jueves, 5 de mayo de 2022

Señor del Mundo

 


“Señor del mundo”, de Robert Hugh Benson, es con toda probabilidad, la novela que mejor refleja el estado apocalíptico en que nos encontramos. La obra fue publicada en el año 1907, antes de la Revolución de 1917 y de las dos guerras mundiales. Hay que tener en cuenta el dato para comprender que, ya entonces, se percibía un ataque contra la religión por medio del hedonismo y el materialismo. También el patriotismo estaba amenazado “como uno de los últimos residuos de la barbarie humana. El placer, entendido como la completa satisfacción de todos los impulsos, podía ser considerado como el único bien y el único deber de los individuos”. Benson veía a la masonería detrás de esa conspiración. La religión también debía desaparecer, siendo el catolicismo el último reducto de los creyentes: “Ocurrió que las personas de fino espíritu religioso se unieron con entusiasmo al catolicismo, mientras que la gran mayoría rechazaba de pleno cualquier idea sobrenatural, para ingresar en las filas de los materialistas y los comunistas”. 


Benson sitúa en un Concilio Vaticano del año 1940 cuando el catolicismo perdió a un gran número de fieles, en asombrosa similitud con lo ocurrido tras el Concilio Vaticano II. Incluso Benson predijo la desaparición de la enseñanza de la religión mediante una “ley para la reforma de la enseñanza que establecía la prohibición expresa de la instrucción religiosa en las escuelas”. Así pues, en el mundo imaginado por Benson tan solo quedan tres grandes doctrinas: el catolicismo, el humanitarismo y las religiones orientales. Una predicción de lo más acertada. Además, Benson sitúa el conflicto concretamente entre el humanitarismo y la religión católica, especialmente en Europa y América. En concreto, Benson sitúa al humanitarismo como una nueva religión bajo la dirección de la masonería. Este humanitarismo convierte al hombre en el nuevo Dios. Será suficiente para que las personas tengan un idealismo “sin exigir nada a las facultades espirituales”. Así pues, el catolicismo se encuentra en claro retroceso. Benson sitúa a Francia y España como los grandes residuos del catolicismo. 


También llama la atención el hecho de que Benson advirtiera de que la psicología sería la encargada de apartar a la fe, así como el materialismo. 


La sociedad preconizada por Benson se puede resumir en esta frase:


“La verdad es que no existía más Dios que el hombre, más sacerdotes que los políticos ni más profetas que los maestros de escuela”. 


Benson no pudo ser más visionario. Incluso el autor menciona en su obra otro hecho casi perfectamente instaurado en nuestra sociedad, la eutanasia: “Aquellos eran los encargados de efectuar la eutanasia: gracias a los aparatos que llevaban preparados terminarían de sufrir las personas agonizantes. En un instante pasarían, dulce, deliciosamente, al reino del eterno descanso”. La eutanasia es aplicada no solo en las personas agonizantes, sino a cualquiera que la solicite. 


En el mundo imaginado por Benson el esperanto es la lengua oficial. Hoy está demostrado que es muy difícil imponer lenguas extrañas en la población. Lo vemos en España con el catalán y el vascuence. Por otra parte, el inglés es el idioma hegemónico en el mundo. No hace falta imponer el esperanto. Los países han sucumbido ante este hecho, algo lógico por otra parte. Todos los imperios terminan por implantar su lengua. 


En la actualidad se sigue considerando a la masonería como una sociedad filantrópica. Basta leer la Wikipedia para comprobarlo. Si alguien lo pone en duda en Youtube, éste pone debajo del vídeo en cuestión una leyenda advirtiendo del carácter filantrópico de la masonería. Ya Benson lo sabía y escribió al respecto: “Se realizaron donaciones de la masonería en Francia y en Italia, en favor de hospitales, orfanatos y otras instituciones de caridad, actitud que también sirvió, una vez más, para disipar cualquier tipo de suspicacia. De nuevo, la mayoría de los espíritus ‘conciliadores’ fueron ganados por la impresión de que la masonería no era más que una sociedad filantrópica”. 


El líder surgido de la sociedad imaginada por Benson se trata del señor Felsenburgh: “este hombre extraordinario está dotado con una increíble capacidad de conocimiento no solo de la naturaleza humana, sino también de cualquier matiz de los que podrían llamarse espirituales. Sin que sea posible saber cómo ha logrado una sabiduría tan completa y general, se ha demostrado desde el principio que lo sabía todo sobre la historia, los prejuicios, temores y esperanzas de las innumerables sectas religiosas y castas orientales con las que ha tenido que tratar… Nunca ha estado implicado en ningún episodio de los que exhibe la prensa sensacionalista, ni relacionado con actos de corrupción, fraude financiero o político que han ensombrecido el comportamiento de tantos estadistas del pasado. Por otra parte, el señor Felsenburgh nunca ha pretendido crear ningún partido político al servicio de sus fines. Ha sido él mismo, en persona, y no un grupo, el que ha logrado conquistarlo todo”.


