domingo, 7 de enero de 2018

El turismo, esa lacra


Últimamente se ha extendido como un plaga viajar. No hay joven, maduro o viejo que no alabe sus virtudes. Ves en televisión a cualquiera diciendo la urgencia de recorrer el mundo antes de morir y piensas si, cuando morimos, habrá alguien que nos vaya a pedir un listado de los países visitados. ¿Qué idea más absurda es esa de haber viajado para poder morir tranquilo? Cuando uno muere, nada de lo que haya hecho en vida, a no ser que sea un artista, le sobrevivirá. Paul Bowles advierte:

"No se consideraba un turista; él era un viajero. Explicaba que la diferencia residía, en parte, en el tiempo. Mientras que el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra. Y le hubiera sido difícil decir en cuál de los muchos lugares donde había vivido se había sentido más a sus anchas."

Bowles hablaba con desprecio del turista, al que suponía viajaba durante meses o semanas. Al final de su vida decía que viajar había perdido todo su encanto por culpa de los aviones. ¡Y eso que él pensaba que un turista viajaba durante meses o semanas! Hoy en día los turistas viajan simplemente durante un lapso que va desde un día a un mes, máximo. Y por mucho que el pesado de turno te diga que adora Vietnam, nada le une a ese país, excepto que comió, defecó y se hizo selfies por doquier. Naturalmente, el bueno de Bowles no consideraría si quiera viajar a lo que se hace hoy en día. Habría que añadir otro elemento más a su máxima: el turista de red social.

El nuevo turista se prepara el viaje él solo desde casa. Normalmente siempre encuentra vuelos a precio de ganga pero cuando te toca a ti hacerlo, no encuentras ninguna. Pero bueno, seguiré pensando que soy hombre de mala suerte. Pero aquí está la primera trampa: si quieres un viaje barato deberás viajar como una "cosa" no como una persona. Tendrás que estar dispuesto a pasar una noche en el aeropuerto, o dando vueltas por no se sabe qué ciudad. Muchos piensan que eso está genial porque así conoces otra ciudad. Pero es un absurdo. De repente te ves en medio de la noche, en una cafetería horrible, o caminando sin ningún sentido, cuando lo que realmente quieres es estar en tu cama. Claro, que también puedes dormir en un hotel. Entonces, empiezas a sospechar que el vuelo ya no resulta tan barato. Pero lo que cuenta es decir a los colegas el precio del vuelo, que sigue siendo una ganga.

Mención a parte merecen los aeropuertos, esos lugares infestados de personas que caminan rápidamente como si conocieran el lugar de toda la vida, sentados como si estuvieran en el sofá de su casa, descalzos, comiendo... Los aeropuertos son lugares militarizados. Primero debes guardar una fila interminable hasta que te toca el turno.  En ese momento tiemblas ante la posibilidad de que tu maleta pese más de lo permitido. A muchos turistas les gusta forrar las maletas con plásticos. Pero, claro, todos hemos visto "El expreso de medianoche" y más vale un ridículo que ir a parar a una cárcel de mala muerte el resto de tu vida. Una vez que has dejado la maleta, ya te sientes más libre,  ya eres un turista dispuesto a consumir en las numerosas tiendas.El consejo de acudir con dos horas de antelación  a un aeropuerto no es la previsión, es que consumas a diestro y siniestro. Y así, vemos turistas cargados de tabaco, alcohol y regalos absurdos.  Nada de lo que venden en un aeropuerto es necesario, pero el turista es un ser blando.

Cuando logras ser introducido en el avión, la incomodidad reina por doquier. No hay un ser vivo introducido en un avión que te resulte agradable. Tu suerte está echada. Y sí, tu sitio es el que está junto al más gordo del pasaje, o junto a una familia con niños. Permaneces junto a tu equipaje de mano, que no quieres soltar bajo ningún concepto, pero escuchas que no se puede. Pero sabes que si lo dejas en el compartimento, alguien va a encajonar su gran maleta (¿cómo le han permitido subirla?) y estrujar tu pobre bolsa.En ese momento piensas en cómo estará tu bocadillo, tu libro y tus aparatos electrónicos. Ves que sigue entrando gente en el avión y meditas en cómo diablos va a despegar el aparato. Bah, es igual, "el avión es el método de transporte más seguro", te repites una y otra vez. Para entonces, ya has clasificado a los turistas de alrededor como los protagonistas de un "Aeropuerto 77".

Y ahí tenemos otro agobio tremendo: viajar junto a españoles. Es una pesadilla. Da igual la edad. Uno puede perdonar la adolescencia, pero el español turista es molesto a cualquier edad. Imagina que acabas de hacer un transbordo de un avión lleno de alemanes a otro lleno de españoles. Es una sensación terrorífica. En ese momento uno siente odio hacia España. Y aquí, enlazo el asunto con otra máxima del turista moderno:

"El nacionalismo se cura viajando".

O, peor aún:

"El racismo se cura viajando".

En este punto, uno piensa: ¿los catalanes no viajan?... je je, bromas a parte.  El racismo y el nacionalismo no son enfermedades. El que vuelve de dormir en una chabola hecha con excrementos de vaca y lo prefiere a su confortable hogar de protección oficial es un cínico redomado.

