martes, 15 de febrero de 2022

El animalismo en su encrucijada

 


En su ensayo “Despierta” el historiador Fernando Paz relata el cambio de paradigma que “las élites” llevan pergeñando desde hace un tiempo. La actual pandemia estaría siendo aprovechada para acelerar ese cambio. No hace falta investigar mucho para darse cuenta de que, efectivamente, algo está cambiando en nuestra sociedad. En efecto, estamos sintiendo esos cambios. Todo gira en torno a unas ideologías que en realidad no son nuevas como son el feminismo, el cambio climático, los derechos LGTBI, la inmigración, el control de la natalidad o el animalismo. Siempre me ha llamado la atención la inclusión del animalismo en estos preceptos, principalmente porque soy animalista desde hace casi treinta años. Una de las mayores frustraciones de los animalistas ha sido siempre la enorme dificultad de hacer comprender a las personas la inmoralidad e inutilidad del enorme sufrimiento que infligimos. Cualquier animalista de base conoce la figura del filósofo Peter Singer y de su principal obra, Liberación Animal. Sin embargo, Peter Singer no es un filósofo popular, como tampoco lo ha sido el animalismo. Para hacerse a una idea de la enorme confusión que ha existido con respecto al animalismo, baste recordar que hasta hace poco era mencionado como ecologismo. No se me escapa el hecho de la frustración que ha tenido el militante animalista constantemente. Hacer llegar el mensaje animalista ha sido siempre una tarea ardua, casi inalcanzable. A lo largo de estos casi treinta años he visto como nuestras acciones apenas han tenido repercusión. Y no ha sido por falta de esfuerzo. Cuando uno lleva tantos años dedicados a la propagación de la idea animalista termina frustrado y acaba alejándose del intento, aun sabiendo que, al menos, ha plantado una semilla. Y así, con la conciencia del deber cumplido, uno termina replegándose. En esta situación me encontraba cuando, asombrado, descubro que el animalismo ha comenzado en los últimos años a asomar lentamente su nombre. Sin embargo, aquí hay una evidente trampa. No nos resulta ajeno a los animalistas el hecho de que muchas personas se han acercado al movimiento guiados por un supuesto “amor a los animales”, especialmente a lo que venimos llamando “animales de compañía”. Tampoco me ha resultado ajeno el hecho de que en los últimos tiempos ha crecido considerablemente la tenencia de perros  y gatos en nuestros hogares. El hecho es tan evidente que, durante los confinamientos motivados por la pandemia, se permitía a las personas que convivían con perros saltarse el confinamiento para poder atender las necesidades de sus compañeros de cuatro patas. Incluso se llegó a especular con el hecho de que muchas personas se habían procurado un can para poder salir al exterior, hecho que observé con preocupación. Los medios de comunicación, los mismos que denuncia Fernando Paz en su ensayo, dedican mucho espacio a la adopción de perros en situación de exclusión. Resulta inquietante el hecho de que se comience a preferir la adopción de perros que la propia descendencia. Sin embargo, “tener animales” es la antítesis del animalismo. Los mismos animalistas hemos visto como muchos amantes de los perros y gatos se han acercado a nuestras asociaciones.


Sin embargo, en cualquier sede de las asociaciones animalistas el apartado del mal llamado “animales de compañía” era tan solo uno de los muchos que se trataba. Yo mismo he dedicado horas a separar los asuntos en clasificaciones como “experimentación”, “entretenimiento”, “caza y pesca”, "pieles" o “abasto”. No hace falta extenderse en el hecho de que, ante estas clasificaciones, el apartado “animales de compañía” ocupa una ínfima parte del sufrimiento que hemos causado y seguimos causando a los animales. Por contra, cualquier animalista sabe que un aumento de los llamados “animales de compañía”, lejos de alcanzar la cumbre del animalismo, no hace sino aumentar más sufrimiento en animales que, de no ser por el capricho humano, no existirían. 


