martes, 21 de noviembre de 2023

Distopías


“1984” es un libro que, leído de joven, te marca de por vida. Lo curioso de esta novela es que, cada vez que se lee, uno no deja de pensar en el momento presente, queriendo ver similitudes con la política actual. Quizá esa sea la mayor virtud de Orwell, por más que la escribió teniendo como modelos los estados totalitarios de su época. Sin embargo, uno nunca puede dejar de pensar en el presente cuando la lee. Y, evidentemente, si se buscan paralelismos, se encuentran. La vez que más fuerte sentí esos paralelismos fue durante la pandemia y los correspondientes confinamientos. La vigilancia constante del Estado, los vecinos espías y los numerosos cambios de opinión mostraban una terrible semejanza con la obra de Orwell. Pero claro, Orwell vivió en la era del imperialismo, el comunismo y los fascismos, lo que también nos puede llevar a pensar que el ser humano tiende a comportarse de manera similar con indiferencia de quién le gobierne. 


Si bien “1984” es la más popular de las distopías modernas, antes de su publicación ya existían muchas. Se ha tratado de averiguar si Orwell se inspiró en ellas. Orwell conocía perfectamente a Huxley y a Zamiatin. Y todos ellos conocían al gurú de las utopías, H.G. Wells. La novela donde mejor expone Wells su pensamiento es “Los hombres dioses”. Conviene leerla para comprender que Huxley se basó en ella para “Un mundo feliz”. 



La eterna discusión sobre quién acertó más en sus predicciones, Orwell o Huxley, me parece que no tiene mucho sentido. Ambas novelas, si bien complementarias, presentan más diferencias que similitudes. La novela de Orwell está mejor escrita, es más densa, más desarrollada, presenta mejores descripciones, mientras que la de Huxley es más superficial, aunque no carente de interés. Un aspecto que las une es quizá la preponderancia que ambas dan a Occidente como potencia, no contemplando que quizá Occidente desaparezca de las civilizaciones, en favor sobre todo, de civilizaciones que continúen amarradas a la religión, como es evidente que observamos en la actualidad. En la actualidad parece bastante claro que el futuro pertenece a las civilizaciones religiosas. Occidente, ya instalado en el nihilismo, ha apartado la religión, el cristianismo, siendo sustituido por diferentes somas que les son suministrados a la población como sustituto. Y estos somas no parecen tener ningún futuro, entre otros aspectos, porque la población occidental se ha decantado por el individualismo propio de las sociedades decadentes. Occidente hace tiempo que ha dejado de tener futuro. Si bien el capitalismo sigue sosteniendo a nuestra civilización, es evidente que con el tiempo dejaremos de existir. En “Un mundo feliz” los habitantes se mofan del cristianismo, presentándolo como una pieza de museo, pero a su vez es sustituido por otra religión, el fordismo, inspirada en Henry Ford. 


Precisamente uno de los aspectos que menos me gusta de “1984” es lo relacionado con la religión. Toda la crítica que hace Orwell al respecto es contra el catolicismo, haciendo hincapié en la Inquisición. Orwell, que tenía una agudeza tremenda para denunciar el mal y el imperialismo británico, solo denuncia a la Inquisición católica. En ese sentido Orwell recrea los tópicos que el protestantismo creó contra el Imperio Español. O’Brien le dice a Winston:


- Habrás leído acerca de las persecuciones religiosas del pasado. En la Edad Media estaba la Inquisición. Fue un fracaso. Pretendía erradicar la herejía y solo sirvió para perpetuarla. Por cada hereje quemado en la pira, se alzaron miles. ¿Y por qué? Porque la Inquisición mataba a sus enemigos públicamente cuando aún no se habían arrepentido: de hecho los mataba porque no se habían arrepentido. La gente moría porque se negaba a abandonar sus creencias. Como es natural, toda la gloria era para la víctima y toda la deshonra para el inquisidor.


Orwell nunca menciona a la Iglesia anglicana ni al protestantismo en su obra. “Incluso la Iglesia católica en la Edad Media era tolerante según los patrones modernos”, se dice en la “Teoría y práctica del Colectivismo Oligárquico”. 


Al parecer, Orwell nunca encontró motivos para criticar las injusticias del anglicanismo o del protestantismo. Orwell fue siempre un enconado enemigo del catolicismo. Sin embargo, no fue capaz de establecer la conexión entre el protestantismo y las guerras de su tiempo. No fueron los países católicos los que provocaron las dos terribles guerras del siglo veinte. 


Uno de los capítulos más interesantes de “1984” es el dedicado a la “Teoría y práctica del Colectivismo Oligárquico”, el famoso libro prohibido, en realidad escrito por el propio régimen. Orwell menciona la disputa de las potencias por el control de minerales y otros productos que se obtienen en África, Oriente Medio o la India. “Las masas nunca se rebelan por decisión propia ni solo porque estén oprimidas. De hecho, si no se les permite tener nada con lo que compararse, ni siquiera llegan a saber que lo están”. Huxley, en el prólogo de “Un mundo feliz” escribió su famoso aserto: “Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre”.


La alteración del pasado es una constante en “1984”. En “Un mundo feliz” también se suprimen los libros. En la actualidad, ambas posibilidades son reales, a medias, porque si bien los poderes intentan alterar el pasado y censurar libros, mientras haya personas con capacidad de reflexión, estas tareas se hacen imposibles. Si bien es cierto que los jóvenes nunca se han interesado en el pasado, cualquier persona que se lo proponga puede acercarse a vías alternativas a las versiones oficiales. Claro, que el esfuerzo no es preponderante en la actualidad, conformándose la masa con las meras consignas oficiales que reciben en sus terminales. 


Un aspecto diferenciador de “1984” y “Un mundo feliz” es el relativo al sexo. Mientras que Huxley imagina un futuro en donde el sexo sea algo accesible, Orwell presenta una sociedad en donde el sexo ha de ser erradicado. La sexualidad en “Un mundo feliz” es más parecida a la propuesta por Zamiatin en “Nosotros”, en donde los ciudadanos tienen “días sexuales”. El Estado imaginado por Zamiatin combate también la vida sexual sin control alguno, algo digno de fieras. Sin embargo, tanto Huxley como Zamiatin no prescinden del sexo, como sí hace Orwell. “Todo número tiene derecho, en tanto que producto sexual, a tener relaciones con cualquier otro número”, se explica en “Nosotros”. Todo lo que debe hacer el ciudadano-número es apuntarse en talonario de color rosa para poder acceder a los encuentros sexuales. En “Un mundo feliz” la promiscuidad está bien vista. El sexo parece al alcance de todos, siendo las mujeres las que toman la iniciativa. Las medidas anticonceptivas propuestas por Huxley se adelantaron a nuestra época. Sin embargo, Orwell corta toda relación con el sexo y el fin es la erradicación del orgasmo. De hecho, la relación entre Winston y Julia es en sí misma una declaración de rebeldía absoluta contra el Estado y, a la postre, lo que les llevará a al desastre. Todo esto nos lleva a repensar lo que significa el sexo en la sociedad. Somos seres sexuales, animales, al fin y al cabo. No se nos escapa que internet es un coladero de pornografía. Desde que el adolescente, o niño, dispone de un terminal, tiene acceso a la pornografía. Ello conlleva no pocos peligros. 


