Voy a dejar apartado el debate sobre si hay muchos viejos en España, si son un estorbo, si son muy caros para el Estado o si sirven para algo. El debate me parece miserable. Todos vamos a llegar viejos, unos más que otros. Vemos en los telediarios el drama de las residencias de ancianos. Vemos los ataúdes. Vemos el holocausto al que se está sometiendo a nuestros ancianos. En medio de esta pandemia inaudita, no me sorprende. Llevamos años de estéril debate sobre derechos sociales como si éstos no tuvieran fin. Llevamos años con feminismo hasta en la sopa, debates sobre el sexo de los niños y demás majaderías. Pero, ¿cómo es posible que en una sociedad saturada de derechos sociales nuestros ancianos estén cayendo como moscas? La respuesta es sencilla: porque no vivimos en una sociedad solidaria. Vivimos en una sociedad donde solo prima el “yo”. Por tanto, pocos están dispuestos a sacrificar su vida por sus padres. Los ancianos en España o viven solos o son apartados en residencias a 3000 euros al mes. El español prefiere gastarse los ahorros de sus padres en residencias que hacerse cargo de ellos. Y ahora, en medio de esta pandemia, vemos cómo nuestros mayores mueren sin remedio. Ese es el peor crimen de los españoles y su basura de progresía.
Cuando yo era pequeño, los abuelos vivían sus últimos años en casa de uno de sus hijos. No se abandonaban en residencias. Quienes mienten sobre el franquismo no le llegan ni a la suela del zapato a sus antepasados. Pero el hecho es perfectamente constatado: los viejos morían mejor con Franco.
Pocas personas están dispuestas a sacrificar el estéril ocio moderno para cuidar de sus mayores.
España no necesita más manifestaciones del orgullo gay ni de feministas descerebradas. No quiero vaticinar las consecuencias de esta pandemia. Mi impresión es que, si pasa alguna vez, los españoles seguirán siendo exactamente igual de egoístas. Estamos viendo las consecuencias de la solidaridad de postín. Pasen y vean el espectáculo de nuestras morgues. A nuestros ancianos los han matado sus propios hijos. Y seguirán desapareciendo de este estercolero mundo feliz.