“Ni un fascista en nuestras calles”. Ese lema se ha gritado en Pamplona en el último San Fermín. El ayuntamiento de la ciudad, muy sensibilizado en materia de feminismo, ha movilizado a todos los visitantes para rechazar el continuo manoseo de los juerguistas a las indefensas mujeres. Sin embargo, la realidad es más tozuda. Los gobiernos fascistas de turno, siempre procuraron castigar la violación de manera muy severa. En el caso alemán, podía suponer la pena de muerte para un soldado. Y la única realidad es que las hordas comunistas dejaron tras su paso por Alemania más de 200.000 niños nacidos de ultrajes a las indefensas alemanas. Imaginen cuál es la cifra real de violaciones por parte de, repito, las tropas comunistas. Las alemanas jamás pudieron manifestarse, so pena de fusilamiento. Pero es que ni siquiera la historia las ha reparado de ninguna manera. Al fin y al cabo, eran fascistas. Los comunistas no hacían distinción a la hora de consumar la violación, les eran igual de “útiles” tanto niñas como ancianas, de manera que, si eras mujer y salías a la calle, el riesgo de violación era prácticamente del 100%. Recientemente alemanas han vuelto a ser víctimas de violaciones por parte de inmigrantes. Que yo sepa, no ha habido ningún homenaje a esas mujeres en Pamplona. Para el feminismo moderno, un tocamiento de un pecho es más grave. Los comunistas son bienvenidos en Pamplona. Sin embargo, yo siempre recordaré a las millones de alemanas ultrajadas, violadas en medio del terror de una guerra y no de una fiesta orgiástica de alcohol y drogas, que es en lo que se ha convertido San Fermín.
El nuevo feminismo, con tufo antifascista, está siendo impuesto a la dócil población. ¿Y qué le importa a la oligarquía que combaten que se manifiesten una y mil veces contra el “machismo”? Cuánto más entretenida esté la masa con estas reivindicaciones, más satisfecha está la oligarquía que pretenden tumbar. Han convertido a la masa progre en el tonto útil más inofensivo de la historia de las revoluciones.
Lo preocupante es que una masa pueda estar enfurecida por el manoseo a las mujeres y tolere alegremente la muerte de un toro desangrado en medio de una algarabía. En cuestiones de ética, el nuevo progresismo está echado a perder por completo. Uno de los pasatiempos favoritos de muchos reporteros extranjeros ha sido pasearse a lo largo y ancho de la geografía española para dar fe de la locura colectiva de las fiestas rituales españolas. Esa orgía sangrienta no pasó desapercibida en los años 30 ni a Ehrenburg (quien incitó a las hordas rojas a la violación con sus proclamas de 1945) ni al mismísimo Orwell, que nos visitó en plena guerra. Hoy en día siguen llegando periodistas extranjeros para dar crédito a nuestras diversiones.
La tortura hacia los animales va acompañada siempre del consumo de alcohol y drogas. Este asunto me interesa mucho, porque las mismas autoridades que hacen campañas contra el alcohol y drogas, son las que dan el pistoletazo de salida de las fiestas del pueblo, embrutecido ya con el alcohol, incluidos menores. ¿No nos damos cuenta de que son las autoridades quienes permiten el descontrol del pueblo? ¿Quién es capaz de controlar a masas borrachas y drogadas? Atrapar violadores en ese contexto es tan sencillo como pescar con red de arrastre.
Es correcto perseguir la violación. Pertenece al terreno de lo criminal. Pero convertir al hombre en culpable por tocar pechos hace al ser humano indecente, al lograr indignarlo por eso y no por la muerte sangrienta de toros, tan inocentes como la más inocente de nuestras mujeres. Otro día escribo sobre en qué se está convirtiendo el animalismo. Hoy ya no puedo.