Fernando Paz sitúa al animalismo como un eje central de la Agenda 2030. Menciona a Bill Gates como gran impulsor del veganismo:


“Gates, por su parte, no se ha cansado de repetir lo necesario que es disminuir el consumo de carne y cómo, si la población no lo lleva  acabo de grado, habrá que imponerlo por fuerza. ‘Hay que redirigir a la población a un consumo de carne artificial”, que será comercializada como ‘carne ética’ y ‘dieta sostenible’. Gates es el mayor terrateniente de Estados Unidos y ha invertido fuertes cantidades en Hampton Creek Foods, Menphis Meats, Impossible Foods y Beyond Meat; sus empresas se están disparando en bolsa. Y además es propietario de un fondo de inversión, Breakthrough Energy Ventures, que promueve las energías limpias y verdes y que, por descontado, batalla sin descanso contra el cambio climático”. 


Los animalistas hemos constatado siempre el hecho de que la industria de los animales de abasto es una fuente continua de contaminación atmosférica. Las cifras de los animales consumidos diariamente en el mundo entero hablan por sí solas. Estamos hablando de millones de animales sacrificados semanalmente. Me remito al capítulo “En la granja industrial” del citado libro Liberación animal, de Singer. Parece evidente que cualquier industria, y más la relativa al abasto, produce contaminación. También nos encontramos con la evidencia de que las enormes cantidades de agua y comida que necesita el ganado destinado al consumo es una producción al revés: cada animal que se consume necesita más comida para su crianza que la que nos termina ofreciendo una vez la compramos. Parece lógico pensar que se podría distribuir esa comida destinada a los animales de abasto entre los humanos. Por tanto, los esfuerzos de Bill Gates en promover el veganismo me parecen muy aceptables. Por supuesto, aquí entramos en el terreno de si imponer algo a toda la población resulta reprobable. Sin embargo, nadie discute que imponer la prohibición de asesinar o violar merme nuestra libertad. Otro eje fundamental de la exposición de Fernando Paz en su ensayo es el control de la natalidad:


“El vínculo esencial que une a los globalitarios es el neomalthusianismo; si tuviéramos que definir el globalismo, o hallar el mínimo común entre los globalitarios, ese sería la idea de que existe demasiada gente en el mundo. Todas sus acciones las acometen desde ese supuesto, tanto la promoción del lobby LGBTI, como el aborto o la inmigración. Se trata de promover la esterilidad”. 


Fernando Paz señala el vínculo existente entre Bill Gates y el aborto, ya que la familia Gates ha estado ligada en la financiación de abortos en todo el mundo. No es necesario exponer el hecho de que el aborto está insertado en nuestra sociedad como un derecho defendido histéricamente más que como un fracaso. También resulta evidente que la defensa del aborto es más acusada en los países occidentales, donde la población tiende a la baja de manera preocupante, que en los países del Tercer Mundo, donde la población no hace más que aumentar. Volvemos a Fernando Paz:


“El globalismo tiene como primer principio el del control de la población; se debe favorecer todo aquello que limite la población, se deben favorecer todos aquellos hábitos que promuevan la esterilidad. Quizá así se entiendan mejor muchas de las cosas que están sucediendo en nuestras sociedades occidentales”. 


Peter Singer, además de defensor de los derechos de los animales, es también defensor del aborto y de la eutanasia. Tiene más obras dedicadas a estas dos cuestiones que al propio animalismo. Pero todo en Singer gira en torno a la ética. Resulta curioso que tanto el aborto como, en menor medida, la eutanasia, estén plenamente aceptados en Occidente, pero los derechos de los animales, a pesar de formar ya parte del ideario popular, no terminen de adoptarse. Hay muchos intereses económicos en juego. La aplicación de los derechos de los animales está en contra de la aplicación de muchas de las premisas de la modernidad. Por ejemplo en el campo de la medicina. Todos admitimos que la medicina moderna ha contribuido al bienestar y a una mayor esperanza de vida. Aceptamos que ello implique la experimentación con animales, que es la base en la comercialización de los medicamentos. Al respecto se me ocurre una viñeta que circuló cuando se aprobó la vacunación contra el Covid en la que aparecían dos ratas. Una de ellas le pregunta a la otra si se había vacunado, a lo que le responde: “¿Estás loca? Aun la están experimentando con los humanos”. 