Huxley prescinde totalmente de la reproducción “tradicional”, haciendo desaparecer las figuras del padre y la madre. Eso aleja al ser humano del vínculo afectivo principal. En “1984” Winston recuerda un padecimiento terrible el mero hecho de intentar concebir un bebe en su mujer frígida. También en la novela de Orwell se elimina el vínculo familiar. O’Brian se lo deja claro a Winston: “Separaremos a los niños de sus madres al nacer, igual que se recogen los huevos de una gallina. El instinto sexual será erradicado. La procreación se convertirá en una formalidad anual como la renovación de una cartilla de racionamiento. Aboliremos el orgasmo”. 


El arquetipo de ciudadano modelo en “1984” es Parson, que siempre está feliz con las engañosas consignas del Estado. Se lo traga todo satisfecho, incluso la asquerosa comida. El arquetipo en “Un mundo feliz” podría ser Lenina, que toma soma cada vez que se ve en peligro. “Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz”, afirma satisfecha Lenina. 


Otro elemento común en “Un Mundo feliz” y “1984” es la población apartada de la civilización y el control del Estado. En la obra de Huxley son los salvajes de Malpaís y en “1984” los “proles”. Según Dorian Lynskey en su obra “El ministerio de la verdad” la descripción que hace Orwell de los proles “es el elemento menos convincente de 1984”. En la obra de Orwell los proles representan el ochenta y cinco por ciento de la población, y resulta poco creíble que vivan fuera del alcance de la Policía del Pensamiento y las telepantallas. Pero por eso Winston pensaba que había esperanza en los proles. Sin embargo, O’Brian se lo deja claro a Winston: “La gente es infinitamente maleable. O tal vez hayas vuelto a tu antigua idea de los proletarios o los esclavos se alzarán y acabarán derrotándonos. Quítatelo de la cabeza. Son inofensivos, como los animales. La humanidad es el Partido. Los demás están fuera, son irrelevantes”. 


Esa despreocupación por los proles que manifiesta O’Brian es fundamental para comprender “1984”. Es la seguridad que tiene el Estado en saber que nunca se rebelarán. Ocurre claramente en nuestra sociedad. Por mucho que el ciudadano tenga derecho a voto, al libre albedrío, nunca se rebela. Huxley, en el prólogo de su obra lo deja bien claro: “Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre”. 


Huxley ya observó una de las grandes diferencias de su obra con la de Orwell: “La sociedad descrita en 1984 es una sociedad regulada casi exclusivamente por el castigo y el miedo que al castigo”. De hecho, la represión en “Un mundo feliz” se basa en lanzar dosis de soma al aire, en vez de gases lacrimógenos o porras. En ese sentido, probablemente Huxley fue más certero. Pero hay que tener en cuenta que Orwell basaba sus advertencias en lo que representaba el comunismo en su momento. Los fascismos habían sido derrotados cuando Orwell escribió su obra. Pero incluso cuando estaban vivos sus advertencias iban más dirigidas contra el comunismo. En ese sentido es preciso destacar que Orwell siempre fue un escritor al que le gustaba experimentar lo que escribía. Tuvo en la Guerra Civil Española una escuela superior. Federico Jiménez Losantos, en su libro “Memoria del comunismo”, dedica un capítulo a Orwell, no dejándolo bien parado: “(Orwell) venía a implantar el comunismo, y seguía las consignas del antifascismo del Kremlin”. 


Orwell vino a España a luchar contra el fascismo pero no conocía nada de España. De hecho, nunca hizo el más mínimo esfuerzo por lograrlo. Jiménez Losantos acierta cuando afirma: “He aquí al típico comunista inglés enarbolando la Leyenda Negra como si de Enrique VIII se tratara”. Ya he mencionado que lo que menos me gusta de “1984” es su anticatolicismo típicamente inglés, hecho este que llevó a los censores españoles a suprimir del libro los pasajes anticatólicos. Otro error de Orwell es la crítica que hace de Franco y la manida afirmación de que el Generalísimo se levantó contra una República legítima con un gobierno “moderado de izquierdas”. Según Jiménez Losantos “toda la propaganda buenista de izquierdas sobre nuestra Guerra Civil, que parte de Orwell y desemboca en Ken Loach, presenta a Cataluña como un caótico crisol de utopías rojas”. 



Se ha dicho en muchas ocasiones que Orwell se inspiró en la novela de Zamiatin “Nosotros” para su “1984”. Probablemente no sea cierto, aunque existen muchas semejanzas en ambas novelas. Los encuentros sexuales del protagonista  D-503 con I-330 tienen lugar en una casa antigua que recuerda a los encuentros sexuales de Winston con Julia en la habitación alquilada. Son lugares que conservan un estilo de vida perdido. También el hecho de esos furtivos encuentros sexuales, como acto de rebeldía, son similares en las dos novelas. Tanto Zamiatin, como Huxley y Orwell eliminan la religión de los Estados. El aviso realizado por Robert Hugh Benson en su novela de 1907 “Señor del mundo” cobra realidad en Zamiatin, Huxley y Orwell. Cabe destacar que la eliminación de la religión tan solo se ha conseguido en nuestros días en Occidente, siendo en la actualidad muy pujante el islamismo, algo que ninguno de esos escritores pudo ver o advertir. 


Zamiatin sustituye a Dios por el Estado Único. En Huxley es el “fordismo” y en Orwell por la figura del Gran Hermano. Al igual que Orwell, Zamiatin también menciona a la Inquisición española en su novela. En “Nosotros” hay un pasaje del descenso de los cielos del Benefactor que recuerda mucho al descenso de Felsenburgh, el Señor del Mundo  de la novela de  Hugh Benson, escrita en 1907. La novela de Benson, la más acertada en cuanto a predicciones, no es tan conocida, quizá porque es una novela anti masónica. 



Otra novela distópica escrita en 1909 por un autor poco dado a la distopía, y también muy desapercibida, es “La Máquina se para” de E.M. Forster. Se le adjudica a Forster la premonición de YouTube, Facebook y las redes sociales al presentar una sociedad en donde las personas viven aisladas en habitaciones donde disponen de todas sus necesidades con solo apretar un botón. Ya no viajan porque todos los lugares del mundo son iguales. Incluso las personas son iguales en todo el mundo. No se tocan. Al igual que Wells y Hugh Benson, Forster incluye la eutanasia como medio de control de la población. Puesto que la sociedad de la novela depende exclusivamente de la “Maquina”, cuando esta se para, la sociedad colapsa, lo que nos hace meditar sobre qué ocurriría si internet llegara a colapsar en nuestra sociedad: “ llegó un día en que, sin el menor aviso, sin ningún signo previo de debilidad, el sistema de comunicaciones se colapsó íntegramente en todo el mundo; y el mundo, tal como lo habían entendido, llegó a su fin”. 



“Himno”, es otro relato de la disidente Ayn Rand que denuncia la deriva de la Unión Soviética. Rand sitúa los cuarenta años el límite en el que deben vivir todos los hombres. A esa edad ya son viejos y si llegan a los cuarenta y cinco, ancianos. Otro rasgo común es que los hombres no deben pensar en las mujeres, salvo en el apareamiento. Tampoco las mujeres ven a sus hijos ni conocen a sus padres. Con cierto paralelismo con Huxley, Rand ve la felicidad como algo impuesto: “Está prohibido no ser feliz”. Eso sí, es una felicidad con matices, “no es bueno sentir demasiada alegría ni alegrarse de que nuestro cuerpo viva”. Al igual que “1984”, “Un mundo feliz” y “Fahrenheit 451”, los textos de “Los Malvados” fueron incinerados. De la quema surge el “Gran Renacimiento”. No solo arden los libros y las ciudades, los disidentes también son quemados ante la algarabía del populacho. 


