lunes, 3 de enero de 2022

Crítica a Manuel Chaves Nogales


 

“Durante la Segunda Guerra Mundial, Indochina queda bajo el gobierno de Vichy y es ocupada por Japón, aunque los franceses, algo relegados, no abandonan el territorio, porque a fin de cuentas no son enemigos. Durante esta guerra, Francia supo colocarse en una posición tan artística y original que siempre habría estado en el bando ganador con independencia de quién hubiera obtenido la victoria”. 


“Manuel Chaves Nogales, La agonía de Francia. Imprescindible para entender aquel momento histórico tan desgarrador. Chaves Nogales está in situ y presencia el derrumbamiento francés. En España siempre ha habido gente con la cabeza bien despejada, pero no suelen ocupar la primera línea. El sevillano Chaves Nogales es uno de esos hombres. Hay que leerlo. Afortunadamente, su obra se ha ido recuperando y es accesible. Hace pocas décadas había que ser un buen rastreador de libros para encontrar sus escritos.”


María Elvira Roca Barea, Fracasología. 



Así es como leí por primera vez el nombre de  Chaves Nogales. Seguí el consejo de Roca Barea con “La agonía de Francia”. Para hacerme más atractivo el personaje, en el prólogo se identifica a Chaves Nogales con Orwell, ya que “siempre supieron estar ahí”. Primera duda: ¿realmente Orwell “supo estar ahí” cuando se alistó en el POUM? Orwell tiene sus luces y sombras, por supuesto. 


Chaves Nogales señala que los Frentes Populares llevaron a España y Francia hacia el fascismo. Parece una conclusión lógica. Lo cierto es que el Frente Popular francés no fue tan radical como el español.


“A las brigadas internacionales fueron muchos franceses a quienes su amor por la libertad y su heroísmo no sirvieron sino para que se hiciese de ellos un instrumento de la política estaliniana interesada, con un estrecho egoísmo nacional ruso, en que la guerra contra el fascismo prosiguiese indefinidamente en el Mediterráneo. El gran delito comunista ha consistido en convertir las agresiones del fascismo contra los pueblos libres en mero instrumento de propaganda del Partido.”


La tesis de Chaves Nogales se resume en una frase: Todo el mundo quería hacer la guerra sentado en una cómoda butaca. “Drôle de guerre!” Al que lanzó esta exclamación había que haberle ahorcado", escribe un indignado Chaves. “¿Quién sería capaz de hacerse matar en un ‘drôle de guerre'? El éxito de este calificativo era indicio claro de que Francia no estaba dispuesta a hacer la guerra”. 


Chaves Nogales minimiza el poder destructivo de la aviación alemana en Francia. Es curioso, porque no hizo lo propio en la guerra de España, donde incide en la superioridad que le dio a Franco. “La aviación ha sido hasta ahora un arma de eficacia principalmente psicológica… Para crear en París el ambiente favorable a la derrota la aviación alemana no tuvo que esforzarse demasiado. Le bastó con un solo bombardeo más espectacular que eficaz hecho en el momento crítico. Un millar de bombas de pequeño calibre arrojadas sobre París y sus alrededores en pleno día, a la una de la tarde, bastaron para que la capital de Francia creyese que había llegado la hora de claudicar.” Después, asegura Chaves, que se demostraba que “la potencia destructora de la aviación es infinitamente menor de lo que se supone…. ¿se piensa seriamente en los miles y miles de aviones y de toneladas de explosivos que sería necesario emplear para conseguir resultados apreciables? Hoy por hoy, las masas de aviación que se pueden emplear, aun teniendo en cuenta el grado de intensificación de la producción a que últimamente se ha llegado, no permiten todavía aceptar que los efectos de sus destrucciones puedan ser decisivos en las grandes aglomeraciones. La demostración que hicieron los aviones alemanes sobre Guernica, donde concentraron en un área pequeñísima una masa de destrucción formidable a la que no le oponía fuerza alguna de combate, no ha sido después confirmada ni en Varsovia, ni en Rotterdam, ni en París. Ni siquiera había podido ser repetida con éxito en Barcelona o Madrid. Y ahora, en Inglaterra, esto se está demostrando hasta la saciedad.” Sin embargo, poco tiempo después, los aliados se encargaron de barrer toda Alemania mediante bombardeos aun más terroríficos que los de los alemanes. Y Chaves está en lo cierto cuando afirma que “pasado el primer momento de pavor, desaparecido el tremendo efecto psicológico de los primeros bombardeos, reanudaban su vida siempre, con mayor o menor incomodidad y sufrimiento, con mayor o menor estrago, pero con una resolución y una moral que ya entonces serían indestructibles. Lo que la aviación no consigue gracias al estupor del primer bombardeo luego no lo consigue nunca aunque su capacidad de destrucción llegue a ser aterradora. Este es el inconveniente de toda arma que sobre su eficacia verdadera cuenta con el efecto psicológico que su empleo produce.” Esto parece bien cierto tanto en Londres como en la Alemania devastada.


Fui adquiriendo todos los libros de Chaves Nogales publicados por las editoriales “Libros del Asteroide” y Almuzara y, recién publicadas, las Obras Completas.  Chaves Nogales se ha convertido en el autor “neutral” por excelencia, celebrado hoy por muchos intelectuales. Sin embargo, hay algo en Chaves Nogales que no encaja. Si bien es cierto que el sevillano se muestra certero con respecto al comunismo, que vive en sus propias carnes en Rusia, con respecto a la Segunda República y Franco no se muestra ni neutral ni atinado. Ya en el prólogo de “A sangre y fuego”, Maria Isabel Cintas escribe que la República fue “legítimamente instaurada”. “A sangre y fuego” me parece un excelente relato sobre la Guerra Civil. El autor relata perfectamente las atrocidades de ambos bandos. Chaves se posiciona en el prólogo: “Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier revolucionario”. Según Chaves, el caldo de cultivo de la Guerra Civil germina en “los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente”. Sin embargo, es bien conocido que el comunismo es internacionalista y el fascismo no es “exportable”, según se cansaron de repetir Mussolini y el propio Goebbels. Éste último, incluso se lo dijo a la cara al propio Chaves en la famosa entrevista de tres preguntas publicada en el libro “Bajo el signo de la esvástica”. 


Chaves se retrata con la frase “puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos  por los otros.  Desde luego, en el ambiente español de la época, sí, pero no en Gran Bretaña, en donde Orwell no tuvo dificultad en publicar sus artículos contrarios al gobierno durante la Segunda Guerra Mundial. Así pues, Chaves se encontró en España “en pleno régimen soviético”. “Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo”. Así pues, cuando el gobierno de la República huyó a Valencia, Chaves se exilió, esto es, en una fecha tan temprana como 1937. Sorprende que Chaves siguiera escribiendo sobre la Guerra Civil desde el exilio, donde no tuvo tanta facilidad para la información veraz.Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España”. Sorprende pues, que Chaves criticara más al bando nacional que a la República, convertida ya en un satélite comunista. En la nula comprensión de Chaves del levantamiento del 18 de Julio reside su máximo error, a mi juicio. Es ahí donde no resulta precisamente tan imparcial. No pretendo que se posicionara a favor del levantamiento, sino que comprendiera mejor sus causas. Con todo, “A sangre y fuego”, me parece uno de los mejores libros de Chaves y uno de los que mejor refleja la crueldad impuesta por ambos bandos. Desde luego, es el libro que recomendaría a los jóvenes leer, en esta época en que las leyes de Memoria Histórica o “Democrática” tratan de borrar toda huella de crueldad del bando republicano. “¡Massacre, massacre!” relata la represión republicana, “La gesta de los caballistas”, la represión nacional, “Y a lo lejos, una lucecita”, la represión republicana. A mi juicio, este relato es el mejor de la colección. La descripción de la ocupación miliciana de un palacio de Madrid representa una perfecta alegoría de la guerra. La descripción de Chaves de los fusilamientos llevados a cabo por los milicianos encoge el corazón: “Tendido en el suelo se debatía en los estertores de la agonía un hombrón fornido que clavaba las uñas en la tierra y levantaba jadeando el pecho cubierto de vello en el que se enredaban unas medallitas y un crucifijo. -¡Qué Dios los maldiga, hijos de perra!- rugió. Jiménez le dio la vuelta empujándole con la punta del pie, le aplicó la pistola a la nuca, disparó y lo dejó aplastado contra la tierra mordiendo rabiosamente la hierbecilla. En la coronilla, erizada de pelos cortos y tiesos, se le advertía aún la señal de la tonsura”. Excelente y crudo pasaje. 


En el relato “La columna de Hierro”, dedicado a la represión republicana, Chaves hace una terrible descripción de los métodos de Buenaventura Durruti. El vocabulario de Chaves no pasaría los estándares de nuestra corrección política, ya que menciona en varias ocasiones a “afeminados” e “invertidos”, algo que también es aplicable al muy aceptado George Orwell. De sobra es conocido que nuestra actual corrección política tendría que barrer toda la literatura universal existente para adaptarse a la nueva y absurda realidad. 


En el relato “Los guerreros marroquíes” me llamó la atención este pasaje:


Alguno de ellos llevaba los brazos cubiertos hasta el codo de relojes de pulsera, la prenda que más excitaba la codicia de aquellos bárbaros y pueriles guerreros”. ¡Exactamente lo mismo que hicieron los soldados soviéticos en Alemania en 1945! Es bien conocido que la censura soviética tenía que eliminar los relojes de sus soldados que aparecían en las fotografías. Otra ironía de la historia es que fuera Franco quien se apoyara en los moros para su ejército, motivando un odio terrible hacia ellos por parte de los republicanos y en la actualidad sean la izquierda la que apoye su inmigración hasta unos niveles incomprensibles. Así de irónica es la historia. En el siguiente relato, “¡Viva la muerte! Chaves resume perfectamente esta incoherencia:


… Para eso nos tomamos nosotros el trabajo de que no quedase ni uno solo que pudiese contarlo. Tirón, que sabía a qué atenerse respecto a la verdad histórica y la verdad verdadera, sofisticaba: 


- El hecho en sí poco o nada importa. A la historia lo que le interesa es su sentido, la significación histórica que pueda tener, y ésa no se la dan nunca los mismos protagonistas, sino los que inmediatamente después de ellos nos afanamos por interpretarlo”.


Mejor no se puede resumir la mala interpretación de la historia. 


En “La vuelta a Europa en avión” Chaves admira a Francia y recela de Alemania, a pesar de que sus crónicas las escribió a finales de los años 20 y ni siquiera menciona al nacionalsocialismo, que por entonces ya era muy popular. A su paso por Alemania, describe un Berlín sorprendentemente moderno, y Chaves queda impresionado por el famoso Luna Park. Es curioso que Chaves repare en un joven judío que arremete en un auditorio “contra quienes practican el deporte físico”. El joven poeta judío despotrica a su vez contra el káiser Guillermo y contra una iglesia que representa “un claro símbolo del imperialismo subsistente hoy en el corazón de Berlín”. “El pequeño judío”, como lo describe Chaves, quiere destruir ese símbolo. Como si se tratara de nuestras leyes de memoria histórica, el judío “no puede consentir a la Alemania de ayer esa pequeña molestia de tener que dar la vuelta alrededor de una iglesia. Esta iglesia no es nuestra: es del káiser Guillermo; se erigió a su memoria; debemos, pues, mandársela piedra a piedra, para que en su destierro se entretenga en jugar con los sillares de piedra como juegan los niños con sus cuadraditos de madera”. Tras el poeta judío antiimperialista, sube a la tribuna “un negro”. Por supuesto, el negro “es enemigo del káiser”. Chaves describe a una audiencia que ríe las burlas, “todos son felices cuando alguien sale a ridiculizar al viejo emperador”. Pero lo realmente interesante es la observación que hace Chaves de que a los alemanes les divierte eso pero que quienes arremeten contra el viejo imperialismo no son nunca alemanes sino judíos, negros, eslavos… “Me falta ver al alemán. Esta observación resulta interesante para comprender el auge del nacionalismo racista alemán, algo en lo que no repara Chaves. 