La aplicación de los derechos de los animales es más complicada de aplicar que el aborto o la eutanasia, por mucho que forme parte de las premisas de Bill Gates o George Soros. ¿Cómo vamos a renunciar a la experimentación animal, a los alimentos de origen animal, a la ropa de origen animal, a los espectáculos, a la tenencia de animales “de compañía”? Parece no suponer un esfuerzo a la sociedad aceptar el aborto, pero tengo mis dudas de que acepte la renuncia a los beneficios que le proporciona su dependencia de los animales. De momento, la producción de carne vegetal que promueve Gates suscita más mofa que otra cosa. La tesis de Fernando Paz, es que la pandemia ha acelerado los planes globalistas. No es de extrañar que en España se haya aprobado una ley que aprueba la eutanasia en plena pandemia sin debate popular. 


La palabra “empatía” es empleada en la actualidad casi hasta el hartazgo. Forma parte de esa neolengua que el sistema termina por asentar. Sin embargo, esa palabra ya era la premisa fundamental del animalismo desde hace décadas. Los activistas no dejábamos de emplearla en todas nuestras propuestas. La neolengua se ha apropiado de ella. 


No se me escapa el hecho de que en los últimos años algo se ha avanzado en lo referente a los derechos de los animales. Pero mucho me temo que se trata, en la mayoría de los casos, de un avance de postín. Recientemente, a raíz de las declaraciones de un ministro español sobre las condiciones de los animales de abasto, se ha creado un encendido debate al respecto. La respuesta de los medios de comunicación y de la mayor parte de la ciudadanía ha sido contundente, lo que no nos deja dudas de que, debido a enormes intereses económicos, la industria de los animales de abasto tiene aún largo recorrido. Hace unos años la OMS recomendó reducir el consumo de carne. Reconozco que me sorprendió mucho. Sin embargo, a pesar de que otros mantras globalistas ya se encuentran perfectamente asentados, el animalismo simplemente se queda en el tintero. En los últimos años ha crecido el número de personas vegetarianas y veganas, especialmente entre los más jóvenes. Sin embargo, cosa extraña, las asociaciones animalistas no han visto incrementadas sus militancias. Siguen siendo marginales. Mucho me temo que el animalismo quedará tan desvirtuado como el feminismo o el ecologismo y que pasará a formar parte de los intereses políticos. 


Uno de los aspectos más destacados del globalismo es la inmigración, especialmente la que reciben los países occidentales procedentes de culturas que hasta hace poco eran consideradas irreconciliables. Y aquí entramos en un conflicto, que ya me gustaría cómo se pretende resolver, con el animalismo. La religión musulmana contiene unos preceptos que consisten en sacrificar animales mediante un rito que entra en conflicto con nuestras leyes. En Occidente hace tiempo que se sacrifica a los animales mediante un aturdimiento que, si bien los animalistas hemos criticado, se ha considerado una manera más humanitaria de sacrificio. Esto entra en conflicto con los rituales musulmanes y judíos, ya que éstos deben sacrificar a sus animales siendo conscientes. Que yo sepa, ningún partido político ha denunciado esto y en la actualidad en Occidente nuestras leyes al respecto no se cumplen. Peter Singer trata este asunto en Liberación animal: “Muchos países, incluidos Gran Bretaña y Estados Unidos, hacen una excepción en la aplicación de esas leyes al respetar los ritos judíos y musulmanes que requieren que los animales estén completamente conscientes cuando se les sacrifica”. Los musulmanes también celebran anualmente el día del sacrificio, donde es habitual que cada familia sacrifique un animal. ¿Hemos visto por algún lado protesta alguna ante estos hechos que entran en contradicción con nuestra moral y leyes? Mucho me temo que ni lo hemos visto ni lo veremos. Al respecto cabe decir que los globalistas tienen la misma confusión en lo que respecta al feminismo, al incluir en sus filas a mujeres musulmanas en sus manifestaciones. Por tanto, no es oro todo lo que reluce.