Finalmente menciono una novela distópica, curiosamente muy poco conocida, como es “Limbo” de Bernard Wolfe. Digo curiosamente porque el transhumanismo ha cobrado relevancia y la novela de Wolfe tiene como eje central la amputación voluntaria de brazos y piernas, siendo sustituidas por prótesis artificiales más eficientes. “Por fin el hombre ha dejado a la máquina fuera de combate ¡incorporando la máquina a su organismo!”. La mujer o los negros no acceden a la amputación: “Los que hacían los trabajos más serviles -subir y bajar los toldos de las terrazas de los restaurantes, servir en mostradores, atender los ascensores, conducir autobuses y taxis- eran noamps, casi todos mujeres, y no pocos negros”. Por eso mismo Wolfe describe también una “Liga por la emancipación de las mujeres inmovs: ¡Iguales derechos AMP para todos!”. Resulta asombroso observar que son siempre las mismas consignas con las que se agita: “Mujeres, negros, todas las víctimas de la discriminación”. Es decir, se agita a una parte de la masa para que exija los mismos absurdos derechos.


El verdadero desafío es que el cerebro supere a la máquina. Wolfe ya vio que “tal vez el cerebro no pueda con las prótesis”. “La más grande función que había que usurpar, reproducir y perfeccionar al máximo era el pensamiento, pues si se conseguía perfeccionar el cerebro en un modelo electrónico, después el cerebro podría imitar al modelo y perfeccionarse a sí mismo”. 


Wolfe también menciona la modificación del clima mediante la siempre de nubes para controlar las lluvias, desvíos de ríos etc. En definitiva: el hombre contra la tierra. Wolfe tampoco pasa por alto el control de las masas mediante el fomento de la cultura de masas, “una cultura fundida en una unidad monolítica, rápidamente movilizada, cuyos centros neurálgicos eran los medios de comunicación -la radio, la televisión, el cine, los periódicos y las revistas, los cómics, los libros de propaganda, medios que transmitían un torrente constante de eslóganes y consignas impacientes”. Como vemos, nada nuevo y nada que no se siga explotando en la actualidad.


Otro elemento que incorpora Wolfe es la igualdad entre razas que proporciona la cibernética: “Una vez introducida la máquina, primero en Occidente y luego en Oriente, esas diferencias superficiales se fueron diluyendo en el conjunto mecanizado: después de todo, un quirguiz moreno y un irlandés rubio de nariz respingona que trabajaban en rincones opuestos del mundo tenían algo en común: las perforadoras no conocen diferencias políticas. En cierto sentido, la máquina era el gran elemento nivelador, forjado de impersonalizadas: buscaba aplanar las disparidades entre gestos y lenguas y actitudes. Pero lo que la máquina empezó lo completó después el robot”. 


También la sexualidad cambia en “Limbo”. Puesto que los hombres ya no tienen ni brazos ni piernas, cuando hacen el amor se quitan sus nuevos miembros cibernéticos, quedando reducidos a meros objetos: “La mujer Inmov ya no soporta todo pasivamente”. 


“Limbo” es una novela que debería ser más conocida. De hecho, sus consignas están de plena actualidad con el transhumanismo. La sustitución de miembros por la cibernética para pacificar a la población pero, en definitiva, para su control, es algo que no debemos pasar por alto. 

jueves, 5 de mayo de 2022

Señor del Mundo

 


“Señor del mundo”, de Robert Hugh Benson, es con toda probabilidad, la novela que mejor refleja el estado apocalíptico en que nos encontramos. La obra fue publicada en el año 1907, antes de la Revolución de 1917 y de las dos guerras mundiales. Hay que tener en cuenta el dato para comprender que, ya entonces, se percibía un ataque contra la religión por medio del hedonismo y el materialismo. También el patriotismo estaba amenazado “como uno de los últimos residuos de la barbarie humana. El placer, entendido como la completa satisfacción de todos los impulsos, podía ser considerado como el único bien y el único deber de los individuos”. Benson veía a la masonería detrás de esa conspiración. La religión también debía desaparecer, siendo el catolicismo el último reducto de los creyentes: “Ocurrió que las personas de fino espíritu religioso se unieron con entusiasmo al catolicismo, mientras que la gran mayoría rechazaba de pleno cualquier idea sobrenatural, para ingresar en las filas de los materialistas y los comunistas”. 


Benson sitúa en un Concilio Vaticano del año 1940 cuando el catolicismo perdió a un gran número de fieles, en asombrosa similitud con lo ocurrido tras el Concilio Vaticano II. Incluso Benson predijo la desaparición de la enseñanza de la religión mediante una “ley para la reforma de la enseñanza que establecía la prohibición expresa de la instrucción religiosa en las escuelas”. Así pues, en el mundo imaginado por Benson tan solo quedan tres grandes doctrinas: el catolicismo, el humanitarismo y las religiones orientales. Una predicción de lo más acertada. Además, Benson sitúa el conflicto concretamente entre el humanitarismo y la religión católica, especialmente en Europa y América. En concreto, Benson sitúa al humanitarismo como una nueva religión bajo la dirección de la masonería. Este humanitarismo convierte al hombre en el nuevo Dios. Será suficiente para que las personas tengan un idealismo “sin exigir nada a las facultades espirituales”. Así pues, el catolicismo se encuentra en claro retroceso. Benson sitúa a Francia y España como los grandes residuos del catolicismo. 


También llama la atención el hecho de que Benson advirtiera de que la psicología sería la encargada de apartar a la fe, así como el materialismo. 


La sociedad preconizada por Benson se puede resumir en esta frase:


“La verdad es que no existía más Dios que el hombre, más sacerdotes que los políticos ni más profetas que los maestros de escuela”. 


Benson no pudo ser más visionario. Incluso el autor menciona en su obra otro hecho casi perfectamente instaurado en nuestra sociedad, la eutanasia: “Aquellos eran los encargados de efectuar la eutanasia: gracias a los aparatos que llevaban preparados terminarían de sufrir las personas agonizantes. En un instante pasarían, dulce, deliciosamente, al reino del eterno descanso”. La eutanasia es aplicada no solo en las personas agonizantes, sino a cualquiera que la solicite. 


En el mundo imaginado por Benson el esperanto es la lengua oficial. Hoy está demostrado que es muy difícil imponer lenguas extrañas en la población. Lo vemos en España con el catalán y el vascuence. Por otra parte, el inglés es el idioma hegemónico en el mundo. No hace falta imponer el esperanto. Los países han sucumbido ante este hecho, algo lógico por otra parte. Todos los imperios terminan por implantar su lengua. 


En la actualidad se sigue considerando a la masonería como una sociedad filantrópica. Basta leer la Wikipedia para comprobarlo. Si alguien lo pone en duda en Youtube, éste pone debajo del vídeo en cuestión una leyenda advirtiendo del carácter filantrópico de la masonería. Ya Benson lo sabía y escribió al respecto: “Se realizaron donaciones de la masonería en Francia y en Italia, en favor de hospitales, orfanatos y otras instituciones de caridad, actitud que también sirvió, una vez más, para disipar cualquier tipo de suspicacia. De nuevo, la mayoría de los espíritus ‘conciliadores’ fueron ganados por la impresión de que la masonería no era más que una sociedad filantrópica”. 