Como vemos, la figura del señor Felsenburgh se asemeja a los actuales Gates o Soros, reconocidos filántropos millonarios que no pertenecen a ningún partido político pero cuya influencia es notoria. Estas figuras, como El Señor del Mundo, tienen el poder de cambiar el rumbo de la humanidad y, en la práctica, logran gobernar el mundo. De hecho, Felsenburgh es descrito en la novela como “Salvador del Mundo”. Él encarna la figura de la Fraternidad Universal, lo ahora llamamos globalismo: “Es verdad, esa era una tarea ingente, puesto que iba a exigir la revisión de todas las relaciones internacionales. Y también el comercio, la política, los métodos de gobierno, aspectos que estaban exigiendo un cambio radical”. Los paralelismos con el actual globalismo y los dictados de la Agenda 2030 son perfectamente identificables. 


Benson también hace alusión al maltusianismo, así como a la despoblación: “las antiguas ciudades desiertas para siempre, ya sin habitantes que las animaran, despobladas tanto por el triunfo de las ideas de Malthus, como por la huida masiva hacia las grandes urbes”. 


Benson también alertó sobre la deshumanización de las grandes urbes y el modo antinatural de vida al que es sometido el hombre moderno. La ciudad de Roma aparece en la novela como el último vestigio del hombre. Benson creía que el Vaticano, aun no convertido en Estado, era un resquicio de bienestar. Percy, el sacerdote protagonista de la novela, lo pudo comprobar en su visita al Vaticano: “Cuando Percy volvió a contemplar los sencillos trajes de los campesinos, los mercadillos junto a las aceras, y la gente hablando calmada y amistosamente, se sintió invadido por una reconfortante sensación que no acertaba a explicarse. En cierto modo, todo aquello le recordaba que el hombre seguía siendo un ser humano, independiente, individual y libre, con otras preocupaciones que no eran la velocidad, la prisa, el orden material, la pulcritud enfermiza, el rigor y la esclavitud del tiempo”. Benson sitúa a Londres como una ciudad donde las ideas socialistas, el materialismo y el hedonismo son sus máximos exponentes. 


Nuevamente Benson advierte en su novela sobre los peligros de la filantropía moderna: “La caridad cristiana, el amor, era sustituido por la filantropía, el goce material derrotaba a la esperanza en otra vida mejor, y la ciencia hacia inútil la fe”. Este párrafo resulta muy interesante ya que, como es bien sabido, la creencia en la ciencia fue uno de los factores de la pérdida de la fe a principios del siglo XX. En la actualidad la caridad cristiana ha sido ya sustituida por la filantropía. Las antiguas huchas cristianas han sido sustituidas por una solidaridad de postín, que aparece por todas partes. 


Momento culminante en la novela es cuando El Señor del Mundo, Felsenburgh, es nombrado Presidente de Europa, al que se le otorgan poderes dictatoriales: “Se le concedió un palacio para instalarse y la potestad de elegir a sus ministros libremente en cada una de las capitales de Europa. Se le atribuía el derecho de veto sobre todas las leyes aprobadas por los Parlamentos nacionales, con un valor que se prolongaría por un tiempo de tres años. Además, cualquier tipo de medida adoptada por Felsenbourgh por tres veces seguidas se convertiría, sin más trámite, en Ley formal con fuerza obligatoria”. 


A partir de entonces, la sucesión de noticias, en perfecta analogía con lo que sucede hoy día, son transmitidas por agencias de noticias. La humanidad se diviniza. Los católicos son perseguidos y asesinados. Muchos católicos abjuran de su religión. Por todas partes las mismas noticias. Una nueva religión es implementada. Un catolicismo sin Cristo, una verdadera divinización de la humanidad. Pero el hombre no era el centro de la adoración, sino la “idea del Hombre”, desprovisto de su dimensión espiritual. 


