lunes, 13 de mayo de 2019

La nueva pravedad


La ministra de Justicia, Dolores Delgado (tiene que ser duro ser feminista y tener un apellido masculino), o lo que es lo mismo, Baltasar Garzón, acaba de asegurar que Franco colaboró en el Holocausto. Como si viviéramos en un estado orwelliano, la ministra utilizó el pasado torticeramente convirtiéndola en historiadora al servicio de los victoriosos de la Segunda Guerra Mundial. Como es bien sabido, el ex juez Baltasar Garzón basó su carrera judicial en imitar los juicios de Nuremberg. Esos juicios han sido para Garzón, y por supuesto para su alter ego Dolores Delgado, la biblia de su política. 

Pretenden inculcar (y casi han conseguido) la mentira que convierte a la Segunda República en una democracia, y a la Guerra Civil en una guerra entre demócratas y fascistas. La realidad es que ni la República defendió la democracia ni Franco defendió el fascismo. Pero la realidad importa bien poco al Partido Socialista y, mucho menos a Garzón-Delgado. 

España intervino en la Segunda Guerra Mundial mediante el envío de la División Azul a Rusia. Fueron a combatir al mayor régimen opresor que haya conocido la humanidad. Sus combatientes fueron voluntarios y de elevado nivel intelectual. Ellos también fueron españoles que combatieron al mal y sufrieron los terribles rigores de la guerra y, lo que es peor, el cautiverio ruso. No veremos ningún homenaje. Es más, se intenta borrar su historia. Ya prácticamente han desaparecido del callejero español, que ha sido convenientemente sustituido por los defensores de la República, por mucho que éstos no fueran demócratas ni defendieron ninguna democracia. Tampoco veremos homenajes por las gestiones que hizo el gobierno de Franco para salvar judíos sefarditas, bien acreditadas en los libros de Luis Suárez Fernández. 

Quieren asemejar a Franco a Hitler y a Mussolini. Y como en Occidente la religión es el Holocausto, qué mejor forma de practicar esa religión ofreciendo a Franco a sus ritos. Sacando a Franco del Valle de los Caídos, España se rinde a la nueva religión, deja de ser independiente, se alinea junto a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, como nación sumisa.

España hace muy bien los deberes y enseña la nueva religión llamada Holocausto. La nueva pravedad es dudar de esa religión. Por supuesto, está prohibido discrepar, dudar u opinar. El que duda del Holocausto acaba con sus huesos en la cárcel. Y en España, por su puesto, está prohibido también discrepar. Está prohibido pensar que la Segunda República no fue una democracia sino un abyecto régimen que perseguía y asesinaba. 

La nueva religión impone homenajes, placas conmemorativas, conferencias, películas, adoctrinamiento a nuestros jóvenes... Una población que cree a pies juntillas en la nueva religión, jamás puede fallar al sistema. Es una población sumisa, sin crítica, dispuesta a acepar cualquier sacrificio. 

Una vez más, lo explica perfectamente Orwell:

      La alteración del pasado es necesaria por dos motivos, uno de ellos es subsidiario y, por así decirlo, preventivo. Consiste en que los miembros del Partido, al igual que los proletarios, toleran las condiciones presentes solo porque carecen de un patrón de comparación. Es necesario aislarlos del pasado, igual que de los países extranjeros, porque es preciso que crean que viven mejor que sus antepasados y que el nivel de vida está aumentando constantemente. Pero, con diferencia, la razón más importante del reajuste del pasado es la necesidad de salvaguardar la infabilidad del Partido.