El líder surgido de la sociedad imaginada por Benson se trata del señor Felsenburgh: “este hombre extraordinario está dotado con una increíble capacidad de conocimiento no solo de la naturaleza humana, sino también de cualquier matiz de los que podrían llamarse espirituales. Sin que sea posible saber cómo ha logrado una sabiduría tan completa y general, se ha demostrado desde el principio que lo sabía todo sobre la historia, los prejuicios, temores y esperanzas de las innumerables sectas religiosas y castas orientales con las que ha tenido que tratar… Nunca ha estado implicado en ningún episodio de los que exhibe la prensa sensacionalista, ni relacionado con actos de corrupción, fraude financiero o político que han ensombrecido el comportamiento de tantos estadistas del pasado. Por otra parte, el señor Felsenburgh nunca ha pretendido crear ningún partido político al servicio de sus fines. Ha sido él mismo, en persona, y no un grupo, el que ha logrado conquistarlo todo”.


Como vemos, la figura del señor Felsenburgh se asemeja a los actuales Gates o Soros, reconocidos filántropos millonarios que no pertenecen a ningún partido político pero cuya influencia es notoria. Estas figuras, como El Señor del Mundo, tienen el poder de cambiar el rumbo de la humanidad y, en la práctica, logran gobernar el mundo. De hecho, Felsenburgh es descrito en la novela como “Salvador del Mundo”. Él encarna la figura de la Fraternidad Universal, lo ahora llamamos globalismo: “Es verdad, esa era una tarea ingente, puesto que iba a exigir la revisión de todas las relaciones internacionales. Y también el comercio, la política, los métodos de gobierno, aspectos que estaban exigiendo un cambio radical”. Los paralelismos con el actual globalismo y los dictados de la Agenda 2030 son perfectamente identificables. 


Benson también hace alusión al maltusianismo, así como a la despoblación: “las antiguas ciudades desiertas para siempre, ya sin habitantes que las animaran, despobladas tanto por el triunfo de las ideas de Malthus, como por la huida masiva hacia las grandes urbes”. 


Benson también alertó sobre la deshumanización de las grandes urbes y el modo antinatural de vida al que es sometido el hombre moderno. La ciudad de Roma aparece en la novela como el último vestigio del hombre. Benson creía que el Vaticano, aun no convertido en Estado, era un resquicio de bienestar. Percy, el sacerdote protagonista de la novela, lo pudo comprobar en su visita al Vaticano: “Cuando Percy volvió a contemplar los sencillos trajes de los campesinos, los mercadillos junto a las aceras, y la gente hablando calmada y amistosamente, se sintió invadido por una reconfortante sensación que no acertaba a explicarse. En cierto modo, todo aquello le recordaba que el hombre seguía siendo un ser humano, independiente, individual y libre, con otras preocupaciones que no eran la velocidad, la prisa, el orden material, la pulcritud enfermiza, el rigor y la esclavitud del tiempo”. Benson sitúa a Londres como una ciudad donde las ideas socialistas, el materialismo y el hedonismo son sus máximos exponentes. 


Nuevamente Benson advierte en su novela sobre los peligros de la filantropía moderna: “La caridad cristiana, el amor, era sustituido por la filantropía, el goce material derrotaba a la esperanza en otra vida mejor, y la ciencia hacia inútil la fe”. Este párrafo resulta muy interesante ya que, como es bien sabido, la creencia en la ciencia fue uno de los factores de la pérdida de la fe a principios del siglo XX. En la actualidad la caridad cristiana ha sido ya sustituida por la filantropía. Las antiguas huchas cristianas han sido sustituidas por una solidaridad de postín, que aparece por todas partes. 


Momento culminante en la novela es cuando El Señor del Mundo, Felsenburgh, es nombrado Presidente de Europa, al que se le otorgan poderes dictatoriales: “Se le concedió un palacio para instalarse y la potestad de elegir a sus ministros libremente en cada una de las capitales de Europa. Se le atribuía el derecho de veto sobre todas las leyes aprobadas por los Parlamentos nacionales, con un valor que se prolongaría por un tiempo de tres años. Además, cualquier tipo de medida adoptada por Felsenbourgh por tres veces seguidas se convertiría, sin más trámite, en Ley formal con fuerza obligatoria”. 


A partir de entonces, la sucesión de noticias, en perfecta analogía con lo que sucede hoy día, son transmitidas por agencias de noticias. La humanidad se diviniza. Los católicos son perseguidos y asesinados. Muchos católicos abjuran de su religión. Por todas partes las mismas noticias. Una nueva religión es implementada. Un catolicismo sin Cristo, una verdadera divinización de la humanidad. Pero el hombre no era el centro de la adoración, sino la “idea del Hombre”, desprovisto de su dimensión espiritual. 


Para contrarrestar y luchar contra la nueva doctrina, el Vaticano funda la Orden de Cristo Crucificado. Los católicos son considerados como enemigos irreconciliables de la sociedad. Y aquí Benson revela que la verdadera fe nunca puede ser sustituida. Nos indica a su vez que para sustituir a la verdadera fe se crean religiones falsas. Llama la atención el hecho de que, para destruir la religión la masa defienda las nuevas ideologías con el mismo fanatismo que se defendía la misma religión. Roma queda destruida. Cincuenta aviones la pulverizan: “el hogar secular de la pestilencia cristiana había cesado de ser una amenaza para la paz y la felicidad del mundo”. Como en Roma se encontraba casi toda la Jerarquía Católica del mundo entero, en unas horas todo se aniquila. Se impone el deber de no dejar a los católicos participar en ningún aspecto de la vida pública, “en cualquier país civilizado del mundo”. 


Benson nos describe a la perfección lo que significa un mundo materialista, desprovisto de la fe. En ese aspecto fue profético, mucho más que Orwell o Huxley. Nos lo narra con un acierto pasmoso:


“Un mundo regido por la Naturaleza materia, física, se mostraba favorable al primer hombre que cumplía los principios y normas de esta Naturaleza que, abierta y deliberadamente, consagraba en la vida humana leyes tales como la supervivencia de los más fuertes y verdades tan naturales como la que dice: ‘Perdonar es inmoral’. Este hombre, que encarnaba como ningún otro la majestad de la Naturaleza, era un misterio como lo es la misma Naturaleza, y ambos debían ser aceptados para que el ser humano pudiera desarrollarse y continuar su camino”. 


“Nosotros no podemos explicar la naturaleza ni escapar a su fuerza con actitudes sentimentales. La liebre moribunda llora como un niño, el ciervo herido derrama gruesas lágrimas, el cuervo mata a sus padres. La vida no existe sin la muerte. Y tales cosas ocurren, a pesar de todas las teorías que nos guste inventar. La vida debe aceptarse como es, en estas condiciones, que son las únicas válidas, puesto que, si aceptamos el curso de la naturaleza, no podemos equivocarnos. Y solo cumpliendo estas condiciones, las verdaderas, encontraremos la paz, puesto que nuestra madre naturaleza solo descubre sus secretos a los que la aman tal como ella es”. 


“El hombre había comprendido, por fin, que la raza humana lo era todo, mientras el yo personal no significa nada”. 


