En esa televisión de desinformación llamada La Sexta, vi un debate sobre la muerte de Fidel Castro. Un joven lo describió con admiración. Y, mientras lo hacía, no pude evitar pensar que el joven estaba loando a Franco. Lo único que había que eliminar de su vocabulario era la palabra “revolución”. Dijo que el Comandante hizo mucho por la educación y la sanidad. Y cuando el joven era rebatido, defendió al dictador aduciendo que el pueblo cubano había sufrido un embargo terrible. Y volví a recordar a Franco, cuyo régimen sufrió uno de los mayores aislamientos internacionales que se recuerdan.
Si el joven admirador de Castro fuera consecuente, debería sentir también admiración hacia Franco. Al fin y al cabo, bajo un aislamiento terrible logró eliminar los índices de analfabetismo y aumentó considerablemente el bienestar de su país. También Franco creó, o mejoró, la Seguridad Social.
Sin embargo, el famoso programa de La Sexta, una vez finalizadas las loas al Comandante Fidel, volvió a cargar contra Franco apelando a la famosa Ley de la Memoria Histórica. Es un despropósito y una aberración intelectual. Pero la realidad es que Franco tuvo simpatías hacia el pulso castrista al imperialismo yanqui. Por eso, Franco mantuvo las relaciones políticas y económicas con Castro y no se sumó al embargo. Cuando murió Franco, Fidel Castro decretó tres días de luto en Cuba. No se habló de nada de eso, por supuesto. También me consta que Castro recibió en una ocasión a un grupo falangista. Uno de los falangistas lo cuenta a menudo.
Los que se entusiasman con Fidel son personas ancladas en el siglo XX. No son modernos. Siguen hablando de revoluciones. Otro aspecto común en Franco y Fidel es que ambos asaltaron el poder por la fuerza. Solo que Franco es odiado por ello y Fidel no. Sin embargo, en este anacronismo tenemos la clave de la política actual.