Dentro del amplio abanico de las propuestas globalistas que Fernando Paz describe en su libro, el animalismo ocupa un lugar destacado, al que se refiere como “otro factor vital”. Menciona a la activista Donna Haraway que, al parecer, es partidaria de la zoofilia: “Haraway propone la zoofilia no solo como aceptable, sino como la consumación de esta idea de fusión entre el animal y el ser humano. De hecho, Haraway ha escrito abundantemente acerca de sus propias relaciones sexuales con su perra”. No es casualidad el hecho de que Haraway parece que, además de practicar la zoofilia, lo hace mediante su vertiente lésbica. Un hecho tan enrevesado como las nuevas y complicadas formas sexuales que el globalismo ofrece. Sin embargo, no hay que confundirse. La zoofilia es tan condenable por el animalismo como cualquier otra forma de explotación animal. Paz se refiere a Peter Singer como defensor de la eutanasia y la zoofilia: “Ardiente partidario de la primera, para la segunda solo concibe el límite que impone el daño que se pueda infligir al animal”. 


Fernando Paz menciona a su vez la defensa que Peter Singer hace del aborto y de la eutanasia, quedando de esta forma ligadas al animalismo. Creo que esto es un error. No todos los animalistas son pro abortistas o defensores de la eutanasia. Cierto es que la labor filosófica de Singer es más extensa en la defensa del aborto que del animalismo. Singer tiene más libros en los que defiende el aborto y la eutanasia que al propio animalismo, aunque finalmente, en la defensa de una la ética de Singer terminen convergiendo los tres aspectos. Pero una persona que se acerca a las premisas animalistas no está interesada en absoluto en el aborto o la eutanasia. Esto es tan evidente como que al animalista tampoco se le debe exigir tener una sensibilidad ecologista. ¿Debemos pensar que un ecologista debe de ser pro abortista? Y, finalmente, ¿debemos pensar que un animalista debe de ser partidario de la zoofilia? 


Fernando Paz exagera las pretensiones animalistas, al incluir al animalismo en parte esencial del globalismo. “El animalismo y sus derivados degradan al ser humano por la sencilla razón de que no es posible humanizar a los animales, pero sí animalizar al hombre”, asegura Paz. No ha sido nunca el animalismo el que ha pretendido humanizar a los animales, más bien al contrario, en la imaginería popular siempre se ha humanizado a los animales. Baste ver el catálogo de películas y libros donde se ponen nombres humanos a los animales y se les dota de carácter humano. Precisamente el animalismo pretende justo lo contrario. Equiparar el sufrimiento animal al humano puede resultar un ejercicio práctico, lo que llamamos “empatía”, pero es un error, como habitualmente se piensa, que los animalistas pretendemos dotar de los mismos derechos a los animales que a las personas. Un animalista no pretende que un cerdo tenga derecho al voto. Simplemente aboga porque tenga derecho a no ser torturado y pueda vivir como un cerdo. Nada más. No hay ninguna teoría de la conspiración en erradicar el terrible sufrimiento que conlleva la ganadería. El temor a sustituir el chuletón por carne vegetal forma parte del reciente miedo al animalismo. En los últimos años hemos visto un incremento  en la demanda de productos vegetales tanto en el supermercado como en los restaurantes. Incluso empresas dedicadas en exclusiva a la venta de hamburguesas ofrecen ya la alternativa vegetariana. ¿Se debe esto a una conspiración mundialista? El mismo Bill Gates lleva años intentando dar con una receta vegetariana aceptable al paladar acostumbrado a la hamburguesa clásica. Esto en principio me parece aceptable. Los animalistas hemos asegurado durante mucho tiempo que la producción de carne no solo no es ética sino que tampoco es sostenible. Sencillamente, no es posible que todo el mundo coma carne. Uno de los mayores temores del animalismo ha sido que el aumento de la calidad de vida de los chinos redundara en un mayor consumo de carne. Para alimentar con carne a la población china se precisaría de enormes granjas animales y de millones y millones de sacrificios sin las garantías de bienestar animal. 