Y bien, cuando has padecido todas las incomodidades del vuelo, llegas al soñado destino. Pero salir de un aeropuerto no es cosa fácil. Apurado, sigues a la masa. Lo primero, la sufrida recogida de maletas. Ten por seguro: la tuya llegará la última, si es que llega, claro, y abollada. Y, cuando tu más ansiado deseo es estar en tu hotel, a tus amigos se les ocurre eso de coger el metro, "porque es más barato". Así que, a las incomodidades del vuelo, tienes que sumar ahora el ridículo de entrar en un metro con tu equipaje y los lugareños mirándote con compasión.

Ya en la ciudad de tus sueños, que suele ser, normalmente, el vuelo más barato que has encontrado, pero da igual, tu dirás a tus amigos que es la ciudad de tus sueños. Bien, a ejercer de turista se ha dicho. Las ciudades modernas están todas preparadas para que el turista haga el panoli, no te preocupes. Tienes tus museos, tus centros comerciales, tus teatros, tus zoos, tus parques de atracciones.. todo aquello con lo que nunca has soñado pero que te viene de perlas para contar al personal.

 El turista moderno se hace selfies constantemente, desde que sale de casa hasta que regresa. Todo es un selfie continuo. Y, lo que es peor, los envía a sus amigos o los cuelga de sus redes sociales favoritas. Uno puede sortear eso no viéndolo, pero de lo que no puedes escapar es de la charla presencial. Ese momento llega. ¿Recordáis las temidas veladas de los recién casados para ver el álbum de fotos y (lo que es peor) vídeo? Pues nada en comparación con el turista moderno. Lo increíble es que no te va a contar nada que no sepas.  Hoy en día no hace falta viajar para conocer un país: ya los conocemos todos por la televisión y por ese programa llamado "Españoles por el mundo".  Pero siempre los puedes neutralizar intentando hablar de tus viajes. Porque hay algo que el turista  no soporta: que tu hayas estado en la misma ciudad que él y que hayas visto cosas que él no ha visto.

Otra cuestión importante a tener en cuenta: ¿para qué sirven las miles de fotos que se  hacen en un par de días? Hace no mucho,  uno llevaba sus tres o cuatro carretes de 36 y ya era un exceso. Hoy en día la cosa ha cambiado mucho. El turista moderno va equipado con móviles, cámaras digitales, cámaras Reflex ("¿oye no tienes una Reflex? es que no es lo mismo"). Confieso que apenas hay diferencia entre una foto hecha con un móvil y otra hecha con la famosa y temida "Reflex" porque el turista moderno la usa "en el modo automático". Y bien, ¿dónde van a parar las millones de fotos que hacemos a diario? En el mejor de los casos se perderán, claro. No sirven para nada.

Hablemos de las ciudades turísticas por excelencia, las codiciadas por el turista moderno. A mi me da una pereza increíble ir a Barcelona o Venecia. He visitado en varias ocasiones el famoso Parc Guell, Meca del actual turista moderno. La última vez fue hace ya unos años pero la experiencia fue nefasta. Apenas pude advertir que allí había algo diseñado por Gaudí. El ejército de turistas era grotesco. En general, vale más estar en una cafetería que en un lugar turístico, siempre y cuando la cafetería no haya aparecido en ningún suplemento dominical o que sea una cafetería frecuentada por un prócer moderno tipo Hemingway. Porque los turistas modernos tienen sus referentes intelectuales. No han leído un libro suyo en su vida, pero quieren estar donde el intelectual se inspiraba.

Cuando llevas varios días caminando sin parar, sufriendo los medios de transporte del lugar, sudando, aguantando temperaturas que en tu vida pensabas que ibas a soportar.. cuando tus pies te piden por favor que los devuelvas a tu casa, es el momento del codiciado regreso. En tus adentros estás feliz. La pesadilla se acaba. Pero no se acaba. Continúa. Debes volver a un aeropuerto a una hora intempestiva, aunque lo sufres sabiendo que es el final. Para entonces ya te da igual que el avión se estrelle. Es más, piensas que sería una buena idea que el avión se estrellara porque te ha tocado uno lleno de españoles. Y, cuando aterrizas, tu maleta repleta de cosas inservibles, se ha extraviado. Bueno, al menos te sientes más ligero. Pero no acaba todo. Aun debes de coger otro medio de transporte, porque tu ciudad nunca tiene vuelos. Y en el autobús experimentarás a españoles en un entorno aun más aterrador que un avión. Cuando, por fin, llegas a casa, te arrodillas y besas el suelo.

En su libro "Mi España particular", el gran Edgar Neville aconseja:

"Un turista sin dinero es un desgraciado y yo solo recomiendo los mejores sitios, que casi siempre son los más caros. Cuando no se tiene dinero se queda uno en casa, ahorrando para viajar cuando se tenga; pero eso de pensar que el verano se hizo para hacer economías como los "congés payes" que vienen a recorrer España con un fogón portátil y su bocadillo, no me interesa."

Voy a seguir leyendo un libro de viajes de Bowles. Ese sí que era un viajero.