Otra apreciación de Chaves resulta bien curiosa, y es la relativa tolerancia con el sexo de la República de Weimar. Primero se vanagloria de que apenas exista prostitución pero se sorprende cuando observa “el homosexualismo, cada vez más extendido en Berlín”. Chaves se refiere a la homosexualidad como “vicio y cree que su existencia se debe a que Alemania  era un cuartel y el apetito sexual se “torcía y deformaba para ir a dar en el homosexualismo”. Nuevamente tenemos a un Chaves que, al igual que Orwell, no encaja en nuestros estándares actuales. Chaves incluso repara en que existan en Berlín casinos, cabarets y periódicos para homosexuales. Finalmente se delata como homófobo al referirse a la homosexualidad como “aberración”. Sus declaraciones nos resultan hoy sorprendentes:


La policía consiente a los homosexuales andar por las calles de Berlín disfrazados de mujer, con la sola condición de que el disfraz sea tan perfecto que no se advierta la superchería. A todos los extranjeros que pasan por Berlín se les brinda la ocasión de ir a visitar el típico cabaret de homosexuales: El dorado. Es un cabaret exactamente igual a todos los demás -tan aburrido y triste como todos-, con la sola diferencia de que las tanguistas que merodean por los palcos y se lucen en el parque no son mujeres. Hombres, yo no puedo asegurar que lo sean”. 


Chaves se refiere a los homosexuales como “chicas equivocadas”. Sus declaraciones nos resultan hoy asombrosas:


Estos casos de anormalidad sexual que se dan en todas partes y son tan viejos como el mundo no merecerían siquiera un comentario si no fuese porque su porcentaje es tan elevado, que toman ya la categoría de hecho social”. 


Imagino a los editores actuales de Chaves con un sudor frío decidiendo no censurar estos pasajes, incluso cuando Chaves se refiere a la música Jazz como “músicas de negros”. 


A Chaves le sorprende que la guerra europea haya sido olvidada por completo. Cabe preguntarse si Chaves estuvo tan solo en locales gays, ya que la memoria de la guerra no fue olvidada en Alemania en absoluto. Había no pocas asociaciones dedicadas a ello y los partidos conservadores y, especialmente el nacionalsocialista, se encargaban de no olvidar nunca a los mártires de esa guerra. “De la guerra europea no ha quedado memoria; como si no hubiera existido”. O bien Chaves no vio o no quiso ver. “Al día siguiente de terminar la guerra, la gente se puso a trabajar y a divertirse como si no hubiera pasado nada… los que estuvieron en las trincheras lo han olvidado todo… a nadie le ha quedado el orgullo de su heroicidad. Es más; he notado siempre un invariable gesto de disgusto en cuantos tomaron parte en la guerra tan pronto como se habla de ella”. ¿Cómo pudo asegurar Chaves que los alemanes se pusieron a trabajar y divertirse tras la guerra cuando lo cierto es que en Alemania solo reinaba la pobreza y la miseria? Si bien es cierto que en la época que Chaves visitó Alemania había una cierta recuperación económica, hasta que llegó el famoso crack que la volvió a arruinar, no era menos conocido el horrendo periodo de inflación que sufrió Alemania tras la guerra. Quizá Chaves se quedo cegado en ese falso periodo de prosperidad que parecía disfrutar Alemania en 1928: “comer bien, beber, amar, hacer negocios, dinero, lujo, pieles, perlas, bienestar material; nada más”. Todo eso que denuncia un sorprendido Chaves, ya lo denunciaba por entonces Hitler. 


Chaves ya vio la Alemania de 1928 fuerte, “más fuerte hoy que nunca lo ha sido”. Ya por entonces la percepción de Chaves es que los alemanes tenían una gran vitalidad. Presencia un desfile en Berlín ante el presidente Hindenburg de los “soldados de la República” y se horroriza: “no concebimos el fervor y mucho menos el fervor republicano en este tono germánico”. Las observaciones de Chaves dan a entender que Alemania se iba a levantar, incluso sin un Hitler. 


En Moscú, Chaves repara en la gran cantidad de limpiabotas callejeros que ve. Es curioso, porque Iliá Ehrenburg tuvo la misma percepción en su visita a España poco después: “No hay villa ni villorrio de España donde no haya un ejército de limpiabotas”. También llama la atención de Chaves observar a bañistas desnudos a orillas del Moscova. El nudismo tuvo un pequeño auge por esas fechas aunque no tardó en ser prohibido. Llama la atención el hecho de que Chaves encuentre que en Moscú nadie se queda sin comer excepto los curas, a los que se eliminaba mediante el hambre. Llama a los sacerdotes rusos “popes”, a los que, de la noche a la mañana, se quedaron tan solo con la sotana que llevaban puesta. A pesar de esto, Chaves repara que el pueblo ruso sigue siendo religioso.


También observó Chaves las famosas Checas, que tan espantoso recuerdo dejarían en España años después. El concepto “campo de concentración” ya era familiar en aquella época. Chaves lo menciona: “los soviets han creado escuelas, reformatorios, campos de concentración e institutos…


Chaves define a la policía soviética como la mejor del mundo porque nunca la vio. Aunque es advertido: “Tenemos la mejor policía del mundo. Mientras, usted no haga más curiosear de un lado para otro, todo irá bien. Pero, por si acaso, no salga usted nunca de su papel de viajero curioso”. Sin embargo, repara en que los agentes son omnipresentes. Lo ven y lo saben todo. Asegura que esos agentes habían sido antes “cocineros antes que frailes” y que habían burlado anteriormente a la policía del Zar. Después hace un comentario racista: “Imagínese lo que sería la Guardia Civil española si estuviese algún día en manos de los gitanos”. 


Después Chaves parece justificar a los soviéticos por la campaña de desprestigio del periodismo de los intelectuales de la burguesía: “todavía son los periódicos dependientes económicamente de las empresas capitalistas los que mantienen el cerco al comunismo”. Esto puede ser cierto, pero a Chaves nunca se le ocurrió afirmar lo mismo de las campañas contra la Alemania nacionalsocialista. Chaves llegó a afirmar que el Gobierno soviético consentía todas las campañas contra la Administración. Algún ejemplo pone, pero sorprende. 


No pasa desapercibido a Chaves el hecho de que los nuevos amos de Rusia son la nueva clase aristocrática: “Los comunistas han formado desde luego una especie de aristocracia que es la que rige hoy los destinos de Rusia. El acceso a esta clase es tan difícil como el acceso a cualquier aristocracia. No es comunista todo el que quiere… el comunista goza de una situación privilegiada que todo el mundo envidia”. 


Chaves se aloja en un pabellón que le parece característico de la “nueva vida impuesta en Rusia por el comunismo”. Sorprende que Chaves se sienta mejor entre pobres que roncan, que muestran su pobreza en ropas interiores que entre burgueses “cuya intimidad no se puede penetrar nunca ni por un resquicio”. Chaves abducido por el comunismo. “El comunista no tiene vergüenza de nada”, dice. Sin embargo, admite que el comunismo es extraño a la manera de ser del pueblo ruso. Asegura que los comunistas tienen que hacer un esfuerzo formidable para imponer el comunismo. Y se sorprende ante el hecho de que unos pocos comunistas hayan sido capaces de imponerse: “piénsese en lo insignificante que es la minoría comunista en cuanto a número y parecerá maravilloso que haya sido capaz de provocar y mantener, no ya la revolución social, sino la revolución moral que ha llevado al fondo del alma rusa”. Sin embargo, Chaves sabe perfectamente que eso solo se consiguió mediante la imposición del terror. “Yo, que no soy comunista, quisiera saber qué fuerza ideológica hay actualmente en el mundo capaz de provocar un heroísmo semejante”. Y nuevamente esto se responde de una sola forma: mediante el terror. 


En su visita a Bakú, Chaves repara en que los comunistas no se atreven a prohibir los velos: “Las musulmanas pueden seguir tapándose la cara, según los mandatos de su religión. Pero como se las llevan a trabajar a la calle, a las fábricas y a las tiendas, los velos van cayendo poco a poco. Cuesta trabajo, sin embargo, arrancar estas viejas preocupaciones. Se da el caso pintoresco de que por las calles de Bakú circulan muchas jovencitas musulmanas con zapatos de tacón alto, medias de seda y falda por encima de la rodilla, pero con la cara muy tapada, eso si”. Resulta irónico que, a día de hoy, sea el llamado “marxismo cultural” o la izquierda occidental, quienes defiendan el velo islámico. 


A pesar de que Chaves describe certeramente la miseria del comunismo, hay un halo de consentimiento que el periodista no tendrá nunca con los fascismos. Sus visitas a Italia y Alemania, por mucha prosperidad que observe, no tienen ninguna justificación para Chaves. Y es ahí donde no observamos a un Chaves imparcial, que es el que se reivindica en la actualidad. Todo eso lo veremos después con sus reseñas de la futura Guerra Civil. Estas son las impresiones de Chaves sobre el comunismo:


Los excesos del comunismo, por muy terribles que a la gente burguesa les parezcan, tendrán siempre un fondo civilizador, una estimación de la humanidad que los hacen deseables cuando se ve de cerca la vida bestial de estos montañeros rusos. Aunque no se considera que el comunismo representa un tipo superior de civilización; aunque el ciudadano de Londres, París o Berlín tenga derecho a estimarlo como una regresión, como un salto atrás en el progreso, siempre habrá que agradecerle por lo menos la misión civilizadora que heroicamente está ejerciendo en contra de la barbarie campesina en Rusia. Esto nunca lo había intentado el zar”. 


Cuando Chaves llega, la figura de Trotsky ya ha sido desterrada de la URSS. Existía por entonces la alarma de que Trotsky pudiera ser asesinado, algo que le pareció absurdo a Chaves, que no creía que fuera a ser asesinado: “salvaguardaba la vida de Trotsky la íntima devoción que por él sienten hasta sus más enconados adversarios políticos. El Gobierno de Moscú era el más interesado en que a Trotsky no le pasase nada”. Como se sabe, Chaves no acertó. 


Ya en aquella época Chaves reparó en que el comunismo cae siempre en un oportunismo político que le “aleja fatalmente de los objetivos de la revolución”, algo que se repite constantemente en la historia, aunque eso ocurre con todo movimiento político, si bien es más contradictorio en el comunismo. “La consolidación del régimen soviético se ha hecho a costa del sacrificio de las teorías comunistas”.  Chaves repara en que el nacionalismo se fomenta en la Unión Soviética, siendo esta una gran contradicción al internacionalismo característico. 


