miércoles, 19 de agosto de 2015

Ancianos y adolescentes


El 15 de julio 8 ancianos murieron en un incendio. Cuando leí la noticia pensé que el suceso iba a tener “entretenidos” a prensa y ciudadanos. Sin embargo, los medios decidieron no airear la noticia en exceso y los 8 muertos pasaron sin pena ni gloria. Unos días después, un autobús colisionó en un túnel y dejó heridos a varios estudiantes de Bilbao. 

Las dos noticias son un perfecto ejemplo de lo que representa hoy en día el periodismo y, sobre todo, cómo éste manipula los sentimientos. ¿Cuál de los dos hechos es más grave? Es evidente que 8 fallecidos. Sin embargo los muertos cometieron un error gravísimo: ser viejos. Bastó ese dato para que no tuvieran la misma gloria que los 53 jóvenes heridos en el autobús. 

Nuestro periodismo moderno decidió arropar constantemente a los jóvenes y sus familiares, dedicándoles amplios reportajes. Pero hubo un hecho que me llamó la atención: cuando los jóvenes regresaron a su ciudad, fueron recibidos por un grupo de psicólogos para aliviarles el trauma. El detalle me hizo pensar en nuestra ridícula civilización. Si nuestros adolescentes tienen que ser asistidos psicológicamente ante una adversidad, ¿cómo vamos a sobrevivir como nación si al primer obstáculo nos aterrorizamos? Pienso en los niños de la guerra, en cualquier país en conflicto. Pienso en las personas que acaban de ser bombardeadas. ¿Tendrían suficientes psicólogos para aliviar su dolor? 

Por otra parte, ¿qué le puede decir un psicólogo a un joven que acaba de sufrir un accidente? ¿cómo puede consolarle? Y, lo más importante: ¿lo logra?. Nuestra sociedad, acostumbrada a defenestrar sacerdotes, tolera a los psicólogos como los nuevos brujos. 

Siempre he tenido curiosidad por ver qué le dice un psicólogo al paciente por, pongamos por caso, un abandono sentimental. ¿Tienen fórmulas para acortar el sufrimiento? ¿De verdad las tienen? Pues bien, los psicólogos pueden “recetar” pautas a seguir, algo que cualquier amigo puede hacer sin necesidad de títulos pomposos. He conocido un caso de un psicólogo que cogió la baja tras la muerte de su madre.

Pero nuestra sociedad es débil. Tan débil que tolera estas situaciones cómicas.     
 Atiborrados de solidaridad mal entendida, la sociedad responde a los estímulos que ella misma se ha impuesto. 

Provocar la reacción de las personas es muy fácil. Si se ofrecen imágenes de ancianos calcinados o, peor aún, de ancianos moribundos por el incendio y se adereza con comentarios de personas indignadas por la desgracia, la sociedad se sentirá dolida, abominará del político de turno y se iniciará el oportuno debate sobre el estado de, supongamos, las residencias de ancianos. Pero si se decide no hurgar en la noticia, la sociedad lo olvida rápidamente.