El cristianismo desaparece de Europa y se refugia en Jerusalén, en donde se refugia el Papa. A pesar de todo, había personas que dudaban y abrazaban la fe. Para evitar eso, las autoridades recorrían las ciudades con oradores dispuestos a combatir a la fe. Benson da importancia a la prensa que “ayudó mucho a convencer a la opinión pública”. El empeño en desterrar por completo la fe se hace de manera planetaria: “Ya no quedaba ni una sola nación, por lejana o minúscula que fuese, cuyos intereses y aspiraciones no coincidieran esencialmente con los del resto del mundo. Esta primera fase de Humanización definitiva era una conquista lograda desde hacía medio siglo. Pero el grado siguiente, es decir, la integración de los intereses de los tres grandes bloques -América, Oriente y Europa- en una comunidad superior, mundial, resultaba un bien infinitamente superior al conseguido en la primera etapa. Este éxito, extraordinario por su dificultad, fue realizado por una sola persona que, de forma súbita, surgió del seno de la Humanidad en el momento justo, cuando era necesario que alguien aceptara la responsabilidad del papel de salvador”. 


Benson insiste en que solo el catolicismo representaba un peligro “debido a sus pretensiones de mantener una autoridad universal”. Las “sectas” orientales reconocen la doctrina del Hombre nuevo. El peligro del catolicismo radica en que los cristianos rinden homenaje a un Ser Superior, sobrenatural que esta por encima del mundo. Así pues, el catolicismo era una grave amenaza. Y así, Benson relata el Apocalipsis cuando finalmente el último reducto del catolicismo es destruido mediante terribles bombas. Y, sin embargo, “¡quedaban todavía hombres que creían en Dios, a pesar del manifiesto triunfo de la materia!


“Señor del Mundo”, no olvidemos, escrito en 1907, contiene adelantos tecnológicos muy acertados, como naves volantes, aceras rodantes para peatones, puertas automáticas, pantallas telegráficas y luminosas… incluso Benson tuvo el acierto de imaginar unos indicadores electrónicos situados en los asientos de los pasajeros de aviones, que indicaban la distancia en la que uno se encontraba de su destino. Ciertamente prodigioso, si tenemos en cuenta que la aviación en 1907 se encontraba en pañales. Pero la verdadera visión de Benson fue la de acertar en su visión del retroceso de la fe, especialmente la católica, frente al materialismo y la fe en la técnica, que aun siguen vigentes en nuestra época. 


viernes, 8 de abril de 2022

Lajos Ruff: La máquina de lavar cerebros

 


Cuando era joven cayó en mis manos un libro llamado “La máquina de lavar cerebros” de Lajos Ruff. El libro me lo prestó una compañera de clase y cuando se lo devolví no volví a saber nada de él. Sin embargo, nunca olvidé ese libro.Treinta años después y gracias a las facilidades que ofrece internet, pude comprarlo. Exactamente la misma edición. Lajos Ruff fue detenido por la policía comunista húngara y sometido a un proceso de varias semanas en “la cámara mágica”, método de tortura psicológica que recuerda mucho a “1984” de Orwell. El preso Ruff es reducido a una matrícula con el número 414. Winston Smith era el número 6079. Al igual que Smith, Ruff también pasó primero por la tortura física para terminar con una tortura psicológica. La figura paternalista de O’Brien que trata a Smith, tiene su semejanza en el doctor Laszlo Nemeth que trata a Ruff. Llama la atención que ambas figuras tratan con amabilidad al detenido. La pérdida de la noción del tiempo también aparece en ambas obras. Ruff nunca sabe si despierta por la mañana o por la tarde. Desconoce por completo si es de noche. Ruff no detesta al doctor Nemeth, quien había pasado doce años en la Unión Soviética realizando investigaciones psicológicas. El doctor le dice a Ruff:


- Déjese llevar, es la única manera de encontrar la felicidad en esta vida. 


Aquí encontramos otro paralelismo con “1984” cuando, Winston Smith, al final comprende: “Únicamente había que rendirse y todo lo demás venía solo”. A su vez, el doctor Nemeth le revela prácticamente lo mismo que O’Brien a Smith: “Lo que nos interesa no es sólo lo que la gente hace, sino también lo que piensa”. 


Las películas que le proyectan a Ruff son muy interesantes. Parecen pertenecer al género surrealista: “Un hombre fuma un cigarrillo; después lo tira y su mano cae con él. Una mujer se peina el pelo hacia atrás, pero, como si su mano fuese una navaja de afeitar, se le caen al suelo los cabellos. Un hombre calvo se rasca la cabeza, su dedo penetra en el cerebro, hurga entre las circunvoluciones y después le retira como si no se tratase de nada particular… Un hombre penetra en un río. Cuando sale, sus vestidos están secos”. 


Ruff también fue tratado mediante drogas. Le ponían inyecciones de mescalina. Resulta paradójico que este tipo de drogas acabaran siendo consumidas por la juventud occidental muy poco tiempo después. 


La cámara mágica era en realidad el símbolo de lo que los regímenes comunistas pretendían aplicar a toda la sociedad: “Todo el sistema monstruoso de la policía, apuntaba a convertir al país entero en una especie de cámara mágica donde se descargaría a los individuos de su responsabilidad de hombres e incluso del trabajo de reflexionar”. Como vemos, nos encontramos con otra similitud con la obra de Orwell. Otro aspecto que refleja bien el manicomio en que se convirtieron los regímenes comunistas, también reflejado en “1984” es la necesidad que tienen esos regímenes de arrancar la culpabilidad de las personas, quieran o no: “los acusados debían reconocerse culpables, no a causa de la violencia que se ejercía sobre ellos, no por la razón de los golpes, sino porque era necesario que fuesen, en el fondo, realmente culpables”. 


Finalmente, el protagonista es liberado durante la Revolución húngara. 


Lajos Ruff se exilió en Estados Unidos, donde dio un discurso sobre sus experiencias en una sesión del Congreso en Washington. Recordemos que en aquella época la Guerra Fría se hallaba en su momento de mayor paroxismo. 


Lo interesante del relato de Ruff es que las técnicas, para utilizar su misma expresión, de “lavado de cerebro” se encuentran perfectamente instaladas en nuestra sociedad. La cámara mágica que emplean en Ruff para distorsionarle la mente, recuerdan nuestros medios de información, destinados a un pensamiento único. Estos medios oficiales están perfectamente engrasados en los últimos años. La agresividad informativa y, sobre todo, la defenestración a la que se somete cualquier crítica, es muy semejante a la represión que condena el relato de Ruff y de la obra de Orwell. En la actualidad se ha suprimido la violencia física pero, al igual que Ruff y Winston Smith, los métodos paternalistas siguen empleándose contra la población, a la que se trata como si fuera incapaz de analizar nada. 

martes, 15 de febrero de 2022

El animalismo en su encrucijada

 