La revolución no ha conseguido todavía hacer disfrutar a los trabajadores de ninguna ventaja de orden material”, observa Chaves, algo que sí ocurrió en la Alemania nacionalsocialista, la Italia fascista y (Chaves no lo llegará a ver) en la España de Franco. Con todo, cuando Chaves deja Rusia y pone un pie en Alemania, tiene una sensación de alivio, siente que puede respirar. Describe la dictadura del proletariado como un “estado patológico”, “obsesión” y “pesadilla”. Sin embargo, Chaves, tozudo, insiste en que no entiende el furor contrarrevolucionario de mucha gente inteligente que ha tenido ocasión de conocer de cerca la dictadura del proletariado. Chaves se lo explica pero no lo comparte. “Me repugna equiparar el Gobierno soviético a cualquier Gobierno dictatorial de los países burgueses”. En 1928, ¿se refería Chaves a dictaduras como la de Primo de Rivera o Mussolini? Sorprende que, a pesar del terror y miseria que describe el periodista, siga empeñado en, al menos, comprender la revolución soviética. “Los que aceptan y justifican la dictadura por cualquier causa no pueden negar el derecho del proletariado a imponer sus convicciones por la fuerza a toda la masa del país, porque si alguna vez la fuerza se ha esgrimido en nombre de un ideal excelso, ha sido precisamente ahora”. ¿Pero de qué proletariado habla Chaves? Un proletariado que seguía en la miseria. Finalmente Chaves se pregunta: ¿Para la redención hay que pasar por la crucifixión?  Nunca se hizo esa pregunta refiriéndose a las dictaduras fascistas. “Italia extiende la tinta negra de su fascismo por el Oriente europeo”, dice más adelante. “Europa se americaniza, se charlestoniza. Los negros han tomado París, y Berlín es una colonia yanqui. Viena es lo único europeo que queda en Europa”, observa. Y, nuevamente, sorprende que ante este panorama, surgieran movimientos nacionalistas. 


En Italia Chaves se espanta. No tiene tanta comprensión como en Rusia: “Unas jornadas en Milán entre saludos fascistas, desfiles fascistas, partidos de football fascistas, discusiones fascistas y hoteleros fascistas. Nada grato todo esto. Hay que irse”. ¿No resulta sorprendente que tras ver la miseria en Rusia, en cierto modo, justifica el comunismo pero no el fascismo en Italia? De nuevo el mito del Chaves imparcial. 



El siguiente libro, “El maestro Juan Martínez que estaba allí”, refleja lo que mejor sabía hacer Chaves, relatar de forma magistral las historias de personajes que encontraba en sus viajes. Este libro, junto a “La vuelta a Europa en avión” y “Lo que ha quedado del imperio de los zares”, constituye una magnífica forma de comprender lo que fue la Revolución de 1917. Chaves no fue tan agudo describiendo los fascismos. Y, sin embargo, en sus relatos, describe a la perfección los horrores que produjo la Revolución. 


Llama la atención el hecho de que el antisemitismo no fuera tan solo una exclusividad de Hitler. En no pocas ocasiones Chaves escribe mediante estereotipos que hoy resultan chocantes: “Martínez es flamenco, de Burgos, bailarín. Tiene cuarenta y tres años, una nariz desvergonzadamente judía”. El propio protagonista relata en numerosas ocasiones el sentimiento que se tenía hacia los judíos: “Casi todo el comercio de Moscú estaba en manos de judíos, y desde que empezó a hablarse de movimientos revolucionarios en Petrogrado comenzó a notarse la escasez de alimentos, provocada por el acaparamiento de los judíos, con vistas a la especulación”. Si en vez de Petrogrado ponemos Berlín o Munich, se podría pensar que se trata de un pasaje del Mein Kampf. Más ejemplos: “En Petrogrado no eran los judíos los dueños del comercio, como en Moscú, y había menos probabilidades de revueltas y de que se encareciera la vida”. “La vida era más cara aún en la capital; los judíos se aprovechaban bien”… “Había muchos judíos ricos”, “Un público muy mezclado de negociantes, políticos, judíos y nuevos ricos llenaba aquellas salas”, “Se decía que el pueblo iba a derribar a Kerensky porque se había descubierto que era judío y tenía el designio de llevar a Rusia a la ruina”.  Como vemos, el antisemitismo era algo muy extendido en la época, no solo en Alemania, algo que parece que a Chaves no preocupaba de la misma forma. 


Pero lo realmente interesante de “El maestro…” es el relato de la propia Revolución. Se constata que la Revolución consistió, como todas las guerras y revueltas, en robo y pillaje: “Uno de los soldados, con la gorra echada hacia atrás, la cara roja de alegría y de vino y el fusil en bandolera, iba abrazado a seis o siete botellas de champaña”. 


Cuarenta mil policías del zar había en Petrogrado el día que estalló la revolución. En ocho días no quedó ni uno. El pueblo tenía tanto rencor acumulado contra ellos que cuando yo llegué salían a cazarlos como si fuesen conejos. A muchos los clavaron a bayonetazos en las puertas de las casas, como aquel que vi a la salida de la estación. A otros los acribillaban a balazos, y luego arrastraban sus cadáveres hasta dejarlos convertidos en montones informes de sangre y barro”. 


Y, nuevamente, el robo y el pillaje:”Se formaban cuadrillas de paisanos y militares que entraban en las casas ricas y las desvalijaban”. 


Lo que constata el maestro es el profundo temor que los rojos inspiraban: “¡Los rojos! ¡Habían triunfado los rojos! Al verlos venir, los primeros curiosos echaron a correr como conejos, y en huida iban dando la terrible noticia a los que asomaban las narices a los portales: “¡Han triunfado los rojos!”. Nadie lo quería creer. El pueblo de Moscú no pensó nunca que los rojos pudieran triunfar. Puertas y ventanas volvían a cerrarse herméticamente”. 


Al igual que en la futura Revolución de Asturias, los comunistas reparten bonos para la comida: “mientras tanto la gente se moría de hambre con los bonos en la mano”. Así pues, la gente se tenía que dedicar a la especulación para poder comer. Vuelve a llamar la atención el hecho de que fueran los judíos quienes se dedicaran a ello: “Yo sé de unos judíos que tienen aquí cerca un almacén clandestino, en el que hay de todo”. “Las cooperativas bolcheviques seguían vacías y la gente permanecía hambrienta en las colas, mientras en aquellos almacenes clandestinos de los judíos había víveres bastantes para mantener a un ejército sitiado”. “Minsk es casi todo judío. Las tres cuartas partes de la población lo son. A pesar de la guerra, la revolución y la ocupación alemana, era un ciudad rica, y el dinero corría que era un gusto; siempre que en Rusia había calamidades de éstas, el judío, si no lo arrastraban, como solía suceder, salía ganando; sabía aprovecharse de todo: de las guerras, de las revoluciones, de las invasiones enemigas…”. 


En una lucha sin cuartel, los bolcheviques conquistan y reconquistan las ciudades. Sin embargo, cuando perdían, la gente se alegraba muchísimo. Es evidente que el pueblo no quería el comunismo: “Cuando la gente de Kiev se dio cuenta de que los bolcheviques huían río arriba, una muchedumbre jubilosa invadió las calles. ¡La tiranía roja se había terminado! Se acabaron como por ensalmo las caras tristes, las mandíbulas apretadas, el aire miserable y los disfraces de mendigo… Se abrían de nuevo los cafés y lucían otra vez los escaparates. La ciudad entera, con traje de fiesta, se echaba a las calles para recibir en triunfo a los libertadores”. 


En Kiev, el protagonista fue testigo de terribles pogromos: “Los soldados de Petliura, apenas terminado el desfile, se tiraron como fieras sobre el Podol, asesinando a diestro y siniestro, saqueando las casas de los judíos y sacando ensartados en sus bayonetas a los bolcheviques escondidos… se cebaron con los pobres judíos de Podol”. Incluso el maestro Juan Martínez teme ser tomado por judío (“mi cara morena y larga de flamenco…”). Emplea para defenderse el tópico odio del español hacia los judíos: “aproveché para decirle que era español, que todos los españoles odiamos a los judíos tanto o más que los rusos”. 


Nuevamente, Kiev cayó en manos de los blancos y se observa la alegría del pueblo: “La población de Kiev volvió a recibir a los blancos con grandes demostraciones de júbilo: se les hizo la ofrenda ritual del pan y la sal, y se arrojaron ramos de flores a su paso. Nunca se hacia este recibimiento a los bolcheviques”. De nuevo las persecuciones a los judíos y nuevas declaraciones antisemitas. “Fue tal la matanza, que los judíos, a pesar de lo cobardes que son, intentaron la resistencia con las ansias de la muerte, convencidos al fin de que doblando la cabeza como corderos no conseguirían sino que los degollasen en masa aquellas hordas de cosacos, sedientos de sangre y ansiosos de botín”. Y, a pesar de semejante persecución, el Maestro Martínez observa que son los judíos quienes se hacían con el mercado de joyas. 


Un capítulo entero se dedica a las tristemente célebres checas, en esta ocasión la de Kiev, que dirigía un personaje llamado Mischa: “Nadie diría que aquel borracho obsequioso y contemporizador, que pedía perdón ceremoniosamente a cada instante, era nada menos que el comisario de la Checa de Kiev, el hombre que diariamente asesinaba a docenas de criaturas inocentes con sólo pasar un lápiz rojo por encima de los nombres que figuraban en las listas de detenidos”. Martínez hace amistad con Mischa. Quizá para justificarse, Martínez asegura que en una ocasión eliminó el color rojo del lápiz de varios nombres, algo que a Mischa le hace gracia: “¡Pues si que estamos aviados contigo si fueses comisario de la Checa! En una semana nos comían. Hay que acabar con ellos, camarada. No hay más remedio. Sírvame aquellos treinta o cuarenta infelices a los que salvé la vida de descargo ante los que me reprochan por haber tenido intimidad con los verdugos de la Checa”. Suena fantasioso. 


El maestro Martínez relata que casi todos los que caían en las checas estaban acusados de especulación. Sorprende que en semejante ambiente los judíos siguieran especulando con joyas pero eso es lo que asegura el maestro. “Hacían sus tratos”, insiste: “Cuando se veía a aquellos judíos astrosos con sus levitones mugrientos, tan sucios y tan pringosos que se les podía echar un cubo de agua por encima sin que se mojasen, se no imaginaba uno que, cosidos al forro de aquellos harapos, llevasen brillantes por valor de muchos miles de rublos”. El maestro Martínez se permite bromear con ellos: “Oye, Samuel, ¿Me vendes tu chaqueta por diez millones de rublos?”. 


La necesidad de matar por parte de los bolcheviques, tal y como la relata el maestro Martínez, o Chaves Nogales, recuerda lo que Hannah Arendt definió como “la banalidad del mal”: “Uno cree que esto de morir es más complicado y difícil. Se imagina las ejecuciones como algo terrible y solemne. No hay tal cosa. Los bolcheviques mataban, sencillamente, porque creían que había que matar, sin concederle ninguna importancia. Les aseguro a ustedes que yo ahora, al recordarlo y contarlo, me emociono mucho más que entonces, cuando lo estaba viviendo. Se han contado muchas historias truculentas de la Checa. Todas pueden ser verdad. Los chequistas, en la época del terror, hicieron todo lo que se les atribuye y más. Lo que no es verdad es el aparato terrorífico de que se les rodea. Yo les vi de cerca. Después he leído relatos de sus crímenes, he visto películas reproduciéndolos. Todo es falso. Allí no había nada de eso que ahora nos emociona. Asesinaban, sí. Pero no como la gente se lo imagina. Aquello tenía otro aire más natural, más sencillo”. 


También tenemos constatación de que la crueldad no es solo propia de hombres. Martínez menciona a una mujer, llamada Rosa, famosa por sus horrores: “Decíase que aquella mujer había sido el peor verdugo que tuvieron los rojos, y de su crueldad para con los presos y los condenados a muerte se contaban tales extremos que parecía mentira que monstruo semejante hubiese nacido de madre. Se la odiaba tanto que un día, en una calle de Kiev, alguien señaló a un pobre mujer que pasaba, diciendo “Esa es la Rosa de la Checa”, y aun no había acabado de decirlo cuando cayeron sobre la infeliz mujer unas docenas de manos crispadas como garras, que en unos segundos le arrancaron las ropas y con ellas las tiras del pellejo, hasta dejarla en cueros y chorreando sangre”. 


