En la era de internet, la
muerte ha dejado de ser algo íntimo. El afán de protagonismo de nuestras
celebridades ha provocado que sus enfermedades y muertes se compartan con
millones de personas, lo que hace de la muerte algo casi nuevo. Cuando una
celebridad fallece de un cáncer se la eleva al altar de los valientes, de los
luchadores y se termina invocando a no se sabe qué dioses, en una sociedad sin
Dios, para que el fallecido “nos ilumine”. De este modo, la celebridad continúa
por encima nuestro, incluso muerta. La estrella en la tierra se convierte en un
nuevo santo para la masa atea. Esto confirma que la masa aun no está preparada
para vivir sin Dios, puesto que siempre termina buscando sus propios dioses y
santos. Cuando fallece una celebridad, las redes sociales se llenan de
mensajes, a cada cual más cursi. Incluso personas que no conocían a la
celebridad parecen inmersas en una depresión por la pérdida. No es que la gente
se haya vuelto loca, es que la gente ya estaba loca y ahora nos lo confirma en
la Red.