En su ensayo “Despierta” el historiador Fernando Paz relata el cambio de paradigma que “las élites” llevan pergeñando desde hace un tiempo. La actual pandemia estaría siendo aprovechada para acelerar ese cambio. No hace falta investigar mucho para darse cuenta de que, efectivamente, algo está cambiando en nuestra sociedad. En efecto, estamos sintiendo esos cambios. Todo gira en torno a unas ideologías que en realidad no son nuevas como son el feminismo, el cambio climático, los derechos LGTBI, la inmigración, el control de la natalidad o el animalismo. Siempre me ha llamado la atención la inclusión del animalismo en estos preceptos, principalmente porque soy animalista desde hace casi treinta años. Una de las mayores frustraciones de los animalistas ha sido siempre la enorme dificultad de hacer comprender a las personas la inmoralidad e inutilidad del enorme sufrimiento que infligimos. Cualquier animalista de base conoce la figura del filósofo Peter Singer y de su principal obra, Liberación Animal. Sin embargo, Peter Singer no es un filósofo popular, como tampoco lo ha sido el animalismo. Para hacerse a una idea de la enorme confusión que ha existido con respecto al animalismo, baste recordar que hasta hace poco era mencionado como ecologismo. No se me escapa el hecho de la frustración que ha tenido el militante animalista constantemente. Hacer llegar el mensaje animalista ha sido siempre una tarea ardua, casi inalcanzable. A lo largo de estos casi treinta años he visto como nuestras acciones apenas han tenido repercusión. Y no ha sido por falta de esfuerzo. Cuando uno lleva tantos años dedicados a la propagación de la idea animalista termina frustrado y acaba alejándose del intento, aun sabiendo que, al menos, ha plantado una semilla. Y así, con la conciencia del deber cumplido, uno termina replegándose. En esta situación me encontraba cuando, asombrado, descubro que el animalismo ha comenzado en los últimos años a asomar lentamente su nombre. Sin embargo, aquí hay una evidente trampa. No nos resulta ajeno a los animalistas el hecho de que muchas personas se han acercado al movimiento guiados por un supuesto “amor a los animales”, especialmente a lo que venimos llamando “animales de compañía”. Tampoco me ha resultado ajeno el hecho de que en los últimos tiempos ha crecido considerablemente la tenencia de perros  y gatos en nuestros hogares. El hecho es tan evidente que, durante los confinamientos motivados por la pandemia, se permitía a las personas que convivían con perros saltarse el confinamiento para poder atender las necesidades de sus compañeros de cuatro patas. Incluso se llegó a especular con el hecho de que muchas personas se habían procurado un can para poder salir al exterior, hecho que observé con preocupación. Los medios de comunicación, los mismos que denuncia Fernando Paz en su ensayo, dedican mucho espacio a la adopción de perros en situación de exclusión. Resulta inquietante el hecho de que se comience a preferir la adopción de perros que la propia descendencia. Sin embargo, “tener animales” es la antítesis del animalismo. Los mismos animalistas hemos visto como muchos amantes de los perros y gatos se han acercado a nuestras asociaciones.


Sin embargo, en cualquier sede de las asociaciones animalistas el apartado del mal llamado “animales de compañía” era tan solo uno de los muchos que se trataba. Yo mismo he dedicado horas a separar los asuntos en clasificaciones como “experimentación”, “entretenimiento”, “caza y pesca”, "pieles" o “abasto”. No hace falta extenderse en el hecho de que, ante estas clasificaciones, el apartado “animales de compañía” ocupa una ínfima parte del sufrimiento que hemos causado y seguimos causando a los animales. Por contra, cualquier animalista sabe que un aumento de los llamados “animales de compañía”, lejos de alcanzar la cumbre del animalismo, no hace sino aumentar más sufrimiento en animales que, de no ser por el capricho humano, no existirían. 


Fernando Paz sitúa al animalismo como un eje central de la Agenda 2030. Menciona a Bill Gates como gran impulsor del veganismo:


“Gates, por su parte, no se ha cansado de repetir lo necesario que es disminuir el consumo de carne y cómo, si la población no lo lleva  acabo de grado, habrá que imponerlo por fuerza. ‘Hay que redirigir a la población a un consumo de carne artificial”, que será comercializada como ‘carne ética’ y ‘dieta sostenible’. Gates es el mayor terrateniente de Estados Unidos y ha invertido fuertes cantidades en Hampton Creek Foods, Menphis Meats, Impossible Foods y Beyond Meat; sus empresas se están disparando en bolsa. Y además es propietario de un fondo de inversión, Breakthrough Energy Ventures, que promueve las energías limpias y verdes y que, por descontado, batalla sin descanso contra el cambio climático”. 


Los animalistas hemos constatado siempre el hecho de que la industria de los animales de abasto es una fuente continua de contaminación atmosférica. Las cifras de los animales consumidos diariamente en el mundo entero hablan por sí solas. Estamos hablando de millones de animales sacrificados semanalmente. Me remito al capítulo “En la granja industrial” del citado libro Liberación animal, de Singer. Parece evidente que cualquier industria, y más la relativa al abasto, produce contaminación. También nos encontramos con la evidencia de que las enormes cantidades de agua y comida que necesita el ganado destinado al consumo es una producción al revés: cada animal que se consume necesita más comida para su crianza que la que nos termina ofreciendo una vez la compramos. Parece lógico pensar que se podría distribuir esa comida destinada a los animales de abasto entre los humanos. Por tanto, los esfuerzos de Bill Gates en promover el veganismo me parecen muy aceptables. Por supuesto, aquí entramos en el terreno de si imponer algo a toda la población resulta reprobable. Sin embargo, nadie discute que imponer la prohibición de asesinar o violar merme nuestra libertad. Otro eje fundamental de la exposición de Fernando Paz en su ensayo es el control de la natalidad:


“El vínculo esencial que une a los globalitarios es el neomalthusianismo; si tuviéramos que definir el globalismo, o hallar el mínimo común entre los globalitarios, ese sería la idea de que existe demasiada gente en el mundo. Todas sus acciones las acometen desde ese supuesto, tanto la promoción del lobby LGBTI, como el aborto o la inmigración. Se trata de promover la esterilidad”. 


Fernando Paz señala el vínculo existente entre Bill Gates y el aborto, ya que la familia Gates ha estado ligada en la financiación de abortos en todo el mundo. No es necesario exponer el hecho de que el aborto está insertado en nuestra sociedad como un derecho defendido histéricamente más que como un fracaso. También resulta evidente que la defensa del aborto es más acusada en los países occidentales, donde la población tiende a la baja de manera preocupante, que en los países del Tercer Mundo, donde la población no hace más que aumentar. Volvemos a Fernando Paz:


“El globalismo tiene como primer principio el del control de la población; se debe favorecer todo aquello que limite la población, se deben favorecer todos aquellos hábitos que promuevan la esterilidad. Quizá así se entiendan mejor muchas de las cosas que están sucediendo en nuestras sociedades occidentales”. 


Peter Singer, además de defensor de los derechos de los animales, es también defensor del aborto y de la eutanasia. Tiene más obras dedicadas a estas dos cuestiones que al propio animalismo. Pero todo en Singer gira en torno a la ética. Resulta curioso que tanto el aborto como, en menor medida, la eutanasia, estén plenamente aceptados en Occidente, pero los derechos de los animales, a pesar de formar ya parte del ideario popular, no terminen de adoptarse. Hay muchos intereses económicos en juego. La aplicación de los derechos de los animales está en contra de la aplicación de muchas de las premisas de la modernidad. Por ejemplo en el campo de la medicina. Todos admitimos que la medicina moderna ha contribuido al bienestar y a una mayor esperanza de vida. Aceptamos que ello implique la experimentación con animales, que es la base en la comercialización de los medicamentos. Al respecto se me ocurre una viñeta que circuló cuando se aprobó la vacunación contra el Covid en la que aparecían dos ratas. Una de ellas le pregunta a la otra si se había vacunado, a lo que le responde: “¿Estás loca? Aun la están experimentando con los humanos”. 