Otro aspecto interesante del relato del maestro Martínez es la crueldad manifiesta que observa de los polacos, que se portaron en Ucrania exactamente igual que los nazis veinte años después. Sirve para entender los odios entre naciones que seguramente motivaron la Segunda Guerra Mundial. Esto es importante. El comportamiento de los polacos, efectivamente, recuerda al de los nazis:


Los polacos entraron en Kiev como en un país conquistado. Siempre con el látigo en la mano, trataban a los rusos como si fueran esclavos. Pasaban por el mercado y tiraban a patadas los puestecillos y los cestos de los pobres vendedores. A los ocho días de haber llegado la gente, cuando les veía venir por un sitio, procuraba irse por otro… De las tiendas se llevaban lo que querían y se negaban a pagar; en las casas particulares entraban sin ningún miramiento y hacían lo que les daba la gana. A la gente humilde la trataban a latigazos, y a los judíos los tenían aterrorizados, hasta el punto de que no se atrevían a sacar las narices de sus madrigueras. Judío que encontraban, judío que apaleaban hasta dejarle exánime. Yo tuve que ponerme en la solapa una banderita española para que no me zurrasen antes de que pudiera decir que no era judío”. 


¿A qué nos suena todo eso? Ante semejante crueldad, el maestro Martínez tiene claro el motivo del triunfo bolchevique: “Los tiranos de fuera nos hicieron preferir mil veces a los tiranos de dentro”. 



Como complemento al relato del maestro Martínez se encuentra la obra de Chaves “Lo que ha quedado del Imperio de los zares”, del año 1931. Y aquí cabe resaltar el hecho de que Chaves conociera de primera mano los horrores del comunismo, o de los bolcheviques (para no herir la sensibilidad de comunistas). En las crónicas de Chaves están perfectamente documentados esos horrores, con pelos y señales. Chaves visitó la Italia fascista y el recién creado III Reich. No existen en sus crónicas relatos de los horrores del fascismo que encuentra. Y, sin embargo, Chaves fue más duro en su tratamiento del fascismo que del comunismo, que sí vivió. Esa tibieza es la que llama la atención. Volveremos al asunto. Pero prosigamos con “Lo que ha quedado del Imperio de los zares”, que es muy ilustrativo. 


Tenemos el hecho de que los bolcheviques ocupan los palacios de la aristocracia, hecho este que se repetirá durante la próxima Guerra Civil Española:


Un día llegó a Petrogrado un personaje implacable, animado y sostenido por un oscuro poder que buscando alojamiento para su cuartel general vio el palacio de Kschesinskaia y con ademán imperial lo mando abrir y se plantó en medio de sus salones pisando con sus botazas llenas de barro las ricas alfombras, Lenin. El palacio de la vieja amada del zar fue el primer alojamiento de Lenin y el pequeño grupo de bolcheviques que Alemania depositó en Rusia con el además del que prende fuego a la mecha… Lenin y sus lugartenientes, Trotski y Zinóviev, fraguaban sus planes de destrucción del Imperio ruso en aquellas estancias confortables”. 


Chaves hace una declaración de principios, afirmando que no cree en la cultura rusa: “En lo poco que conozco de Rusia he advertido siempre, casi a flor de piel, un fondo de barbarie, mal disimulado por una capa superficial de cultura europea. Aún en este hecho gigantesco de la revolución comunista, creo que Europa ha puesto lo mejor, la teoría, y Rusia lo peor, la barbarie de su aplicación. No soy, pues eslavófilo. Todo ese misticismo eslavista del siglo diecinueve que culmina en Tolstói y Dostoievski no tiene, creo yo, más que un valor emocional y literario… La conducta de la dictadura del proletariado no deja lugar a dudas; los bolcheviques están dispuestos a hacer tabla rasa”. 


Chaves hace un paralelismo entre el emigrado ruso, al que llama el “nuevo judío errante”: “¿No es así como los judíos españoles de Bucarest conservan más puro que nosotros mismos el castellano del siglo de oro?”. 


Hay dos relatos asombrosos en el libro de Chaves. Uno es el de la bailarina Balashova y el otro, el siguiente, dedicado a una familia de artistas. Alexandra Balashova define perfectamente la situación en la Rusia revolucionaria:


Fue una época espantosa. Antes de la revolución yo no bailaba por menos de mil rublos, y en los últimos tiempos tuve que bailar por el precio de un kilo de pan negro. Era horrible. El gobierno bolchevique nos hacía trabajar a la fuerza y repartía las localidades del Gran Teatro entre los obreros y los campesinos adictos. Yo he llorado de pena al contemplar el triste espectáculo que ofrecía la sala del Teatro Imperial abarrotada de gente sucia y grosera, que comía, bebía y pataleaba durante la representación. Los bolcheviques daban unas funciones de propaganda política, que ellos llamaban conferencias, a las que invitaban a los delegados de provincias y del extranjero que venían a Moscú”. 


Convertidos los artistas en trabajadores del Estado, teníamos el deber de acudir con nuestro arte allí donde nos requiriesen los funcionarios soviéticos. Se nos obligaba a hacer tournées por provincias en condiciones pavorosas, viajando en departamentos de tercera clase, cubiertos de basura, con los cristales de las ventanillas hechos añicos y llenos de soldados”.


“Teníamos, además, la obligación de acudir a todas las fiestas privadas que celebraban los jefes bolcheviques en el Kremlin, so pena de encarcelamiento por sabotaje”. 


Finalmente, la bailarina consigue salir del país mediante una fuerte suma que paga, cómo no, a un judío: “Tres días estuvimos encerrados en los sótanos de la casa del judío; el tiempo que él necesitó para sobornar a los nuevos guardias rojos… Cuando nos vimos fuera del territorio ruso, nos pareció que habíamos salido del infierno”. 


Lo interesante y paradójico en la vida de la Balashova es que la más famosa Isadora Duncan terminó ocupando su palacio de Moscú, invitada por el gobierno de Moscú. No habla muy bien de la Duncan, claro:


Desde el primer momento le irritó que yo hubiese sido la creadora de aquella grata y confortable mansión. Con una saña feroz, que solo las mujeres y más, las artistas, sabemos comprender bien, se dedicó a destruir, implacablemente, todo lo que pudiese representar un recuerdo de mi paso por aquellas estancias. ‘¿Era esto de la Balashova? ¿Le gustaba a ella?’, preguntaba. Y apenas le habían contestando afirmativamente, lo destrozaba sin importarle su mérito artístico, ni su valor… Cuando yo me marché de Rusia quedó en mi palacio una de mis fieles doncellas, que permaneció después al servicio de la Duncan por orden de las autoridades soviéticas. Esta buena mujer, que me tenía una adhesión inquebrantable, era quien me escribía relatándome la vida de Isadora Duncan en mi palacio, y quien me informaba del odio personal que aquella mujer me había cobrado”. 


La ironía de la historia, que Chaves no relata, es que la Balashova se alojó en París en un antiguo apartamento de Isadora Duncan. Aunque seguramente se debió a una casualidad, ciertamente curiosa. 


El siguiente relato, “Una familia de artistas bajo el poder soviético y en la guerra civil”, es asombrosa. Trata sobre el escultor Vladimiro Beklemíshev, a cuyo entierro acuden sus discípulos, que fueron detenidos por unos agentes de la Checa. Semanas atrás, el escultor fue detenido y encerrado en una Checa, sin motivo alguno. Su hija intentó liberarlo mediante el influyente Máximo Gorki, que se negó a recibirla. Al poco tiempo de su encierro, enfermó tanto que los carceleros decidieron abandonarlo en la calle para que muriese. La hija del artista, Cleopatra, tuvo que sufrir la ocupación de su casa por los soviets, que apenas le dejaron un pequeño rincón para dormir. Chaves la encontró en París, después de pasar muchas penalidades, donde pudo vivir de sus obras, ya que también era escultora. 


Me ha llamado la atención que Chaves mencione en varias ocasiones a Nestor Majnó. Yo lo conocía como “Néstor Machno”, que es mencionado en la biografía de Durruti de Rai Ferrer. En esa biografía, Majnó es mencionado como “el único anarquista que ha hecho realidad el sueño de una sociedad desprovista de toda autoridad política”. Por cierto que Majnó vivía en París en la época que Chaves hizo sus famosas entrevistas a los exiliados rusos. En mi juventud hice aparecer a Majnó en una poesía.  La descripción que hace Chaves de Majnó no es precisamente benévola. Veamos algunos ejemplos: 


El anarquista Majnó, con su horda, iba sembrando la muerte por dondequiera que pasaba su bandera negra… El anarquista Majnó, con sus bandas de ladrones, soliviantaba a los campesinos y despertaba su brutalidad, diciéndoles: “Golpead a los blancos hasta que se pongan rojos, y a los rojos rasque se cambien en negros”. 


Otro aspecto importante que trata Chaves es la destrucción de la Iglesia por los bolcheviques. Refleja perfectamente el hecho de que cuando se destruye a la Iglesia, la religión es sustituida por una nueva fe, algo que ocurre también en nuestros días, donde los nuevos credos progresistas, o el marxismo cultural, como la inmigración descontrolada, el feminismo o el cambio climático han sustituido a la religión como cuestiones sagradas:


Los bolcheviques han llegado a hacer del comunismo una religión camouflée. Lunacharski, el mismo Gordi y otros, han ensayado el dar una expresión religiosa al marxismo. En la actualidad, hay en Rusia bautismos rojos, casamientos rojos y entierros rojos, toda una liturgia roja. Hoy se rinde culto a Lenin como si hubiese sido un santo. ¿No sabe usted que los pobres aldeanos rusos van en peregrinación a la capilla roja del Kremlin y se persignan y rezan ante el cadáver incorrupto de Vladimiro Uliánov?”.


Es muy habitual decir que las potencias de la época estuvieron ciegas ante el avance del fascismo en Europa. Sin embargo, los fascismos nunca contaron con el beneplácito que sí tuvo la Revolución Bolchevique. Mientras escribo esto acabo de leer en el diario El Mundo una encuesta que se hizo en 1937 a intelectuales de la época sobre la Guerra Civil Española. Las opiniones de Hemingway ,y sus futuras acciones en la Guerra Civil, son de sobra conocidas. Virginia Woolf aseguró que ella estaba “a favor del Gobierno legal y del pueblo de la España republicana”. Lo que al parecer ignoraba Woolf es que en España no había por entonces un gobierno legal, sino uno salido de la corrupción y el asesinato político. Faulkner fue más comedido y dijo oponerse tanto a Franco como a las “violaciones del gobierno legal”. H.G. Wells, en una línea similar dijo que “el verdadero enemigo de la humanidad no es el fascista sino el tonto ignorante. Tan solo T.S. Eliot dijo que lo mejor era mantenerse apartado y no participar en esas “actividades colectivas”. María Elvira Roca Barea menciona también en sus libros a Münzenberg, el gran manipulador de intelectuales de los años treinta. Afirma Roca Barea que Münzenberg inventó “el halago político a los intelectuales acomodados” entre los que menciona a André Guide, H.G. Wells, Romain Rolland, Hemingway o Albert Einstein. “Münzenberg descubrió lo inmensamente útiles que podían ser para volver atractivo un sistema que a él, en el fondo incorruptible de su inteligencia, debía de parecerle aterrador en su incompetencia y su crueldad, incluso en los años en que aún lo consideraba legítimo”. No parece que Chaves conociera a Münzenberg. Pero si escribió sobre la persecución comunista a los intelectuales.  Dedica un capítulo a “Los viejos escritores supervivientes”. Llama la atención el hecho de que los editores de las obras completas de Chaves reparen tan solo en el hecho de que la escritora Irène Némirovsky, que no llegó a vivir casi en la Unión Soviética, muriera en Auschwitz. El hecho es condenable, por supuesto, pero de lo que trata el relato de Chaves es de la persecución comunista a los intelectuales rusos, campo éste en donde podían haber encontrado fácilmente otros testimonios. Y ahí es donde la sombra de Münzenberg sigue siendo muy alargada. Chaves escribió: “Los escritores sucumben. Los que subsisten se han hecho espantosamente viejos; muchos han envejecido prematuramente; no han surgido nuevas generaciones. Toda la literatura rusa, que creció atormentada por un orden social adverso a la libertad de pensamiento, no ha podido soportar una década a la intemperie de la emigración”. Chaves entrevistó al escritor Mark Aldanov que afirmó algo todavía no superado: “Las potencias estuvieron ciegas. Monsieur nos dio su palabra de que Francia no abandonaría Odesa. No cumplió su palabra. Los aliados estuvieron ciegos. A ellos se debe el triunfo del bolchevismo”. 