Para contrarrestar y luchar contra la nueva doctrina, el Vaticano funda la Orden de Cristo Crucificado. Los católicos son considerados como enemigos irreconciliables de la sociedad. Y aquí Benson revela que la verdadera fe nunca puede ser sustituida. Nos indica a su vez que para sustituir a la verdadera fe se crean religiones falsas. Llama la atención el hecho de que, para destruir la religión la masa defienda las nuevas ideologías con el mismo fanatismo que se defendía la misma religión. Roma queda destruida. Cincuenta aviones la pulverizan: “el hogar secular de la pestilencia cristiana había cesado de ser una amenaza para la paz y la felicidad del mundo”. Como en Roma se encontraba casi toda la Jerarquía Católica del mundo entero, en unas horas todo se aniquila. Se impone el deber de no dejar a los católicos participar en ningún aspecto de la vida pública, “en cualquier país civilizado del mundo”. 


Benson nos describe a la perfección lo que significa un mundo materialista, desprovisto de la fe. En ese aspecto fue profético, mucho más que Orwell o Huxley. Nos lo narra con un acierto pasmoso:


“Un mundo regido por la Naturaleza materia, física, se mostraba favorable al primer hombre que cumplía los principios y normas de esta Naturaleza que, abierta y deliberadamente, consagraba en la vida humana leyes tales como la supervivencia de los más fuertes y verdades tan naturales como la que dice: ‘Perdonar es inmoral’. Este hombre, que encarnaba como ningún otro la majestad de la Naturaleza, era un misterio como lo es la misma Naturaleza, y ambos debían ser aceptados para que el ser humano pudiera desarrollarse y continuar su camino”. 


“Nosotros no podemos explicar la naturaleza ni escapar a su fuerza con actitudes sentimentales. La liebre moribunda llora como un niño, el ciervo herido derrama gruesas lágrimas, el cuervo mata a sus padres. La vida no existe sin la muerte. Y tales cosas ocurren, a pesar de todas las teorías que nos guste inventar. La vida debe aceptarse como es, en estas condiciones, que son las únicas válidas, puesto que, si aceptamos el curso de la naturaleza, no podemos equivocarnos. Y solo cumpliendo estas condiciones, las verdaderas, encontraremos la paz, puesto que nuestra madre naturaleza solo descubre sus secretos a los que la aman tal como ella es”. 


“El hombre había comprendido, por fin, que la raza humana lo era todo, mientras el yo personal no significa nada”. 


El cristianismo desaparece de Europa y se refugia en Jerusalén, en donde se refugia el Papa. A pesar de todo, había personas que dudaban y abrazaban la fe. Para evitar eso, las autoridades recorrían las ciudades con oradores dispuestos a combatir a la fe. Benson da importancia a la prensa que “ayudó mucho a convencer a la opinión pública”. El empeño en desterrar por completo la fe se hace de manera planetaria: “Ya no quedaba ni una sola nación, por lejana o minúscula que fuese, cuyos intereses y aspiraciones no coincidieran esencialmente con los del resto del mundo. Esta primera fase de Humanización definitiva era una conquista lograda desde hacía medio siglo. Pero el grado siguiente, es decir, la integración de los intereses de los tres grandes bloques -América, Oriente y Europa- en una comunidad superior, mundial, resultaba un bien infinitamente superior al conseguido en la primera etapa. Este éxito, extraordinario por su dificultad, fue realizado por una sola persona que, de forma súbita, surgió del seno de la Humanidad en el momento justo, cuando era necesario que alguien aceptara la responsabilidad del papel de salvador”. 


Benson insiste en que solo el catolicismo representaba un peligro “debido a sus pretensiones de mantener una autoridad universal”. Las “sectas” orientales reconocen la doctrina del Hombre nuevo. El peligro del catolicismo radica en que los cristianos rinden homenaje a un Ser Superior, sobrenatural que esta por encima del mundo. Así pues, el catolicismo era una grave amenaza. Y así, Benson relata el Apocalipsis cuando finalmente el último reducto del catolicismo es destruido mediante terribles bombas. Y, sin embargo, “¡quedaban todavía hombres que creían en Dios, a pesar del manifiesto triunfo de la materia!


“Señor del Mundo”, no olvidemos, escrito en 1907, contiene adelantos tecnológicos muy acertados, como naves volantes, aceras rodantes para peatones, puertas automáticas, pantallas telegráficas y luminosas… incluso Benson tuvo el acierto de imaginar unos indicadores electrónicos situados en los asientos de los pasajeros de aviones, que indicaban la distancia en la que uno se encontraba de su destino. Ciertamente prodigioso, si tenemos en cuenta que la aviación en 1907 se encontraba en pañales. Pero la verdadera visión de Benson fue la de acertar en su visión del retroceso de la fe, especialmente la católica, frente al materialismo y la fe en la técnica, que aun siguen vigentes en nuestra época.