La aplicación de los derechos de los animales es más complicada de aplicar que el aborto o la eutanasia, por mucho que forme parte de las premisas de Bill Gates o George Soros. ¿Cómo vamos a renunciar a la experimentación animal, a los alimentos de origen animal, a la ropa de origen animal, a los espectáculos, a la tenencia de animales “de compañía”? Parece no suponer un esfuerzo a la sociedad aceptar el aborto, pero tengo mis dudas de que acepte la renuncia a los beneficios que le proporciona su dependencia de los animales. De momento, la producción de carne vegetal que promueve Gates suscita más mofa que otra cosa. La tesis de Fernando Paz, es que la pandemia ha acelerado los planes globalistas. No es de extrañar que en España se haya aprobado una ley que aprueba la eutanasia en plena pandemia sin debate popular. 


La palabra “empatía” es empleada en la actualidad casi hasta el hartazgo. Forma parte de esa neolengua que el sistema termina por asentar. Sin embargo, esa palabra ya era la premisa fundamental del animalismo desde hace décadas. Los activistas no dejábamos de emplearla en todas nuestras propuestas. La neolengua se ha apropiado de ella. 


No se me escapa el hecho de que en los últimos años algo se ha avanzado en lo referente a los derechos de los animales. Pero mucho me temo que se trata, en la mayoría de los casos, de un avance de postín. Recientemente, a raíz de las declaraciones de un ministro español sobre las condiciones de los animales de abasto, se ha creado un encendido debate al respecto. La respuesta de los medios de comunicación y de la mayor parte de la ciudadanía ha sido contundente, lo que no nos deja dudas de que, debido a enormes intereses económicos, la industria de los animales de abasto tiene aún largo recorrido. Hace unos años la OMS recomendó reducir el consumo de carne. Reconozco que me sorprendió mucho. Sin embargo, a pesar de que otros mantras globalistas ya se encuentran perfectamente asentados, el animalismo simplemente se queda en el tintero. En los últimos años ha crecido el número de personas vegetarianas y veganas, especialmente entre los más jóvenes. Sin embargo, cosa extraña, las asociaciones animalistas no han visto incrementadas sus militancias. Siguen siendo marginales. Mucho me temo que el animalismo quedará tan desvirtuado como el feminismo o el ecologismo y que pasará a formar parte de los intereses políticos. 


Uno de los aspectos más destacados del globalismo es la inmigración, especialmente la que reciben los países occidentales procedentes de culturas que hasta hace poco eran consideradas irreconciliables. Y aquí entramos en un conflicto, que ya me gustaría cómo se pretende resolver, con el animalismo. La religión musulmana contiene unos preceptos que consisten en sacrificar animales mediante un rito que entra en conflicto con nuestras leyes. En Occidente hace tiempo que se sacrifica a los animales mediante un aturdimiento que, si bien los animalistas hemos criticado, se ha considerado una manera más humanitaria de sacrificio. Esto entra en conflicto con los rituales musulmanes y judíos, ya que éstos deben sacrificar a sus animales siendo conscientes. Que yo sepa, ningún partido político ha denunciado esto y en la actualidad en Occidente nuestras leyes al respecto no se cumplen. Peter Singer trata este asunto en Liberación animal: “Muchos países, incluidos Gran Bretaña y Estados Unidos, hacen una excepción en la aplicación de esas leyes al respetar los ritos judíos y musulmanes que requieren que los animales estén completamente conscientes cuando se les sacrifica”. Los musulmanes también celebran anualmente el día del sacrificio, donde es habitual que cada familia sacrifique un animal. ¿Hemos visto por algún lado protesta alguna ante estos hechos que entran en contradicción con nuestra moral y leyes? Mucho me temo que ni lo hemos visto ni lo veremos. Al respecto cabe decir que los globalistas tienen la misma confusión en lo que respecta al feminismo, al incluir en sus filas a mujeres musulmanas en sus manifestaciones. Por tanto, no es oro todo lo que reluce.


Dentro del amplio abanico de las propuestas globalistas que Fernando Paz describe en su libro, el animalismo ocupa un lugar destacado, al que se refiere como “otro factor vital”. Menciona a la activista Donna Haraway que, al parecer, es partidaria de la zoofilia: “Haraway propone la zoofilia no solo como aceptable, sino como la consumación de esta idea de fusión entre el animal y el ser humano. De hecho, Haraway ha escrito abundantemente acerca de sus propias relaciones sexuales con su perra”. No es casualidad el hecho de que Haraway parece que, además de practicar la zoofilia, lo hace mediante su vertiente lésbica. Un hecho tan enrevesado como las nuevas y complicadas formas sexuales que el globalismo ofrece. Sin embargo, no hay que confundirse. La zoofilia es tan condenable por el animalismo como cualquier otra forma de explotación animal. Paz se refiere a Peter Singer como defensor de la eutanasia y la zoofilia: “Ardiente partidario de la primera, para la segunda solo concibe el límite que impone el daño que se pueda infligir al animal”. 


Fernando Paz menciona a su vez la defensa que Peter Singer hace del aborto y de la eutanasia, quedando de esta forma ligadas al animalismo. Creo que esto es un error. No todos los animalistas son pro abortistas o defensores de la eutanasia. Cierto es que la labor filosófica de Singer es más extensa en la defensa del aborto que del animalismo. Singer tiene más libros en los que defiende el aborto y la eutanasia que al propio animalismo, aunque finalmente, en la defensa de una la ética de Singer terminen convergiendo los tres aspectos. Pero una persona que se acerca a las premisas animalistas no está interesada en absoluto en el aborto o la eutanasia. Esto es tan evidente como que al animalista tampoco se le debe exigir tener una sensibilidad ecologista. ¿Debemos pensar que un ecologista debe de ser pro abortista? Y, finalmente, ¿debemos pensar que un animalista debe de ser partidario de la zoofilia? 


Fernando Paz exagera las pretensiones animalistas, al incluir al animalismo en parte esencial del globalismo. “El animalismo y sus derivados degradan al ser humano por la sencilla razón de que no es posible humanizar a los animales, pero sí animalizar al hombre”, asegura Paz. No ha sido nunca el animalismo el que ha pretendido humanizar a los animales, más bien al contrario, en la imaginería popular siempre se ha humanizado a los animales. Baste ver el catálogo de películas y libros donde se ponen nombres humanos a los animales y se les dota de carácter humano. Precisamente el animalismo pretende justo lo contrario. Equiparar el sufrimiento animal al humano puede resultar un ejercicio práctico, lo que llamamos “empatía”, pero es un error, como habitualmente se piensa, que los animalistas pretendemos dotar de los mismos derechos a los animales que a las personas. Un animalista no pretende que un cerdo tenga derecho al voto. Simplemente aboga porque tenga derecho a no ser torturado y pueda vivir como un cerdo. Nada más. No hay ninguna teoría de la conspiración en erradicar el terrible sufrimiento que conlleva la ganadería. El temor a sustituir el chuletón por carne vegetal forma parte del reciente miedo al animalismo. En los últimos años hemos visto un incremento  en la demanda de productos vegetales tanto en el supermercado como en los restaurantes. Incluso empresas dedicadas en exclusiva a la venta de hamburguesas ofrecen ya la alternativa vegetariana. ¿Se debe esto a una conspiración mundialista? El mismo Bill Gates lleva años intentando dar con una receta vegetariana aceptable al paladar acostumbrado a la hamburguesa clásica. Esto en principio me parece aceptable. Los animalistas hemos asegurado durante mucho tiempo que la producción de carne no solo no es ética sino que tampoco es sostenible. Sencillamente, no es posible que todo el mundo coma carne. Uno de los mayores temores del animalismo ha sido que el aumento de la calidad de vida de los chinos redundara en un mayor consumo de carne. Para alimentar con carne a la población china se precisaría de enormes granjas animales y de millones y millones de sacrificios sin las garantías de bienestar animal. 