Los reportajes de Chaves sobre su visita a Alemania en fecha tan temprana como mayo de 1933 fueron publicados bajo el título de “Cómo se vive en los países de régimen fascista”, en este caso “Alemania bajo el poder de Hitler”, ya que el correspondiente a la Italia fascista no se publicó. El título es engañoso ya que Hitler nunca se consideró un fascista, por muchas simpatías e inspiración que sintiera por el régimen de Mussolini. Los reportajes de Chaves han sido editados con el título, más comercial, pero también engañoso, de “Bajo el signo de la esvástica”. Cuando Chaves visita Alemania, ésta no podía considerarse aun el famoso III Reich, ya que el presidente seguía siendo Hindenburg. Los editores de las Obras Completas de Chaves definen el régimen de Hitler como “satánico”, término que no es utilizado cuando se refieren a la Unión Soviética. 


Los reportajes de Chaves de la incipiente Alemania nacionalsocialista son bastante simples. No aportan nada interesante. Uno de ellos, titulado “Antes de tres años otra vez la guerra” llama la atención por lo erróneo del vaticinio y resulta bien irónico que lo que hubo en tres años fue una guerra, no en Alemania, sino en la España republicana. “Como no tiene ningún valor el hecho de que un periodista crea que va a producirse una guerra ni tiene importancia laguna el que este periodista se dedique a sensacionales profecías, no he considerado demasiado imprudente estampar estas impresionantes informaciones, que espero tengan la virtud de despertar la atención del público español hacia un estado de conciencia que indiscutiblemente existe hoy en toda Europa y cuya expresión gráfica, terminante, son estas dos terribles conclusiones: guerra; ante de tres años”. 


Si los nazis se dedican hoy al deporte de cazar como a ratas a los judíos y a los socialistas, es esencialmente porque los judíos y los socialistas son pacifistas”. Para Hitler y los nacionalsocialistas ni los judíos ni los socialistas (es bien curioso que la jerga popular llame  “nazis” a quienes se consideraban socialistas de verdad). Resulta desconcertante que Chaves llame pacifistas a los socialistas cuando en aquella época en España ya ardían las iglesias.


Los reportajes de Chaves sobre la Alemania que visita son en general superfluos. Uno de ellos lleva un título ridículo: “¿Por qué son nazis las mujeres?”. Chaves miente cuando asegura que no quería hacer propaganda de Hitler: “Pero como quiero cumplir mis deberes de informador imparcial, no tengo más remedio que contarlo”. Me parece estupendo que cada periodista tenga sus preferencias, pero es evidente que Chaves fue todo menos imparcial en sus crónicas sobre Hitler y Franco, como veremos. Después asegura que fueron las mujeres las que dieron a Hitler su triunfo electoral, dato a todas luces falso. Chaves se atreve incluso a bromear “con esto del voto femenino” aludiendo a “Clarita Campoamor”, mofándose de la escritora. 


Chaves afirma que “no he visto a nadie descalzo en toda Alemania”. Después de visitar la Unión Soviética, en donde la miseria campaba a sus anchas, resulta curioso que Chaves no  sacara alguna conclusión al respecto. Incluso en la España de entonces, se veían muchos niños descalzos. Sí repara Chaves en que ya no se oye “música de negros” en Alemania, algo que le recuerda a lo que “hacen los bolcheviques”. 


Pero Chaves ya no está en el Berlín de la República de Weimar, que tanto le desagradó. Recordemos sus horrorizados relatos sobre la homosexualidad que encontró. Ahora Chaves observa que “a los nazis no les divierten demasiados los desnudistas”. “El hombre que prescinde de la ropa suele tener algo de socialista, pacifista, vegetariano y, acaso, esperantista. No, no; los nazis no están para monsergas de este tipo; para ser revolucionarios no hay que quitarse tanta ropa; basta con prescindir de la chaqueta y quedarse con camisa parda. Creo, pues, que terminarán dando la batalla a los millares de desnudistas que hoy pueblan gozosos los bosques de Alemania. Y va a ser un conflicto; porque de todas las libertades que los nazis puedan conculcar, acaso la que más sientan perder los alemanes sea ésta de poder quedarse en cueros vivos cuando se les antoja”.  Aquí conviene recordar que Hitler era vegetariano. Por otra parte, este tipo de crónicas de Chaves, donde alude a un tema menor como el “desnudismo”, no fuera precisamente una de las mayores preocupaciones de los alemanes, cuando en Alemania había millones de parados en la miseria antes de la llegada al poder de Hitler. Chaves no menciona este hecho en sus crónicas. 


Chaves dio cuenta de la persecución del régimen nacionalsocialista hacia los judíos, ya que la “Prensa mundial está llena de relatos terribles”. Sin embargo, admite que no puede aportar ningún testimonio porque no puede demostrar nada de eso: “Se calcula que en toda la aglomeración urbana de Berlín los judíos muertos violentamente estos días son unos quince en total; pero repito que esta cifra me parece arbitraria y que no había nunca manera de probar con exactitud. Si se tiene, además, en cuenta que los judíos de Berlín son cerca de doscientos mil, estos crímenes, caso de ser ciertos, carecen de importancia numérica”. 


Con todo, en muchas ocasiones Chaves estuvo acertado en sus crónicas. Por ejemplo, cuando intuía que Hindenburg moriría en breve y que “lo más lógico es que el canciller Hitler sea proclamado regente el Imperio”. 


El momento “estelar” de Chaves lo obtiene cuando entrevista al mismísimo Goebbels. Es curioso que se encuentre ante un jerarca tan importante y no ofrezca datos relevantes de lo que ve. Nada. Chaves simplemente formula tres preguntas, tal y como estaba estipulado. Quizá lo más interesante sea la afirmación de Goebbels de que ni el fascismo ni el nacionalsocialismo sean “artículos de exportación”. 






Las “Crónicas de la Guerra Civil” es donde se observa que Chaves no fue un periodista ecuánime. Contienen numerosos errores, como veremos. Chaves ya no se encuentra in situ, ya que fueron escritas desde Francia. Asegura el periodista que las clases conservadoras se vieron sorprendidas por el triunfo electoral del Frente Popular, que tuvieron que ceder el puesto a Azaña y “abandonaron la ilusión de adueñarse subrepticiamente de la República”. Asegura  que Gil-Robles “se hundía rápidamente en el descrédito mientras se levantaba otra figura de tipo ya francamente dictatorial y fascista: Calvo Sotelo”. ¿Subrepticiamente? Como vemos, Chaves consideraba a la derecha “subrepticia” y a Calvo-Sotelo fascista. Ni una palabra de la evidente sovietización de la izquierda. Resulta incomprensible que Chaves estuviera al tanto de los planes de la derecha y no lo estuviera de los de la izquierda. Es, sencillamente, imposible. Pero veamos lo que ocurrió antes y durante las elecciones de 1936 de la mano del historiador Stanley G. Payne:


Como era habitual, la mayor parte de las agresiones surgió de las izquierdas aunque un aspecto nuevo de 1936 fue la presencia de una derecha radical, principalmente falangista, que con frecuencia participó en actos violentos”. 


“Durante los últimos quince días previos a los comicios tuvieron lugar 249 actos de violencia en España. De los 45 incidentes más importantes de los que tenemos datos, 31 fueron iniciados por las izquierdas y 14 por las derechas”. 


“En más que ocho de cada diez casos de las agresiones emanaron de las izquierdas”. 


“Por la tarde-noche del 16 de febrero, las izquierdas empezaban a reclamar la victoria… Durante la última parte de aquel día y los tres o cuatro posteriores, las turbas izquierdistas estaban más y más activas, imponiendo alteraciones en los votos o en los escrutinios en, al menos, seis provincias, consiguiendo invalidar de ese modo las mayorías de las derechas”. 


A base de irregularidades notables en al menos seis provincias, los resultados dieron la mayoría absoluta en las nuevas Cortes a los partidos del Frente Popular”. 


“Se cancelaron los resultados en Cuenca y Granada, donde las derechas habían predominado, quedando inválidos dieciséis escaños de derechas y tres de izquierdas que debían asignarse en elecciones nuevas”. 


“Finalmente, en la última fase del proceso electoral, se convocaron nuevas elecciones para el 5 de mayo en las provincias de Cuenca y Granada, comicios en los que el Frente Popular empleó la violencia y la manipulación para excluir casi completamente a las derechas”. 


(“El camino al 18 de Julio, Stanley G. Payne)


¿Todo esto pasó desapercibido para el periodista Chaves Nogales? A pesar de que sabía que las milicias socialistas se organizaban y armaban, “las derechas españolas reaccionaron de manera violenta y subversiva. A las organizaciones de las milicias contestaba el fascismo asesinando a los oficiales republicanos y socialistas que se prestaban a instruirlas”. Esto es un despropósito absoluto. “Cualquier otro hombre hubiese convertido el Frente Popular en una dictadura de izquierda. Azaña no ha querido”. Dejando de lado el hecho de que Chaves era amigo de Azaña, estas declaraciones son prácticamente una infamia. 


Chaves prácticamente justifica el asesinato de Calvo Sotelo porque “unos fascistas asesinan a un oficial de guardias de asalto”. Después Chaves asegura que los fascistas “lo tienen todo menos el pueblo”. Esto no es cierto. No se puede desarrollar una guerra civil sin una parte del pueblo. Imposible. Pero Chaves no lo quiere ver: “No es verdad que la mitad derechista del país se haya alzado contra la mitad izquierdista. No es exactamente una guerra civil. Media España no lucha contra la otra media, sino contra la fuerza armada de la nación que ha traicionado al poder constituido”. Esto es una falsedad. En fecha tan temprana como agosto de 1936 Chaves aseguró que “los revolucionarios serán fatalmente derrotados. Cuanto mayor sea su resistencia mayor será la victoria del pueblo y más definitivo su triunfo”. Evidentemente, Chaves estaba equivocado. Justifica la nefasta decisión de armar al pueblo por parte de la República y asegura que “La experiencia comunista de Rusia dará al nuevo régimen español unas aportaciones típicamente comunistas, pero la tónica general de la gobernación del país será la que el triunfo impuso el 13 de abril”. ¿Ingenuidad de Chaves? Es poco creíble en una figura como él, conocedor de la situación política.