Entramos finalmente en el resbaladizo mundo de la política. A ninguna asociación animalista se les escapa el hecho de que, una cuestión es hacer proselitismo y otra tratar con los diversos organismos oficiales, que están dirigidos por políticos. Es sabido que a mayor presión social, mayor es la respuesta política. Las diferentes asociaciones animalistas, además de su habitual proselitismo, terminan exponiendo sus propuestas en los despachos de las distintas administraciones. Con el tiempo, los mismos políticos han venido aceptando alguna de las propuestas de los animalistas, aunque muy tímidamente. Uno de los logros animalistas fue conseguir la prohibición de la estabulación de las gallinas ponedoras. Aun recuerdo que cuando se consiguió esa práctica, el plazo dado por las administraciones fue de varios años. En los últimos años hemos visto cómo algunas festividades populares en las que se hacían participar a toda clase de animales, están desapareciendo. Muchas localidades españolas ya no ofrecen corridas de toros. También se ha logrado erradicar el  sacrificio de perros y gatos abandonados. Pero no olvidemos que esas prácticas suponen solo un pequeño porcentaje del sufrimiento animal en el mundo. Se tiende a pensar que el globalismo, con su conocido ideario, es de tendencia izquierdista o progresista. Esto es un absurdo por cuanto también la derecha participa en el ideario globalista. Baste observar a los actuales políticos españoles que portan la chapa de la Agenda 2030 en sus solapas: hay un amplio abanico que va desde la ultra izquierda hasta el mismo rey de España. El término “progresismo” conlleva a grandes equivocaciones. La izquierda se ha apropiado del término, aunque es tremendamente erróneo. Al respecto, Gustavo Bueno ya expuso la contrariedad en sus libros El mito de la Izquierda y El mito de la Derecha. Gustavo Bueno se dio cuenta de la fragilidad del término “progresismo”, que se ha repetido hasta la saciedad por parte de la izquierda española. Afirma Bueno:


“Hay otras muchas variedades de la derecha que son aún más progresistas, desde el punto de vista histórico, que algunas izquierdas y que, desde luego, no son nada conservadoras. Por ejemplo, no lo son ecológicamente las grandes obras hidráulicas, las talas de bosques, la construcción de autopistas, operaciones tan escasamente conservadoras desde el punto de vista ecológico, suelen tener una inspiración depredadora ‘derechista’, por lo que el conservacionismo (o el conservadurismo) estará aquí representado por las izquierdas ecológicas, que se horrorizan ante cualquier ‘impacto ambiental’ sobre el paisaje. Más aún, habría que llamar conservadora a la política de los planes quinquenales lanzada por Stalin, en la medida en que tras la decisión de poner en marcha el proyecto del primer plan (en diciembre de 1928), el XVII Congreso (enero-febrrero de 1934), en lugar de detener el modelo desarrollista, lo conservó, aprobando el segundo plan quinquenal, y así sucesivamente”. 