Entramos finalmente en el resbaladizo mundo de la política. A ninguna asociación animalista se les escapa el hecho de que, una cuestión es hacer proselitismo y otra tratar con los diversos organismos oficiales, que están dirigidos por políticos. Es sabido que a mayor presión social, mayor es la respuesta política. Las diferentes asociaciones animalistas, además de su habitual proselitismo, terminan exponiendo sus propuestas en los despachos de las distintas administraciones. Con el tiempo, los mismos políticos han venido aceptando alguna de las propuestas de los animalistas, aunque muy tímidamente. Uno de los logros animalistas fue conseguir la prohibición de la estabulación de las gallinas ponedoras. Aun recuerdo que cuando se consiguió esa práctica, el plazo dado por las administraciones fue de varios años. En los últimos años hemos visto cómo algunas festividades populares en las que se hacían participar a toda clase de animales, están desapareciendo. Muchas localidades españolas ya no ofrecen corridas de toros. También se ha logrado erradicar el  sacrificio de perros y gatos abandonados. Pero no olvidemos que esas prácticas suponen solo un pequeño porcentaje del sufrimiento animal en el mundo. Se tiende a pensar que el globalismo, con su conocido ideario, es de tendencia izquierdista o progresista. Esto es un absurdo por cuanto también la derecha participa en el ideario globalista. Baste observar a los actuales políticos españoles que portan la chapa de la Agenda 2030 en sus solapas: hay un amplio abanico que va desde la ultra izquierda hasta el mismo rey de España. El término “progresismo” conlleva a grandes equivocaciones. La izquierda se ha apropiado del término, aunque es tremendamente erróneo. Al respecto, Gustavo Bueno ya expuso la contrariedad en sus libros El mito de la Izquierda y El mito de la Derecha. Gustavo Bueno se dio cuenta de la fragilidad del término “progresismo”, que se ha repetido hasta la saciedad por parte de la izquierda española. Afirma Bueno:


“Hay otras muchas variedades de la derecha que son aún más progresistas, desde el punto de vista histórico, que algunas izquierdas y que, desde luego, no son nada conservadoras. Por ejemplo, no lo son ecológicamente las grandes obras hidráulicas, las talas de bosques, la construcción de autopistas, operaciones tan escasamente conservadoras desde el punto de vista ecológico, suelen tener una inspiración depredadora ‘derechista’, por lo que el conservacionismo (o el conservadurismo) estará aquí representado por las izquierdas ecológicas, que se horrorizan ante cualquier ‘impacto ambiental’ sobre el paisaje. Más aún, habría que llamar conservadora a la política de los planes quinquenales lanzada por Stalin, en la medida en que tras la decisión de poner en marcha el proyecto del primer plan (en diciembre de 1928), el XVII Congreso (enero-febrrero de 1934), en lugar de detener el modelo desarrollista, lo conservó, aprobando el segundo plan quinquenal, y así sucesivamente”. 


Lo cierto es que el animalismo ha sido arrebatado por la izquierda en sus propuestas electorales. A nadie se le escapa que la mayoría de los partidos de izquierda estén en contra de las corridas de toros y la caza, y los partidos de la derecha estén a favor. Sin embargo, aquí conviene aclarar que fue el PSOE el dinamizador de las corridas de toros en los años ochenta, cuando ya estaban en franca decadencia. El PSOE no solo dio un gran impulso a las corridas de toros sino que promovió a su vez los festejos populares en donde se torturaba animales, que ya estaban en franca decadencia durante los últimos años del franquismo. La realidad nos demuestra que cuando gobierna la izquierda ni los toros ni la caza desaparecen, por mucho que sus dirigentes se muestren contrarios. De nuevo Gustavo Bueno nos aclara el error de calificar como no progresista a la derecha:


“Es gratuito atribuir a la derecha absoluta un carácter conservador o inmovilista, incluso retrógrado (cavernícola). Coyunturalmente la derecha podrá ser conservadora o retrógrada, pero es aún mucho más probable que la derecha, y sobre todo en la época del capitalismo, sea dinámica y progresista. ¿Quién inspiró la expansión geográfica del siglo XVI? ¿Quién inspiró la construcción de los ferrocarriles, de los rascacielos, es decir, de todos los contenidos atribuidos al ‘progreso’, sino unas derechas absolutas, en conflicto con otras derechas absolutas?”. 


La apropiación del animalismo por parte de la izquierda nos lleva a una evidencia que a la propia izquierda molesta sobremanera, como es el hecho de que las primeras leyes conservacionistas y claramente animalistas se llevaron a cabo en la Alemania nacionalsocialista en los años treinta del siglo XX. Efectivamente, el satánico Hitler fue una persona con una gran sensibilidad hacia los animales. No es de extrañar que los partidos de la derecha, en su defensa de las corridas de toros, recuerden esta realidad. Gustavo Bueno también fue consciente del poso izquierdista del fascismo y del nacionalsocialismo:


“La izquierda, casi unánimemente, considera al fascismo como un movimiento de derecha, incluso de ultraderecha: en la España de la Constitución de 1978, cuando alguien de izquierdas y que por más señas está preso del dualismo de las dos Españas de Machado, si quiere describir rápidamente a alguien que él cree de derechas, lo hace mediante la fórmula: ‘Es un facha, un fascista.’ Sin embargo, como dice, Renzo de Felice, en su reconocida obra Il Fascismo (1970), el fascismo italiano se consideraba heredero de la Revolución francesa. La teoría del fascismo o del nazismo, como movimientos emanados de la ultraderecha capitalista, es una teoría procedente del dualismo metafísico vinculado al Diamat (Materialismo Dialéctico), que vio al fascismo y al nazismo, desde su teoría del Stamokap (Capitalismo monopolista de Estado), como un movimiento burgués propio de la derecha más dura, que se enfrentaba principalmente al comunismo (Gramci fue acaso el primero que rozó este problema en su obra juvenil La revolución contra el capital). Pero esta interpretación del fascismo, propia del Diamat, ignoraba los componentes objetivos izquierdistas del fascismo italiano, y sobre todo del alemán, cuyos componentes paganos, incluso racistas, contra la religión cristiana, se enfrentaban con las derechas democráticas”. 


Para desterrar la creencia de que tanto el fascismo como el nacionalsocialismo no son progresistas, baste leer la obra de Roger Griffin Modernismo y fascismo. Resumiendo, es absurda la idea actual de que el animalismo sea una reivindicación propia de la izquierda progresista. Dicho lo cual, el movimiento animalista NO es una propuesta propia de personas de izquierda. La cuestión es tan sencilla como afirmar que el feminismo es solo propia de la izquierda progresista. Por tanto, conviene aclarar que uno se puede encontrar con animalistas de izquierda, de derecha, fascistas o mismamente apolíticos. El actual batiburrillo ideológico conlleva a una confusión evidente. 


Dicho lo cual nos hacemos la siguiente pregunta: ¿Forma parte el animalismo del Globalismo o de las élites que pretenden controlar el mundo? La respuesta es un no rotundo. De hecho, como he dicho,  las asociaciones animalistas no han visto incrementadas sus afiliaciones en los últimos años. Siguen siendo asociaciones minoritarias, que prácticamente se han visto relegadas a la marginalidad, por más que crezca el número de veganos y amantes de los animales.