Chaves, el periodista neutral, se creyó el bulo de que Franco asesinaría  al hijo de Largo Caballero si no se liberaba a José Antonio Primo de Rivera: “Aunque parezca monstruoso, podemos asegurar, sin temor alguno a ser rectificados, que esta comunicación sin precedentes en el mundo civilizado ha sido hecha hace un par de meses a un gobierno europeo por el agente Eugenio Montes, en nombre del general Franco y de toda esa cuadrilla de asesinos que se titulo gobierno de Burgos”. 


Chaves llama “Cuadrilla de asesinos” al gobierno de Franco en el momento en que la República ya había asesinado a Ramiro de Maeztu y Muñoz Seca, hechos estos para los que el “imparcial” Chaves no escribió una sola línea. No solo esto, es que Chaves llega a justificar el asesinato de José Antonio “en cuyo nombre se cometían a diario centenares de asesinatos”, lo cual es falso, o por lo menos, tremendamente exagerado. Seguidamente, Chaves llama “hombre bueno” a Largo Caballero, el Lenin español. Volvemos a Payne, que nos define a Largo Caballero:


Durante un tiempo, la estrategia caballerista, al igual que la de Mola, se había basado en la probabilidad de una guerra civil breve, provocada por una sublevación militar que sería rápida mente derrotada mediante una huelga general revolucionaria que entregaría el poder a un Gobierno de transición, presumiblemente dirigido por Largo Caballero. En cambio, los caballeristas carecían de un plan directo para tomar el poder por sí mismos, una limitación en su estrategia que dejaba la iniciativa en manos de los militares rebeldes, pero se aferraron a la creencia de que una rebelión militar nunca podría ser tan fuerte como para no ser aplastada por los miles de obreros revolucionarios y su dominio de la economía.


    Largo Caballero “creía a pies juntillas” que el efecto combinado de estas dos cosas -una rebelión militar y la huelga general revolucionaria- minarían por completo los débiles restos de la República “burguesa”, lo que daría paso a la toma socialista del poder. (Y en verdad eso es lo que ocurrió con un retraso de mes y medio, aunque ese Gobierno duraría poco, siendo subvertido por, entre otros, los mismos prietistas). Antes de su regreso de Londres, donde asistía a una reunión internacional de jefes sindicales, Largo Caballero despotricó en Claridad, el 15 de julio: «¿No quieren este Gobierno? Pues que se sustituya por un Gobierno dictatorial de izquierdas. ¿No quieren el estado de alarma? Pues que haya guerra civil a fondo». Esta no era más que una de las habituales predicaciones de guerra civil que aparecieron en el periódico durante aquellos meses. Pero cuando esta "guerra civil a fondo” que Largo Caballero abrazaba con tanta complacencia y regocijo se hizo realidad, el «Gobierno dictatorial de izquierdas» dirigido por el propio Largo fracasaría en la contienda”.


(“El camino al 18 de Julio, Stanley G. Payne)


Ese es el Largo Caballero al que Chaves llama “hombre bueno”. 


Franco hace honor a su palabra de asesino”, escribe Chaves. Y se pregunta por qué el mundo civilizado lo contempla impasible. Y se lo pregunta el mismo Chaves que visitó la Unión Soviética. El mismo Chaves que entrevistó a los emigrados rusos que le relataron el horror del comunismo. Para Chaves el estallido de la revolución lo provoca Franco. Lo dice el mismo Chaves que tan bien relató la Revolución de Asturias dos años antes. Insiste: “El general Franco, al sublevarse, había puesto en marcha la revolución social en España que, de otro modo, hubiese tardado cincuenta años en producirse”. 


Chaves da cuenta de algunos intelectuales que colaboraron con su periódico. “Tenía nuestro periódico la plantilla de colaboradores más brillante de España: Miguel de Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Ossorio y Gallardo, Julio Camba, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Ramón Gómez de la Serna y otros muchos de segunda fila. Casi todos quedaron desplazados desde el primer momento: unos como Unamuno, porque se pusieron abiertamente del lado del fascismo…”. Pero ni una palabra de los intelectuales fusilados por la República. Llama la atención el hecho de que asegure que Unamuno se pusiera abiertamente del lado del fascismo ya que no es un hecho que guste en la actualidad. De hecho, a Unamuno se le sigue utilizando tanto de un lado como del otro. 


Chaves conocía la táctica de recoger los ficheros de los afiliados a Falange para después fusilarlos. Excusa esa acción porque “Franco había fusilado desde el primer momento a todo el que hallaba en posesión de un carnet socialista o comunista”, hecho que le conmueve. No le conmueve sin embargo el fusilamiento de falangistas. 


Una de las obsesiones de Chaves es la ayuda que Franco recibió de Alemania e Italia. Chaves consideraba que el resultado de esa ayuda era la conversión de España en una colonia de esos países. Hoy sabemos que nunca ocurrió eso, ni siquiera en los sombríos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando más riesgo corrió Franco. Chaves, impotente, se preguntaba. “¿Es que todo lo concerniente a la fortificación y defensa de las costas y las fronteras de la España nazi no esa hoy dirigido y controlado por los alemanes? ¿Es que las industrias de guerra no se hallan en sus manos y bajo su dirección? ?Es que no son técnicos y funcionarios alemanes los que dirigen la máquina del Estado franquista?”. Resulta muy curioso que se hiciera esas preguntas al mismo tiempo que la República dependía cada día más de Stalin. Sin embargo, para Chaves la juventud española sucumbía al servicio exclusivo de Alemania e Italia. Chaves no contempla nunca la particularidad de la Falange, inspirada ciertamente en el fascismo, pero con la suficiente fuerza nacional como para no doblegarse ante ninguna potencia extranjera. El mismo Franco se sentía incómodo por la presencia de los italianos, que en ocasiones resultaban un estorbo en el frente. 


Chaves, terriblemente irritado, se equivocó al afirmar esto: “Franco, sus moros, sus alemanes, sus italianos, sus portugueses, sus rusos blancos y toda esa canalla mercenaria, toda esa hampa internacional que forma en las banderas de la Legión, serán lo que se quiera menos un ejército nacional; lucharán por lo que sea, por Mussolini, por Hitler, por el fascismo, por el nacionalsocialismo, por el anticomunismo, por el papa, por lo que sea. ¡Por España, no y mil veces no!”. Pero ni rastro de las Brigadas Internacionales, ni de la ayuda rusa. Lo cierto es que España resistió y el régimen de Franco sobrevivió a Mussolini y a Hitler. 


Para Chaves, al parecer olvidando que España se encontraba en guerra, lo característico y genuino del franquismo fueron los bombardeos, “la acción más destacada de la guerra de España”, como dijo. Chaves, absolutamente fuera de sí, instaba a los intelectuales a condenarlos.: “¡Pues vamos a suscribirla y rubricarla, señores intelectuales de Europa, adheridos al franquismo! ¡Venga! Bastan dos líneas. ‘Aceptamos la necesidad del bombardeo de Barcelona del 19 de enero de 1938, acción útil y beneficiosa para la civilización occidental’. Y una firma. Eso es todo”. Al parecer, Chaves “olvida” los bombardeos republicanos, por no hablar de la terrible represión republicana. 


Chaves insiste en que España, una vez acabada la guerra, se convertiría en una colonia de Alemania e Italia: "¿Por qué se cree que Alemania e Italia a las que tan cara está costando la aventura de España se van a retirar luego? ¿Con qué se cuenta para suponer que no se instalarán definitivamente en España?”. En un intento de convencer a los nacionalistas españoles, a Chaves le resultaba incompatible  ser nacionalista y aceptar la ayuda alemana e italiana: “Permítase a un español, nacionalista de verdad, que no ha sido nunca revolucionario y que odia por igual el comunismo y el fascismo, opinar serenamente, sin hiperbólicas hinchazones sobre las posibilidades que tiene su pueblo de mantener la independencia nacional”. Chaves no ve, o no quiere ver, que los sublevados necesitaban de la ayuda extranjera para llevar a cabo su guerra. Franco no se dejó nunca dominar ni por Alemania ni por Italia. Es evidente que sentía más simpatías hacia sus regímenes, ya que Franco no era liberal ni mucho menos comunista, pero los hechos demuestran que Franco no se doblegó nunca a esas naciones. El sorteo que hizo para no entrar en la guerra mundial es de sobra conocido. Por otra parte, Franco pagó la deuda contraída por la participación de Alemania e Italia en la guerra. No hay atisbos de sumisión en absoluto. 


El problema de Chaves es que no llega a comprender en absoluto los motivos por los que hubo una sublevación militar en 1936. Llega a resultar incomprensible en un periodista que narró los hechos de la Revolución de Asturias. A Chaves no le indignan los asesinatos, ni la quema de iglesias y conventos, las profanaciones, los asesinatos de Paracuellos… todo eso no le indigna de la misma forma que le indignan los asesinatos de Franco. Incluso cae en el error, motivado seguramente por la moda sobre la raza imperante en la época, en definir a Franco como “tipo perfecto de judío armenoide”, como si se tratara de un arquetipo de las tablas raciales de Nuremberg. Incluso va más allá al afirmar que el antisemitismo de Franco “obedece a una reacción característica del semita cuando se siente incorporado definitivamente a una fe y a una patria, se apoya exclusivamente en un error; el de creer que es posible anudar el antisemitismo germánico actual con la persecución religiosa que los Reyes Católicos hicieron contra los judíos”. 


Para Chaves, Franco ya era rebelde a la República antes del asesinato de Calvo Sotelo: “El rebelde existía en potencia y sólo esperaba la ocasión propicia para manifestarse”. Pero, ¿Por qué Chaves no menciona que fue Franco el que sofocó la Revolución de Asturias en beneficio de la República? Payne y Jesús Palacios lo tienen más claro: “La proclamación de la Segunda República no fue en absoluto de su agrado, pero, como la mayoría de los españoles, aceptó su legitimidad mientras la República respetó la ley. Franco siguió siendo un militar profesional hasta el final del periodo republicano y no quería politizarse, aunque desde 1935 su postura era claramente conservadora”. “Franco solo se unió a la rebelión cuando pensó que era más peligroso no rebelarse que rebelarse”. 


Para Payne y Palacios, “la República dejó de ser democrática en la primavera de 1936 al no respetar la ley, quedar vacía de contenido legal, violando la Constitución, y al claudicar el gobierno de ‘izquierda burguesa’ ante la presión de los revolucionarios. La democracia y las elecciones libres murieron a manos del Frente Popular”. Pero Chaves no ve nada de eso. Tampoco ve que la situación de España era insostenible en 1936. “España era el país más conflictivo y dividido de Europa. Pero Franco tenía poco o nada que ver con esa situación, que se habría producido igualmente aunque él no hubiera existido” (Payne y Palacios). Sin embargo, para Chaves, Franco simplemente “estaba esperando sólo a que suene su hora”. 


Chaves escribe sobre Franco desde el resentimiento y sin ningún rigor. Le pesa más la animadversión que el conocimiento. Podemos disculparle, evidentemente, pues las guerras generan sentimientos imposibles de controlar. El problema es que Chaves, que ha estado durante décadas olvidado, acaba de ser reivindicado como ejemplo de imparcialidad. Leyendo sus crónicas esto no es cierto. Chaves estuvo muy mal informado acerca de Franco. Se puede comprender su defensa de la democracia, pero no su falso análisis de lo que llevó a España a la Guerra Civil. Para Chaves el gobierno de la República en 1936 reflejaba “el resultado de las elecciones”, algo que como hemos visto no se ajusta a la realidad. 


Por supuesto, en muchas ocasiones Chaves acierta. Como cuando asegura que a la Falange Española “pronto le llegará la hora de la decepción”. 


