación de las mujeres inmovs: ¡Iguales derechos AMP para todos!”. Resulta asombroso observar que son siempre las mismas consignas con las que se agita: “Mujeres, negros, todas las víctimas de la discriminación”. Es decir, se agita a una parte de la masa para que exija los mismos absurdos derechos.


El verdadero desafío es que el cerebro supere a la máquina. Wolfe ya vio que “tal vez el cerebro no pueda con las prótesis”. “La más grande función que había que usurpar, reproducir y perfeccionar al máximo era el pensamiento, pues si se conseguía perfeccionar el cerebro en un modelo electrónico, después el cerebro podría imitar al modelo y perfeccionarse a sí mismo”. 


Wolfe también menciona la modificación del clima mediante la siempre de nubes para controlar las lluvias, desvíos de ríos etc. En definitiva: el hombre contra la tierra. Wolfe tampoco pasa por alto el control de las masas mediante el fomento de la cultura de masas, “una cultura fundida en una unidad monolítica, rápidamente movilizada, cuyos centros neurálgicos eran los medios de comunicación -la radio, la televisión, el cine, los periódicos y las revistas, los cómics, los libros de propaganda, medios que transmitían un torrente constante de eslóganes y consignas impacientes”. Como vemos, nada nuevo y nada que no se siga explotando en la actualidad.


Otro elemento que incorpora Wolfe es la igualdad entre razas que proporciona la cibernética: “Una vez introducida la máquina, primero en Occidente y luego en Oriente, esas diferencias superficiales se fueron diluyendo en el conjunto mecanizado: después de todo, un quirguiz moreno y un irlandés rubio de nariz respingona que trabajaban en rincones opuestos del mundo tenían algo en común: las perforadoras no conocen diferencias políticas. En cierto sentido, la máquina era el gran elemento nivelador, forjado de impersonalizadas: buscaba aplanar las disparidades entre gestos y lenguas y actitudes. Pero lo que la máquina empezó lo completó después el robot”. 


También la sexualidad cambia en “Limbo”. Puesto que los hombres ya no tienen ni brazos ni piernas, cuando hacen el amor se quitan sus nuevos miembros cibernéticos, quedando reducidos a meros objetos: “La mujer Inmov ya no soporta todo pasivamente”. 


“Limbo” es una novela que debería ser más conocida. De hecho, sus consignas están de plena actualidad con el transhumanismo. La sustitución de miembros por la cibernética para pacificar a la población pero, en definitiva, para su control, es algo que no debemos pasar por alto.