sábado, 13 de julio de 2019

Los afrancesados

Recientemente he asistido a una boda oficiada por el alcalde de la ciudad. Como uno de los contrayentes es francés, y parte de los invitados, se vio el alcalde en la obligación de lamer los pies ad nauseam a los franceses. Dijo el edil que la ciudad "hacía suyos" los valores de la Revolución Francesa. Más o menos vino a decir que, gracias a Francia, vivimos en democracia en la actualidad. No contento aún, comenzó el edil casi a alabar a Napoleón. El hombre se metió en un jardín del cual le costó salir, aunque lo hizo a base de risitas nerviosas. No conté la cantidad de veces que el alcalde repitió, cual loro, el lema "Libertad, Igualdad y Fraternidad". Incluso un francés se merece algo más que el manido lema.

Durante la ignominiosa ceremonia, el alcalde se posicionó, evidentemente, del lado de los verdugos del 2 de Mayo. Sí, del lado de esos soldados que retrató Goya en su célebre cuadro. Ante semejante sumisión, esperé que sonara de un momento a otro la Marsellesa. Todavía tenemos afrancesados.

Lo de Napoleón es bien curioso si lo comparamos, por ejemplo, con un Hitler. Ambos invadieron Europa y ambos sucumbieron en el intento. Sobre Hitler cayó una ignominia que aun soportamos y sobre Napoleón los franceses han actuado como si hubiera ganado la guerra.

 En mi ciudad hay un retrato de Napoleón bien grande que los fanáticos de la Memoria Histórica respetan como si el personaje fuera Gandhi. La historia de Francia y España es la historia de sus enfrentamientos. No ha tenido España enemigo más pérfido. Los españoles, que nos hemos tragado la Ilustración y seguimos creyendo que España es un país atrasado (¿con respecto a qué), bajamos la cabeza sumisos cada vez que un europeo nos restriega su supuesta superioridad moral. ¿Qué han hecho los franceses, alemanes, ingleses y holandeses durante los últimos siglos? Guerras y más guerras. Sus últimas guerras, las más destructivas de la historia de la humanidad, no han sido guerras en las que haya participado España. Ellos tienen más de qué avergonzarse. Curiosamente nos avergonzamos nosotros.