Lo cierto es que el animalismo ha sido arrebatado por la izquierda en sus propuestas electorales. A nadie se le escapa que la mayoría de los partidos de izquierda estén en contra de las corridas de toros y la caza, y los partidos de la derecha estén a favor. Sin embargo, aquí conviene aclarar que fue el PSOE el dinamizador de las corridas de toros en los años ochenta, cuando ya estaban en franca decadencia. El PSOE no solo dio un gran impulso a las corridas de toros sino que promovió a su vez los festejos populares en donde se torturaba animales, que ya estaban en franca decadencia durante los últimos años del franquismo. La realidad nos demuestra que cuando gobierna la izquierda ni los toros ni la caza desaparecen, por mucho que sus dirigentes se muestren contrarios. De nuevo Gustavo Bueno nos aclara el error de calificar como no progresista a la derecha:


“Es gratuito atribuir a la derecha absoluta un carácter conservador o inmovilista, incluso retrógrado (cavernícola). Coyunturalmente la derecha podrá ser conservadora o retrógrada, pero es aún mucho más probable que la derecha, y sobre todo en la época del capitalismo, sea dinámica y progresista. ¿Quién inspiró la expansión geográfica del siglo XVI? ¿Quién inspiró la construcción de los ferrocarriles, de los rascacielos, es decir, de todos los contenidos atribuidos al ‘progreso’, sino unas derechas absolutas, en conflicto con otras derechas absolutas?”. 


La apropiación del animalismo por parte de la izquierda nos lleva a una evidencia que a la propia izquierda molesta sobremanera, como es el hecho de que las primeras leyes conservacionistas y claramente animalistas se llevaron a cabo en la Alemania nacionalsocialista en los años treinta del siglo XX. Efectivamente, el satánico Hitler fue una persona con una gran sensibilidad hacia los animales. No es de extrañar que los partidos de la derecha, en su defensa de las corridas de toros, recuerden esta realidad. Gustavo Bueno también fue consciente del poso izquierdista del fascismo y del nacionalsocialismo:


“La izquierda, casi unánimemente, considera al fascismo como un movimiento de derecha, incluso de ultraderecha: en la España de la Constitución de 1978, cuando alguien de izquierdas y que por más señas está preso del dualismo de las dos Españas de Machado, si quiere describir rápidamente a alguien que él cree de derechas, lo hace mediante la fórmula: ‘Es un facha, un fascista.’ Sin embargo, como dice, Renzo de Felice, en su reconocida obra Il Fascismo (1970), el fascismo italiano se consideraba heredero de la Revolución francesa. La teoría del fascismo o del nazismo, como movimientos emanados de la ultraderecha capitalista, es una teoría procedente del dualismo metafísico vinculado al Diamat (Materialismo Dialéctico), que vio al fascismo y al nazismo, desde su teoría del Stamokap (Capitalismo monopolista de Estado), como un movimiento burgués propio de la derecha más dura, que se enfrentaba principalmente al comunismo (Gramci fue acaso el primero que rozó este problema en su obra juvenil La revolución contra el capital). Pero esta interpretación del fascismo, propia del Diamat, ignoraba los componentes objetivos izquierdistas del fascismo italiano, y sobre todo del alemán, cuyos componentes paganos, incluso racistas, contra la religión cristiana, se enfrentaban con las derechas democráticas”. 


Para desterrar la creencia de que tanto el fascismo como el nacionalsocialismo no son progresistas, baste leer la obra de Roger Griffin Modernismo y fascismo. Resumiendo, es absurda la idea actual de que el animalismo sea una reivindicación propia de la izquierda progresista. Dicho lo cual, el movimiento animalista NO es una propuesta propia de personas de izquierda. La cuestión es tan sencilla como afirmar que el feminismo es solo propia de la izquierda progresista. Por tanto, conviene aclarar que uno se puede encontrar con animalistas de izquierda, de derecha, fascistas o mismamente apolíticos. El actual batiburrillo ideológico conlleva a una confusión evidente. 


Dicho lo cual nos hacemos la siguiente pregunta: ¿Forma parte el animalismo del Globalismo o de las élites que pretenden controlar el mundo? La respuesta es un no rotundo. De hecho, como he dicho,  las asociaciones animalistas no han visto incrementadas sus afiliaciones en los últimos años. Siguen siendo asociaciones minoritarias, que prácticamente se han visto relegadas a la marginalidad, por más que crezca el número de veganos y amantes de los animales.