Otro error habitual de Chaves es considerar que el único objetivo de la rebelión militar fue la instalación del fascismo en España. Semejante aserto no se sostiene. La mayor parte de los militares sublevados no tuvo absolutamente nada que ver ni con el fascismo ni con la política. Otra cuestión bien diferente es que los militares sublevados se apoyaran en los falangistas, pero de la misma manera que se apoyaron en los carlistas o los monárquicos. ¿Podemos afirmar por tanto que el único objetivo de la rebelión militar fue la instalación de la monarquía en España? Chaves resultó muy sesgado en sus apreciaciones sobre el levantamiento militar. Jamás los justificó debido a la insostenible situación que se vivía en España. 


La cuestión fundamental es qué crédito puede tener Chaves Nogales con declaraciones del tipo de que el gobierno de Negrín “lucha por defender la república democrática, parlamentaria y burguesa… Moscú, aunque Europa se niegue a admitirlo, ha obligado -insisto, obligado- a los comunistas españoles a renunciar a todo intento de régimen soviético en España y, como resulta conveniente a su política internacional, los mantiene irremisiblemente atados a la servidumbre del régimen republicano burgués. Es precisamente Moscú quien no tiene hoy el menor interés en establecer un régimen comunista en España”. Cuesta creer que Chaves, tan receloso de los fascismos, cayera en la trampa de que la Unión Soviética defendía a los regímenes democráticos. Cuesta creer también, que el mismo Chaves, a quien Goebbels supuestamente dijo que ni el fascismo ni el nacionalsocialismo eran objeto de exportación, se tragara que el socialismo de Stalin no lo fuera, habida cuenta de la internacionalización conocida del comunismo.


Es bien conocido que fue precisamente Negrín el que entregó el oro del Banco de España.”Negrin fue el más fiel de los servidores de Stalin”, “El poder de Stalin en España estaba sólidamente asentado”,  afirma Federico Jiménez Losantos en Memoria del Comunismo. 


Chaves se empeña en demostrar que la Guerra Civil se debió a una causa que no era la de España, “que no lo ha sido nunca y que nunca lo será”. Se ha escrito en muchas ocasiones que la Guerra Civil Española fue la antesala de la Guerra Mundial pero esto es cierto a medias. Los fascismos no surgen solos, surgen como respuesta al peligro comunista. Nunca antes. Cuesta creer que una mente como la de Chaves se tragara toda la propaganda comunista. Ciertamente, Chaves asegura que el “fascismo en España ha sido pura y exclusivamente la contrafigura del comunismo”. De nuevo vuelve a estar acertado Chaves con respecto a la Falange: “La Falange Española solo tiene una cosa para sí: el ejercicio del poder; dicho poder, sin embargo, no lo conquistaron los falangistas, sino más bien los militares, que se lo cedieron en usufructo y con ciertas condiciones. Lo que les dieron se lo pueden quitar mañana sin que quede en la historia de España la más mínima huella de la Falange”. 


Es posible que España ya no pueda, durante unos buenos años, permitirse el lujo de vivir en democracia. Pero esta vida democrática va a convertirse en la mayor aspiración de los españoles”. Bien, quién le iba a decir a Chaves que fue precisamente el régimen de Franco el que permitió esa democracia 40 años después.


Chaves se indigna porque el régimen de Franco imita las expresiones de los países fascistas. Así pues, cree ver que se imitan los saludos del tipo “Heil Hitler”, que en España sería “¡Saludo a Franco!”, que él traduce correctamente como “Salve Franco”. “El Estado español está sometido a la influencia de los estados totalitarios que lo han protegido”. Chaves, sin embargo, no ve, o no quiere ver, la influencia que tuvieron a su vez otras ideologías, también extranjeras, como el comunismo, el socialismo o el anarquismo. Incluso en la actualidad, toda la ideología progresista nos viene por influencia extranjera. Se empeña Chaves en mostrar a Franco imbuido de una “ciega germanofilia”, algo absolutamente erróneo, ya que Franco, en todo caso, siempre fue francófono. Sin embargo, Chaves acierta cuando asegura que el catolicismo es el único sentimiento que diferenciaba a los españoles de los alemanes. “Si Hitler se enfrenta abiertamente al Vaticano, su estrategia fracasará en España inexorablemente”. Chaves vuelve a mencionar su entrevista con Goebbels cuando le declaró que el nacionalsocialismo “no era un producto de exportación”. 


Todo aquello que no se someta al yugo simbólico de la Falange debe combatirse y aniquilarse implacablemente. España es Falange y nada más que Falange, del mismo modo que la URSS es el Partido Comunista, Italia el fascismo y Alemania el nacionalsocialismo”. Nueva falsedad. El mismo Franco tuvo que llamar a todo su conglomerado “El Movimiento”, que aunaba a la misma Falange con las JONS y el tradicionalismo. Incluso, como ya hemos visto, los monárquicos estaban presentes en el Movimiento. Fue la Monarquía la que acabó por suceder a Franco. De hecho, se suele mencionar a Franco como un regente. 


Es curioso que Chaves describa cómo las turbas revolucionarias se incautaban de los ficheros de la Falange para detener a sus miembros, como así fue, y después denuncie que la propia Falange creó un fichero “en el que figuran más de un millón de españoles” que Chaves intuye que están condenados a muerte de antemano. ¿De dónde saca Chaves esa información en pleno 1938? No lo sabemos. 


La sinrazón lleva a Chaves a decir tonterías del tipo de que Franco “no ha creído nunca ni en España ni en los españoles”. Asegura que Franco prefiere las “harcas” marroquíes, a los italianos y a los alemanes. Esto es un absurdo. Chaves se empeña en demostrar que la obra de Franco es una hipoteca con Alemania e Italia que le obligara a luchar contra sus aliados naturales.  El mismo Chaves tuvo que ver que España no participó en la Segunda Guerra Mundial. Hoy día los historiadores siguen enfrentados con el asunto. Pero la única verdad es que Franco mantuvo alejada a España del conflicto. 



El resentimiento de Chaves le lleva al punto de escribir tonterías como que Franco y sus aliados extranjeros ganarían la guerra con una “victoria que ni sus tropas ni sus aliados extranjeros han sabido conseguir”. Tan obsesionado está con Franco que llega a afirmar bobadas del calibre de que “Franco significa la guerra y nada más que la guerra: hoy, la guerra civil, mañana, la guerra europea”. Al parecer Chaves debía desconocer que había más republicanos en busca de una guerra que nacionales. Por cierto, suele ser un consenso entre los historiadores afirmar que, de haber continuado la República antes de la guerra mundial, España hubiera sido invadida por Alemania y, por tanto, arrastrada a la guerra. 


Chaves sigue empeñado en defender a Negrín, que debió pedir que las potencias extranjeras se fueran de España y dejaran a los españoles matarse solos. Produce risa. En general Chaves opina que, sin las fuerzas extranjeras, “Franco no habría sido capaz de resistir ni dos semanas”. Hacia 1938 pensaba que solo había una salida para España: “la eliminación simultánea y total de los dos grandes e irreductibles factores de la tragedia española, el fascismo y el comunismo”. A mí eso me parece bien. Pero quién nos iba a decir que en la actualidad el fascismo ya no existe y tan solo sigue incordiando el comunismo. 


Todo lo que Chaves escribe sobre Franco se debe a un odio irracional, a una rabia que le hace escribir cosas realmente absurdas. Asegura que Franco es un hombre sin imaginación (¿acaso la imaginación es necesaria en un militar?) que no puede concebir cómo será la paz, “porque no puede concebir siquiera que sea posible”. A tenor de los resultados de la política de Franco, que mantuvo a España sin guerras durante el periodo más largo de su historia, la teoría de Chaves resulta  tremendamente fallida. 


Chaves hace una comparación entre la persecución de los judíos de Alemania y en la España del siglo XV: “Hace cuatro siglos los españoles hicieron lo que están haciendo ahora los alemanes, pero no porque el judío representara un peligro para la pureza de la raza española, sino porque era el enemigo de la Fe”. No menciona que lo que hizo España en el siglo XV ya lo habían hecho otros países tiempo atrás. La expulsión de los judíos fue la política habitual de la época, no algo exclusivo de España. 


La Historia dirá que Franco se sublevó el 18 de julio de 1936, porque el gobierno republicano, hostigado por las fuerzas revolucionarias, había permitido el asesinato de Calvo Sotelo. Pero la rebelión de Franco contra la ‘verdadera patria’ antecede a todos los pretextos que se hayan invocado desde entonces para justificar el alzamiento militar. Ya era un rebelde en potencia y esperaba tan sólo la oportunidad propicia para manifestarse”. Esto no se sostiene. Franco fue el último de los generales en unirse al alzamiento. Le costó numerosas vacilaciones. 


Fue Franco, junto con el apoyo de sus aliados alemanes e italianos, quien convirtió en comunistas a españoles que no lo habían sido nunca… La España roja es una creación artificial de Roma y de Berlín, diseñada para favorecer sus propósitos imperialistas en el Mediterráneo y para asegurarse la imprudente colaboración de los militares españoles, ciegos y carentes de sentido político”. Cabría decir que fue la política de la 2ª República, con su quema de conventos, levantamientos y asesinatos la que hizo posible el nacimiento de Falange. La “España roja” no fue una creación de Roma ni de Berlín. Dudo mucho que Hitler pensara en España ni un momento desde su llegada al poder. Cuando Hitler se entera del levantamiento de 1936, se encontraba en la ópera y España no estaba en sus planes en absoluto. 


El llamado imperialismo de los fascismos no escapa tampoco a la pluma de Chaves. Para él, al parecer, solo los países fascistas eran imperialistas. En aquella época, estaba de moda el imperialismo, aunque quizá no sea el nombre adecuado. Por contagio, como siempre sucede en España, también se dio en la primera España de Franco. Era la moda. Para Chaves, Franco estaba obsesionado con el imperialismo. Pero a Chaves le debe pasar desapercibido el hecho de que los mayores imperios de la época se daban exclusivamente en Gran Bretaña y Francia. También se le “olvida” el concepto de “Comintern”. 


Según el general Franco, a la libertad y a la independencia de España las amenaza la economía liberal y las potencias capitalistas y democráticas que pretenden aislar económicamente a España”, escribe Chaves en junio de 1939. ¿Y no es exactamente eso lo que ocurrió años después, cuando España sufrió un terrible bloqueo tras la Segunda Guerra Mundial?


De vez en cuando Chaves acierta: “El Estado Mayor alemán, que recuerda los grandes favores que la España neutral le hizo a Alemania durante la guerra, querrá como pago de su intervención volver a asegurarse esta valiosa colaboración, que resultaría imposible desde el momento en que Franco se lanzase a la guerra sin consideraciones… Franco intentará prolongar su neutralidad durante el máximo tiempo posible por todos los medios que tenga en su poder, pues sabe que una declaración de guerra imprudente al comienzo de las hostilidades desembocaría en su destrucción fulminante”. 


