martes, 25 de agosto de 2015

Indignados


Siempre he tenido dudas sobre el concepto de democracia. Digan lo que digan, me parece una simpleza el sacrosanto mandato digno del INGSOC “la mayoría tiene razón”. Sin embargo, para que la mayoría tenga razón, debe ser convencida previamente. Y la mejor forma de convencerla es hacerles sentir indignados. Cuanto más indignes a un ciudadano más te apoya.  Esa es una forma pero hay otra: convencerle de que lo que tiene es más de lo que se merece y de que lo que tiene es un regalo del cielo del que nunca antes la humanidad se había beneficiado.  Dependiendo de la situación económica surgen unos y otros modelos. Nos han dicho que la situación actual es mala y, por lo tanto, han surgido movimientos de indignación popular. Me parecería maravilloso de no ser porque, a simple vista, ya se pueden ver símbolos comunistas por todas partes. Asombrosa manera de presentarse a la sociedad como un movimiento nuevo. A estas alturas ya es inútil discutir lo que ha representado el comunismo. Solamente las ganas que tenga el comunista de defender un movimiento que tiene en su haber más de 100 millones de muertos. Incluso se podría pasar por alto ese aspecto y observar algún país que haya vivido la experiencia comunista con buenos resultados. En fin, de todos es conocida la realidad: no ha habido ninguno en donde los derechos más elementales se hayan respetado.  Con esta realidad, quien se presente a la sociedad como comunista debe estar dando explicaciones constantemente, así que optan por desvincularse del comunismo, pero sin condenarlo. ¿Y por qué hay que condenar al comunismo? Muy sencillo: porque ellos nos han obligado a condenar al fascismo durante décadas. Solo por eso. Durante décadas nos han presentado al fascismo como al mismísimo diablo de forma que, cuando un adolescente lleva una esvástica tachada cree estar luchando por algo. Pero no lucha contra el fascismo por la simple razón de que este no existe. El fascismo imaginario de ese adolescente es el que le han inculcado. Naturalmente, ningún antifascista ha estudiado lo que fue el fascismo, por supuesto. Por lo tanto, lucha contra algo que ni siquiera conoce. ¿No es fabuloso? Introduciendo una doctrina falsa en la mente de la gente se obtienen resultados notorios. Al fin y al cabo, el ser humano siempre está dispuesto a creer ciegamente. Siempre ha sido así. Antiguamente las personas eran analfabetas. Pero el milagro consiste en seguir haciendo a la gente sumisa en el pensamiento, a pesar de tener una educación. Por lo tanto, ¿cuál es la diferencia entre un indignado o un joven antifascista y un votante de partidos convencionales? Absolutamente ninguna, por supuesto. Todos vienen de la misma raíz que es el término de la Segunda Guerra Mundial. En ese conflicto lucharon el comunismo y las democracias contra el mal absoluto que fue el fascismo. 

(Escrito en 2014, al inicio del auge del grupo político Podemos)

miércoles, 19 de agosto de 2015

Ancianos y adolescentes


El 15 de julio 8 ancianos murieron en un incendio. Cuando leí la noticia pensé que el suceso iba a tener “entretenidos” a prensa y ciudadanos. Sin embargo, los medios decidieron no airear la noticia en exceso y los 8 muertos pasaron sin pena ni gloria. Unos días después, un autobús colisionó en un túnel y dejó heridos a varios estudiantes de Bilbao. 

Las dos noticias son un perfecto ejemplo de lo que representa hoy en día el periodismo y, sobre todo, cómo éste manipula los sentimientos. ¿Cuál de los dos hechos es más grave? Es evidente que 8 fallecidos. Sin embargo los muertos cometieron un error gravísimo: ser viejos. Bastó ese dato para que no tuvieran la misma gloria que los 53 jóvenes heridos en el autobús. 

Nuestro periodismo moderno decidió arropar constantemente a los jóvenes y sus familiares, dedicándoles amplios reportajes. Pero hubo un hecho que me llamó la atención: cuando los jóvenes regresaron a su ciudad, fueron recibidos por un grupo de psicólogos para aliviarles el trauma. El detalle me hizo pensar en nuestra ridícula civilización. Si nuestros adolescentes tienen que ser asistidos psicológicamente ante una adversidad, ¿cómo vamos a sobrevivir como nación si al primer obstáculo nos aterrorizamos? Pienso en los niños de la guerra, en cualquier país en conflicto. Pienso en las personas que acaban de ser bombardeadas. ¿Tendrían suficientes psicólogos para aliviar su dolor? 

Por otra parte, ¿qué le puede decir un psicólogo a un joven que acaba de sufrir un accidente? ¿cómo puede consolarle? Y, lo más importante: ¿lo logra?. Nuestra sociedad, acostumbrada a defenestrar sacerdotes, tolera a los psicólogos como los nuevos brujos. 

Siempre he tenido curiosidad por ver qué le dice un psicólogo al paciente por, pongamos por caso, un abandono sentimental. ¿Tienen fórmulas para acortar el sufrimiento? ¿De verdad las tienen? Pues bien, los psicólogos pueden “recetar” pautas a seguir, algo que cualquier amigo puede hacer sin necesidad de títulos pomposos. He conocido un caso de un psicólogo que cogió la baja tras la muerte de su madre.

Pero nuestra sociedad es débil. Tan débil que tolera estas situaciones cómicas.     
 Atiborrados de solidaridad mal entendida, la sociedad responde a los estímulos que ella misma se ha impuesto. 

Provocar la reacción de las personas es muy fácil. Si se ofrecen imágenes de ancianos calcinados o, peor aún, de ancianos moribundos por el incendio y se adereza con comentarios de personas indignadas por la desgracia, la sociedad se sentirá dolida, abominará del político de turno y se iniciará el oportuno debate sobre el estado de, supongamos, las residencias de ancianos. Pero si se decide no hurgar en la noticia, la sociedad lo olvida rápidamente.