Chaves resulta muy ingenuo cuando habla del nacionalismo inglés frente a su lucha contra el nazismo alemán. Frente a la histeria de los nazis, defiende el nacionalismo inglés, al que define con una virtud “típicamente británica; el respeto a los demás pueblos aun cuando no les considere superiores, la consideración debida al que se juzga inferior, el reconocimiento del derecho de los otros, el saber tratar de igual a igual a Quines no se teme. En definitiva, lo que Alemania no ha sabido nunca”. ¿Estaba Chaves en sus cabales cuando afirmó esto? Ya que en ciertos círculos gusta definir a Chaves como el “Orwell español”, no he podido evitar recordar estas palabras del propio Orwell en su libro “Los días de Birmania”: 


“Ahora el muy idiota de Macgregor quiere meter a un negro en este Club sin venir a cuento, y os quedáis ahí sentados sin decir una palabra. Dios mío, ¿qué se supone que estamos haciendo en este país? Si no vamos a dar las órdenes, ¿por qué demonios no recogemos nuestras cosas y nos largamos? Aquí estamos en teoría para gobernar a un montón de cochinos negros de mierda que ha sido esclavos desde el principio de los tiempos, y en vez de manejarles de la única manera que entienden, vamos y les tratamos como a iguales. Y todos vosotros, estúpidos bastardos, lo veis como algo absolutamente normal”. 


“Los criados como los de antes están desapareciendo. En mis tiempos, cuando uno de tus criados te faltaba al respeto, lo mandabas a la cárcel con una nota que dijera: ‘Por favor, den al portador quince latigazos”. 


La ingenuidad de Chaves llega al extremo de calificar al ejército norteamericano de antirracista: “Este ejército norteamericano es el ejército antirracista por excelencia. De este gran crisol de razas que son los Estados Unidos ha salido este ejército que tiene, a pesar del denominador común del norteamericano, el orgullo de la asombrosa variedad de sus tipos humanos”. Imagino que Chaves no desconocía el hecho de que los negros en Norteamérica no podían compartir autobús ni escaleras con los blancos. Dudo que  conociera la verdadera historia de Jesse Owens. Precisamente una de las mayores inspiraciones de Hitler fue el racismo norteamericano. Hitler aseguraba que fue la inmigración alemana la que hizo grande a Norteamérica. Por otra parte, asegurar que en el ejército americano había “gran variedad de tipos humanos” es tan cierto como asegurar que la había en el ejército de Franco o de Hitler. Al final de la guerra, había batallones enteros de musulmanes luchando con los alemanes. “El imperialismo yanqui hace su orgullo y su fuerza precisamente de lo que el imperialismo germánico fabrica su odio. Nueva York está tan orgulloso de su millón de ciudadanos oriundos de Italia, como de sus miles de germanos, sus cientos de miles de nórdicos y sus millones de semitas. Todos son ciudadanos libres, de USA”. ¿Qué cuento de hadas escribe Chaves sobre Norteamérica? ¿Acaso Chaves no conocía la situación de los negros? Es asombroso, por no decir indignante. 


En el año 1942 Chaves seguía asegurando tonterías del tipo “España había hipotecado su independencia en la guerra civil que Hitler mismo había provocado. Convertidas las tres naciones latinas en tributarias suyas, Alemania soñaba con crear con ellas un Bloque Latino que le aseguraría el dominio mediterráneo y le permitiera proyectas su injerencia sobre África y América”. ¿En qué se basa Chaves cuando asegura que Hitler provocó la Guerra Civil Española? ¿Sabía algo de geopolítica? ¿Acaso ignoraba que Inglaterra también estaba interesada en controlar el mediterráneo? 






El libro más celebrado de Chaves Nogales es “Juan Belmonte, matador de toros”. Tenía prejuicios ya que no me interesan los detalles taurinos. Sin embargo, creo que sí, que es su mejor trabajo. Es interesante comprobar cómo muchos jóvenes rebeldes “que tenían una postura anarquista”, se dedicaban a torear de manera furtiva. La fascinación que sentía Belmonte por esos chicos se parece, en cierta medida, a la rebeldía existente en las bandas que surgieron tras la irrupción del Rock and Roll y el Punk en los años 50 y 70. Estar en una cuadrilla siempre resultó algo mágico en la juventud: “la fascinación que aquel grupo de amigotes me producía, sólo pueden comprenderla quienes en la adolescencia hayan caído fervorosamente en uno de esos núcleos juveniles que, por disconformidad con el medio, se forman en torno a un misticismo cualquiera, social, político o artístico, y que con su prestigio revolucionario absorben íntegramente al hombre nuevo”. Perfecta descripción. Las descripciones que hace Belmonte-Chaves de sus comienzos, toreando con sus colegas “como nuestra madre nos parió”, resulta excelente: “Nosotros, ofreciéndole impasibles nuestros cuerpos desnudos bañados por la Luna, permanecimos como si fuésemos estatuas”. “Completamente desnudos, insensible nuestra piel, como la de las salmanquesas, al fuego que bajaba del cielo, andábamos ligeros y ágiles entre los cardos y jarales de la dehesa hasta que conseguíamos apartar una res, y allí mismo, en un calvero cualquiera, la desafiábamos con el pecho desnudo y el breve engaño en las manos para hacerla pasar rozando su piel con la nuestra. El torero campero, teniendo por barrera el horizonte, con el lidiador desnudo, oponiendo su piel dorada a la fiera peluda, es algo distinto, y, a mi juicio, superior a la lidia sobre el albero de la plaza, con el traje de luces y el abigarrado horizonte de la muchedumbre endomingada”. 


Las descripciones de las primeras corridas de Belmonte resultan asombrosas. Si hoy las corridas de toros resultan violentas, en aquella época eran verdaderas carnicerías, no solo hacia el toro. También los toreros resultaban frecuentemente malheridos. “El novillo me dio un golpe en la frente con un pitón y me partió la ceja. Salía la sangre a borbotones… Caí en manos de un cirujano expeditivo, que se aplicó a la previa desinfección de la herida por un inusitado procedimiento. Mandó traer una botella de gaseosa, que se empinaba para coger unas grandes buchadas, con las que me esporteaba la cara. Después de espurrearme bien la herida y todo el rostro con aquel líquido dulzón y pegajoso, mezclado con sus babas, consideró que la desinfección era perfecta, y procedió a curarme. Le trajeron una aguja de coser sacos, con su ancha punta doblada; me levantó la piel caída a colgajo, unió los bordes y me los cosió como quien cose una estera. Me dejó una cicatriz innecesaria para toda la vida. Luego me vendaron aprisa y corriendo, porque el público se impacientaba, y me soltaron otra vez en el ruedo”. 


En aquella época los caballos no estaban protegidos. Belmonte describe como “carnicería horrible” el destino de aquellos desgraciados caballos: “Salieron al aire las tripas de los caballos y brotó la sangre a raudales. No he visto más sangre en mi vida”. A menudo ocurría que los caballos morían antes de finalizar la corrida y ya no se disponía de más. Por tanto, los banderilleros se dedicaban a acuchillar a los toros para castigarlos. Espantoso, terrible. Cuando los toreros no podían matar a los toros la Guardia Civil se encargaba de hacerlo a tiros. 


 El torero de aquella época era una figura mística, podríamos decir que imbuido de un espíritu casi samurái. Aceptaba la muerte: “A la tarde siguiente moriría. Ya estaba decidido”. Cuando Belmonte torea mantiene una conversación con el toro: “Ven acá, toro, embiste bien. No seas así, muchacho, si no te va a pasar nada. ¡Toma! ¡Toma! ¿Lo ves, torito? ¿Qué? ¿Te cansas? Anda, cógeme; no seas cobarde. ¡Cógeme!”. 


Cuando Belmonte triunfa se interesa por el mundo intelectual. Por aquella época los cafés se llenaban de intelectuales de todo tipo que participaban en tertulias. “Me sentí fuertemente atraído por la vida extraordinaria de los artistas y los escritores, que para mí estaba envuelta en una aureola bohemia y romántica… Se despreciaba a los políticos y se sentaban algunas audaces afirmaciones estéticas”. 


Al llegar a Nueva York a bordo de un transatlántico alemán, se horroriza al ver descender a un rebaño de inmigrantes judíos y polacos en su mayor parte. Belmonte mira los gigantescos rascacielos, que compara con los inmigrantes, y comprueba que lleva su pistola que guarda en el bolsillo. Camina por las calles de Nueva York con esa pistola y una cámara de fotos. “Había visto que los turistas llevaban una máquina de hacer fotografías y no quería ser menos”. Nueva York no le gusta. “Demasiado grande y demasiado distinto”. Siente que los hombres son hormiguitas. Prefiere la sencillez de la gente de Sevilla. “Aquí en Nueva York, donde un hombre no es nadie y una calle es un número, ¿cómo se puede vivir?”. 


Belmonte compró un caballo al que llegaban a subirse tres personas. “Aquello de ser caballo de un torero popular no debía ser grato oficio” y relata el torero que el pobre animal terminó lanzándose contra una pared “y se suicidó”. Terrible destino el de los animales. El mismo Belmonte piensa que en unos años ya ni siquiera existan las corridas de toros. “¿Quién dice que algún día no han de ser abolidas las corridas de toros  y desdeñada la memoria de sus héroes?”. Es curioso, porque Belmonte teme que los socialistas puedan acabar con la fiesta. La ironía del destino es que fueron los socialistas quienes promovieron la fiesta de los toros en los años ochenta, cuando su máximo poder. “Puede ocurrir que los socialistas, cuando gobiernen…” Belmonte siente miedo de torear, y sueña que un gobierno socialista ha abolido las corridas de toros. 


Belmonte fue un gran lector. Viajaba con un gran baúl lleno de libros (David Bowie, en los años setenta, también lo hacía). Causaba mucha expectación el hecho de que un torero viajara con tanto libro. 


Otro aspecto interesante es el hecho de que Belmonte se sintiera en Sudamerica como en casa. Le maravilla sentirse en Lima como si estuviera en Sevilla. “A veces me encontraba en la calle con tipos tan familiares y caras tan conocidas, que me entraban deseos de saludarles”. Todo le parece andaluz. 


En Cuba las corridas de toros estaban prohibidas. Por aquel entonces ya existían asociaciones protectoras de animales. Menciona Belmonte a una dama que era presidenta de la Sociedad Protectora de Animales que le perseguía implacablemente. 


Belmonte no se siente a gusto con la República: “Las circunstancias sociales y políticas por que atravesaba España me procuraron frecuentes motivos de disgusto y hondas preocupaciones. Yo había invertido en tierras y ganadería el dinero que gané toreando. Era lo que se llama un ‘señorito terrateniente’. Es decir, el hombre contra quien se iniciaba en España una revolución”. 


Es significativo que Belmonte, que comenzó toreando junto a un grupo de anarquistas, llegara a la madurez convertido en un burgués y, por tanto, enemigo de la República: “Las cosas habían cambiado radicalmente. Aquellos mismo que al proclamarse la República no se atrevían a incautarse de mis caballos porque yo había ganado lícitamente mi capital, venían un año después a hurtármelos sin ningún escrúpulo teórico”. Finalmente, Belmonte se niega a dar una sola verónica en beneficio del Estado. 


En definitiva, Chaves fue un excelente cronista que vivió en primera persona una época fascinante. Acierta en sus descripciones mundanas de le época. Pero sus crónicas sobre la Guerra Civil Española, y especialmente de Franco, están llenas de tópicos y mentiras o medias verdades. Chaves, que tan bien conoció y denunció el comunismo, no fue capaz de denunciarlo en su propio país. Hoy es fácil situarlo en el espectro democrático que conocemos. Pero Chaves se puso del lado de quienes pactaron con Stalin. Hoy día sabemos (¿no lo sabía Chaves?) que las elecciones de 1936 fueron un absoluto tongo. Sabemos que el PSOE fue un partido que buscaba la confrontación. Sabemos que Franco dudó hasta el mismo día del Alzamiento. Chaves no quiso comprender el fascismo como si comprendió el socialismo y el comunismo. Me parece muy lícito. Pero por esa razón, no se debe colocar a Chaves en una neutralidad que más bien responde a la corrección política que actualmente sufrimos.